Hace una década, las tropas estadounidenses invadieron Irak y en medio del torbellino de la operación existía una vaga orden para tener cuidado con el Museo de Bagdad. El lugar era depósito de invaluables colecciones de arte sumerio, asirio y babilonio. En abril del 2003 llegaron al sector del edificio, pero no pudieron actuar con demasiada cautela. Al menos, eso dijeron en su defensa los hombres al mando de la acción, justificando el fuego que lanzaron contra enemigos iraquíes apostados alrededor del museo. Pasó lo peor: la destrucción por parte de estadounidenses y el saqueo llevado a cabo por iraquíes rebeldes. Desaparecieron cerca de 15 mil objetos.
Ese mismo año, el investigador y filántropo norteamericano Robert M. Edsel trabajaba en la fase final de del libro Monuments men, que contaba la historia opuesta. La de los hombres de la sección de Monumentos, Bellas Artes y Archivos del Ejército estadounidense, responsables de rescatar alrededor de cinco millones de obras robadas por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Al publicar su libro un año después, Edsel diría que los militares americanos alguna vez fueron los mejores aliados del patrimonio de la humanidad. También, con indignación, afirmó que en Bagdad los llamados "monuments men" habrían hecho el trabajo correcto.
El libro The monuments men, ya está en librerías chilenas. Su llegada coincide con el inmimente estreno de la versión cinematográfica que George Clooney protagoniza, produce y dirige. Con exhibición en EE.UU. para el 18 de diciembre y en Chile para el 2 de enero, el filme es un evidente precandidato a la carrera por el Oscar. Tiene, de antemano, lo que la Academia gusta premiar: actores conocidos y un tema edificante.
En la película participan conocidos nombres como Bill Murray, John Goodman y Jean Dujardin (El artista), aunque el protagonismo recae en otros tres. Son Clooney como el teniente George Stout, Matt Damon en el rol del soldado James Rorimer y Cate Blanchett como la historiadora del arte y miembro de la Resistencia francesa Rose Valland.
Los profesores del frente
Descritos en el libro como hombres de mediana edad ("lo suficientemente viejos como para darse cuenta del valor de su misión y lo necesariamente jóvenes para ejecutarla bien en el fragor de la guerra", ha dicho Edsel), los llamados "monuments men" eran liderados por George Stout. En su mejor momento la sección de Monumentos, Bellas Artes y Archivos llegó a atener 350 personas, pero la mayoría del tiempo eran mucho menos. Stout, por ejemplo, lideró un equipo de ocho. Son estos ochos los que a partir de 1943 se infiltran en Francia y luego en el centro y norte de Europa con el objetivo de recuperar lo robado por los nazis, quienes tenían una división especial sólo dedicada a saquear obras y objetos.
Sus compañeros describen a Stout, que antes de entrar al Ejército era curador del Museo de Harvard, como un hombre de expresiones cortas y claras, de mente despejada y acciones rápidas. Empezó su periplo europeo en Normandía (Francia) y luego se desplazó por Bélgica, Holanda y Alemania.
Junto a Stout jugó un rol importante James Rorimer, un educado curador egresado con máximos honores de Harvard, que en los años 50 llegaría a ser director del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (Met). El subteniente Rorimer fue responsable directo del hallazgo y rescate de las colecciones apropiadas por los altos jerarcas nazis Joseph Goebbels y Hermann Goering. A nivel de contactos internos, la figura de la francesa Rose Valland fue capital: como directora del Museo de Jeu de Paume y, al mismo tiempo, secreta miembro de la Resistencia informó a los aliados del destino de las obras robadas por los nazis.
Una de las operaciones más espectaculares fue en 1945, poco antes de la derrota final nazi. El grupo liderado por Stout trabajó contra el tiempo para recuperar un contingente de obras que el führer había mandado a esconder en las minas de sal de Altausee, en las montañas austríacas. La orden era que tras la capitulación alemana, se dinamitara la caverna que ocultaba las piezas. Si Hitler moría, también morirían los lienzos robados. Stout, Rorimer y sus hombres, para beneficio de la humanidad, no dieron paso en falso y llegaron a tiempo para hacer lo que mejor sabían. Para la posteridad habían salvado La ronda nocturna de Rembrand, La madonna de Brujas de Miguel Angel, La dama del armiño de Da Vinci y El astrónomo de Vermeer.