Quería tres años más. Solo tres no más, decía, para escribir una crónica satírica sobre las indignidades y ridiculeces que enfrenta un paciente avejentado, un paciente como él, internado en un hospital. Juan Radrigán acababa de salir de la Fundación Arturo López Pérez, después de semanas internado debido a un cáncer al pulmón, y demostraba que su humor e ironía estaban en perfectas condiciones.
A su buen ánimo colaboró el homenaje que se realizó a fines de septiembre en el Teatro Nescafé de las Artes, organizado por Rodrigo Pérez y Claudia di Girolamo, donde se montaron dos de sus obras más populares, Fantasmas borrachos y Amores de cantina. "¿A quién no le gustaría que sus colegas actores y directores se acordaran de uno, más si es haciendo teatro del bueno?", dijo aquella vez a La Tercera, al teléfono desde su casa en el centro de Santiago.
Juan Radrigán, nacido en Antofagasta el 23 de enero de 1937, mostraba signos de recuperación según quienes lo visitaban. Estaba en plena lucidez; tenía ganas de investigar y de escribir nuevamente.
Por eso su muerte, ocurrida ayer al mediodía producto de complicaciones derivadas del cáncer, sorprendió al medio teatral. "Una triste noticia enlutece al país. Juan Radrigán uno de los más importantes dramaturgos de nuestro país nos ha dejado", escribió en su cuenta de Twitter el ministro de Cultura, Ernesto Ottone.
"Toda la familia del teatro nacional está conmocionada", comentó la presidenta del Sindicato de Actores (Sidarte), Alejandra Gutiérrez. "Hemos estado al lado de él en su hospitalización, en el homenaje en el Teatro Nescafé, que tuvo una recepción muy buena y nos permitió costear toda la deuda hospitalaria. Estamos tranquilos por eso, a pesar de que perdemos a uno de los cronistas más importantes del Chile de los últimos 30 años y que deja un legado muy grande en formación, porque es uno de los dramaturgos que tiene más discípulos. Sentimos su partida, pero sabemos que su legado va a estar vivo por mucho tiempo", agregó.
Las muestras de tristeza y pesar se multiplicaron ayer por redes sociales. "El teatro chileno está de luto. Con la muerte de Juan Radrigán se va uno de nuestros autores más destacados. Mi sentido pésame a su familia", twitteo la Presidenta Michelle Bachelet.
El dramaturgo de El loco y la triste es velado desde ayer y hasta hoy a las 20.00 horas en la sede de Sidarte, en Ernesto Pinto Lagarrigue 131. Mañana será trasladado al Teatro Nacional Chileno, en Morandé 25, donde recibirá un homenaje del mundo teatral a las 12.30. Sus funerales se realizarán en el cementerio El Manantial, de Maipú.
"El era total, un punketa, un rebelde", dijo su hija, la dramaturga Flavia Radrigán, profundamente afectada.
Nuestro Shakespeare
"Siempre he sido rebelde y eso me ha jugado en contra. Aún me sorprende que me hayan dado el Premio Nacional", solía decir. Tal reconocimiento no parecía el destino natural para el hijo de un mecánico y una profesora de una salitrera, quien nunca recibió educación formal y aprendió a leer leyendo la Biblia, el único libro que había en su casa.
Pese a ello se convirtió en un lector curioso, y mientras trabajaba de cargador en La Vega o como obrero textil, escribía cuentos y poemas. Tras el Golpe Militar instaló un puesto de libros usados y encontró el medio para canalizar su voz: el teatro. En 1979 estrenó Testimonios de la muerte de Sabina, montada por el Teatro del Angel.
A través de la dramaturgia, Radrigán se rebelaba contra la dictadura y le daba voz a los marginados, a los huérfanos y perseguidos. Formó la compañía El Telón, con la que montó sus obras en poblaciones, antes de llegar a las salas. Sus textos se volvieron emblemas de la resistencia al régimen, como Las brutas (1980), El loco y la triste (1980), Hechos consumados (1981) y El toro por las astas (1982).
Tras el retorno a la democracia, continuó su búsqueda expresiva. Su obra, cruzada por el aliento de la tragedia, la poesía popular, los personajes desamparados, la compasión y la búsqueda de justicia, vino a ocupar un lugar insustituible en el teatro chileno. Ganó reconocimiento, aplauso crítico y la admiración de las nuevas generaciones. Así, en 1997 llegaba al Teatro Nacional Chileno con Fantasmas borrachos, dirigida por Rodrigo Pérez, y volvía dos años después con una versión de Hechos consumados por Alfredo Castro.
Perra celestial (1999), Medea mapuche (2000) y El exilio de una mujer desnuda (2001) marcaron el cierre de una etapa, que sería seguida por un ciclo donde escribió Beckett y Godot (2004) y Amores de cantina (2009).
El año pasado estrenó El príncipe desolado, en un montaje de gran producción dirigido por Alejandro Quintana, y su versión de La tempestad de Shakespeare con Claudia Di Girolamo y dirección de Rodrigo Pérez.
"Radrigán es al teatro chileno lo que Arrau es a la música docta, lo que Violeta Parra es al folclor, lo que Raúl Ruiz al cine o lo que Neruda y la Mistral son a la poesía. Esa es su magnitud", dijo Ramón Núñez en 2011, al otorgarle el Premio Nacional.
Autor de más de 40 obras, Radrigán fue también un generoso maestro para las nuevas generaciones. El escritor Marcelo Simonetti fue su tallerista y destaca tres lecciones aprendidas de él: "1. Que la vocación o la inspiración son leseras, que lo que importa es el trabajo. La escritura para él era lo más importante. Vivía para eso y nada más que para eso, sin importar lo que ésta le diera o le quitara. 2. Que ser artista también implica un compromiso. En medio de un país que ignora al desamparado, él escribió sobre ellos y para ellos, sin hacer alardes ni posando de intelectual. 3. Que en el dolor y en la marginalidad hay una belleza que no todos quieren ver, pero que necesitamos, no para compadecernos, sino para intentar un país más justo".