Iba en un tren desde Munich a Zurich, cargando demasiado dinero en efectivo: 13 mil euros dentro de un sobre. La suma llamó la atención de agentes en un control de rutina y decidieron seguirle la pista; sospecharon de un posible delito fiscal. Dos años después, en 2012, la policía llegó hasta su departamento y descubrió algo mucho mayor: el coleccionista alemán Cornelius Gurlitt guardaba 1.400 obras de arte, de artistas como Chagall, Matisse o Picasso. Era un hallazgo histórico, buena parte provenía de piezas expoliadas por los nazis o compradas irregularmente a judíos en días del holocausto.

Gurlitt había heredado su patrimonio de su padre, el marchante Hildebrandt Gurlitt, uno de los pocos que tuvieron autorización del régimen nazi para negociar con obras del llamado "arte degenerado", que habían sido retiradas de los museos alemanes. Tras el destape del caso, en 2013, su colección fue confiscada. Pasó a integrar la plataforma online Lost Art, destinada a encontrar a sus dueños originales. Hace un mes, y después de largos tiras y aflojas legales, Gurlitt había acordado devolver todas las pinturas obtenidas ilegalmente. Justo a tiempo: ayer falleció, a los 81 años.

El coleccionista murió en su departamento, en Munich, tras una operación al corazón y luego de estar varias semanas internado en una clínica. Sus cuadros están actualmente confiscados por el gobierno alemán y no hay claridad de cuál será su destino: no tuvo hijos y su única hermana falleció en 2012. Tras estos últimos tres años agitados, Gurlitt había mantenido una vida silenciosa y discreta. Nunca trabajó. Pese a que la colección está avaluada en cerca de mil millones de euros, no tenía grandes lujos.

"Nunca he cometido ningún delito e incluso si lo hubiera hecho ya habría prescrito", dijo Gurlitt en la única entrevista que dio, a la revista alemana Der Spiegel. Su padre, sin embargo, había trabajado en el extremo de lo lícito. Apasionado por la vanguardia, Hildebrandt Gurlitt fue removido de las direcciones de museos en Zwickau y Hamburgo por sus preferencias modernas en días que los nazis censuraban lo experimental, llamándolo "arte degenerado". Como privado se especializó en comprar cuadros a judíos perseguidos. Tras el estallido de la II Guerra, amplió sus negocios a Holanda, Bélgica y Francia. También compró piezas robadas por la Gestapo.

Desde 1943, Hildebrandt colaboró con Hitler comprando obras para el Museo del Fürher, que nunca se construyó. Llegó a adquirir pinturas del Museo de Louvre como agente nazi. Murió en 1956 diciendo que su intención siempre fue resguardar el arte. Dejó una colección con obras de Picasso, Chagall, Matisse, Otto Dix, Max Ernst, Hans Cristoph, Max Lieberman, entre otros. Alrededor de 600 de esas piezas podrían haber sido robadas. Su hijo Cornelius consagró su vida a cuidarlas, manteniendo parte de la oscura historia alemana tras la puertas de su casa.