Mientras la intensidad de la crisis ucraniana parece reducirse, con el alto el fuego en el este del país y las señales en esa línea desde Moscú, podría estar a punto de estallar una nueva escalada en otra ex república soviética que busca apartarse de la influencia de Moscú: Moldavia. Ese país, el más pobre de la Europa actual, firmará hoy -al igual que Ucrania y Georgia- un acuerdo de asociación con la Unión Europea (UE). El pacto, con el que esos países entrarían en la zona de libre comercio de la UE, será sellado en la reunión de los jefes de Estado y gobierno del bloque, en Bruselas.
Rusia ha advertido que tomará "medidas de protección" si esos acuerdos perjudican su economía. Sin embargo, después de lo ocurrido en Ucrania, no se sabe cuáles son esos tipos de medidas. Chisináu, la capital moldava, comenzó a estrechar lazos con Occidente a fines de la década pasada, y en septiembre de 2013 Moscú, molesto, impuso una prohibición a la importación de vino moldavo, que es uno de los productos estrella de la economía local. Muchos en este país de mayoría rural (más del 60%) creen que el gobierno de Vladimir Putin llevará a cabo una campaña para prohibir los productos de Moldavia, a los que se suman las manzanas y las uvas, y para expulsar de su territorio a los moldavos que residen en Rusia.
Pero Putin también podría recurrir a otro tipo de "artes", como cuando se anexó la península ucraniana de Crimea gracias a que ahí está instalada la flota rusa del mar Negro, haciendo oídos sordos a la condena internacional. De la misma forma, en Moldavia está la región de Transnistria, que ha autoproclamado su independencia y es considerada el último bastión soviético de Europa. En ese territorio operan industrias rusas, el medio millón de habitantes es rusoparlante y Moscú mantiene en forma permanente 1.500 soldados.
Viajar a Transnistria, algo difícil, es un paseo al pasado, ya que en sus plazas se pueden ver estatuas de Lenin, y su bandera, escudo, Constitución, moneda, himno y Ejército tienen símbolos o referencias a la era soviética. En todo caso, las autoridades locales no esconden cuál es su objetivo: enormes gigantografías de Vladimir Putin sólo vienen a confirmar el deseo de unirse a la Federación Rusa.
Lo cierto es que aquí no hay sutilezas. Sólo en mayo pasado, después de que el avión oficial del viceprimer ministro ruso, Dmitry Rogozin, tuviera dificultades para obtener los permisos de Moldavia para volar de regreso tras una visita a Transnistria, el funcionario amenazó con regresar a esa región en una nave con armas nucleares. Además, el año pasado, en los meses previos al invierno, Rogozin dijo a los moldavos: "Espero que no se congelen", una clara referencia a la dependencia de ese país del gas natural ruso, que Moscú ha interrumpido algunas veces a consecuencia de los conflictos políticos.
El público moldavo está dividido equitativamente frente a la construcción de vínculos con la UE, como muestran las encuestas de opinión. En tanto, los políticos locales sostienen que quieren mantener unas relaciones normales con Rusia. Hasta ahora, el 26% de las exportaciones de Moldavia va a Rusia y el 47% a la Unión Europea. "No queremos protegernos de Rusia. Creemos que nuestra relación con Rusia debe desarrollarse con respeto a la soberanía. Nuestro interés es una cosa: desarrollar Moldavia", dijo el vicecanciller moldavo, Iulian Groza, citado por el diario The Washington Post. "Pero no creemos que por unas restricciones alguien pueda forzarte a casarse contigo", destacó, en clara alusión a los intentos de Rusia para mantener a sus vecinos en su zona de influencia.