El caracol también avanza, lento pero constante. Con este animal como símbolo, el piamontés Carlo Petrini fundó hace hace dos décadas en París el movimiento internacional Slow-Food (comida lenta), cuyas señas de identidad son la vuelta a las tradiciones gastronómicas y los alimentos de calidad.

Desde que Petrini, sociólogo e hijo de un empleado de ferrocarril, pusiera en marcha Slow Food, el movimiento ha hecho carrera y a él se han unido agricultores y pescadores. Su filosofía es tan sencilla como convincente: comida de calidad y sana elaborada con productos locales de temporada. Esos son los pilares de la "nueva gastronomía" de Petrini en su lucha contra la comida rápida (fast food) y contra las empresas de productos alimenticios.

SLOW FOOD
En tiempos de conmoción climática, de globalización y de crisis de la alimentación, para la corriente que promueve que "lo pequeño es bello", no ha sido difícil ganar adeptos.

Por eso el 10 de diciembre el primer "Terra Madre Day", (día de la Madre Tierra), celebrará el vigésimo aniversario de Slow Food con un evento colectivo en 150 países: seguidores del caracol, agricultores, cocineros, científicos y curiosos partiparán en picnics, comidas, conciertos, películas y debates.

Y es que el caracol, símbolo de la lentitud, ya ha llegado a todos los continentes y cuenta con 100.000 participantes en 1.300 asociaciones y con más de 2.000 locales que promueven una sana alimentación.

"Una revolución global puede nacer de raíces locales y con sus iniciativas nuestras asociaciones pueden fortalecer las acciones de protesta contra las aberraciones de las industrias alimentaria y agrícola", proclama Petrini, que comenzó a protestar contra los restaurantes de comida rápida en 1986, frente a la Plaza de España de Roma.

CRITICAS
Petrini ha escuchado muchas veces que su asociación es elitista, un movimiento orientado a los sibaritas pudientes que pueden comprar comida cara. Sin embargo, el fundador de Slow Food sostiene que "todos tienen el derecho a la calidad". "No se trata de abastecer a las marcas de los ricos, tenemos que producir de forma biológica, conseguir calidad para todos, también para los más pobres", argumenta Petrini ante sus seguidores.

¿Acaso es elitista comer menos pero mejor, proteger la naturaleza, producir a nivel local y ahorrar así energía o encontrar la manera de que los agricultores tengan ingresos estables?

En un libro aparecido con motivo del aniverario de Slow Food, Petrini muestra todos los planteamientos que, según él, ayudarán a que "no seamos devorados por la alimentación": democracia desde abajo para una revolución desde la tierra, ningún desperdicio de alimentos, placer sencillo sin excesos en los tiempos del consumismo.