Apareció en silla de ruedas, con el puño en alto y queriendo ponerse en pie. El cáncer le había arrebatado la voz, la lengua insolente con que disparó contra todo quien alguna vez se le cruzó viéndolo de reojo. Llevaba semanas internado en la Fundación Arturo López Pérez, rodeado de sus amigos más cercanos, entre ellos el poeta Sergio Parra, dueño de librería Metales Pesados. Pero el pasado 7 de enero, Pedro Lemebel hizo su última aparición pública en el GAM. La Noche Macuca, como él mismo la llamó, sería la anticipada despedida de su fanaticada. A las 2 de la madrugada de ayer, Aldo Perán, su amigo y vocero, anunció su deceso por Twitter: "Me duele esta noche tu partida, amigo".

Pedro Lemebel, el profesor, artista visual, performista, cronista, la Yegua del Apocalipsis y una de las plumas más provocadoras de las letras locales, había muerto a los 62 años.

Se llamaba Pedro Segundo Mardones Lemebel. Nació el 21 de noviembre de 1952, en Santiago. Su nombre lo heredaría de su padre, un panadero a quien le dedicó su última recopilación de crónicas, Háblame de amores, de 2012: "Para Pedro Mardones Paredes, mi padre, por la áspera ternura de su caricia rural". Su madre, en tanto, Violeta Elena Lemebel, fallecida en 2001, tres días después del lanzamiento de Tengo miedo torero, su única novela publicada hasta la fecha, lo crió a orillas del Zanjón de la Aguada, en La Legua. Allí estudió en el Liceo Industrial de Hombres, infiltrado entre soldadores, mueblistas, y compañeros crueles que se burlaban de su sedosa coquetería. Su último año escolar lo cursó en el Liceo Manuel Barros Borgoño.

En 1970 entró a la Universidad de Chile, donde se tituló de profesor de Artes Plásticas. Ese mismo año se mudaría junto a su madre a unos blocks en Avenida Departamental, el sucio escenario de sus primeras andanzas y donde conoció de cerca la marginalidad, sazón de lo que sería su trabajo como escritor. Nueve años más tarde comenzó a ejercer como docente en dos liceos periféricos de Santiago, pero en 1983 fue despedido. Nunca más retornaría a las salas de clases. Sus contorneos y seductores pasos lo llevarían hacia otros rincones.

El primer acercamiento con la literatura lo vivió a los 26 años, al ganar el primer lugar en una competencia poética en la Caja de Compensación Javiera Carrera con el cuento Porque el tiempo está cerca. Retirado de la docencia formal, y mientras dictaba talleres literarios, se inmiscuyó en el mundo literario, donde conoció y compartió con escritoras feministas como Diamela Eltit, Pía Barros, Raquel Olea, Nelly Richard y otras. Llegó a militar en el Partido Comunista, pero su simpatía con la izquierda se empañaría pronto por el prejuicio hacia su homosexualidad desbordante.

A esas alturas, Lemebel ya se pronunciaba fuerte contra la dictadura, pero su figura hizo eco recién en 1986, cuando apareció en un encuentro de partidos de izquierda en la Estación Mapocho. Encumbrado sobre dos tacones altos y con una hoz maquillada sobre el rostro, leyó Hablo por mi diferencia, el manifiesto que lo catapultó como uno de los personajes más excéntricos e irreverentes de los que alguna vez se tuviera memoria.

"No soy Pasolini pidiendo explicaciones. No soy Ginsberg expulsado de Cuba. No soy un marica disfrazado de poeta", comenzaba el texto. Y seguía: "No necesito disfraz. Aquí está mi cara. Hablo por mi diferencia. Defiendo lo que soy. Y no soy tan raro. Me apesta la injusticia. Y sospecho de esta cueca democrática. Pero no me hable del proletariado. Porque ser pobre y maricón es peor".

A fines de los 80 conoció al poeta Francisco Casas, futuro compañero de andanzas callejeras y junto a quien formó el colectivo Las Yeguas del Apocalipsis. Fueron sus provocadoras intervenciones en actos públicos y exposiciones de arte las que hicieron de la dupla un ícono de la contracultura nacional. Hasta hoy, el registro de algunas de sus obras permanece en el Museo Reina Sofía, en España. Para entonces, ya había decidido hacer un lado su apellido paterno. Tal y como él mismo revelara en una entrevista en 1997, "el Lemebel es un gesto de alianza con lo femenino, inscribir un apellido materno, reconocer a mi madre huacha desde la ilegalidad homosexual y travesti".

En 1996, y con el lanzamiento de su primera colección de crónicas el año anterior, La esquina es mi corazón -que reunía textos publicados en Página abierta, Punto final y La Nación-, su voz se esparciría por el dial a través de Cancionero, el segmento que creó para Radio Tierra, y donde leía crónicas ambientadas en barrios marginales. A fines de la misma década, y ya reconocido a nivel internacional por su áspero humor, excentricidad y algunos cuantos vicios, dictó conferencias en las universidades de Stanford y Harvard. En la Casa de las Américas de La Habana, Lemebel tendría una semana completa de homenajes en torno a su obra.

Un año antes, su amigo, el escritor Roberto Bolaño, quien había emigrado a España, lo señalaría como uno de los grandes poetas de su generación. Así, se abriría paso en el mercado europeo con Crónicas de sidario, publicado por Anagrama, su primer libro editado y lanzado en el extranjero. Desde entonces, su obra despertó el interés en América y Europa. Llegaría a publicar ocho colecciones de crónicas y una novela. En 2012, fue incluido en las antologías Mucho mejor que ficción, publicada por Anagrama y a cargo de Jorge Carrión, y en Antología de crónica latinoamericana actual, de Alfaguara.

Ganador del Premio Iberoamericano de Letras José Donoso en 2013, y candidato al Premio Nacional de Literatura, que en 2014 recayó en Antonio Skármeta, declaró a La Tercera en agosto pasado: "Todo comenzó como un juego, como una propuesta de mi amigo Sergio Parra (su amigo y dueño de la librería Metales Pesados) y acepté. Nunca imaginé que tomaría tanta fuerza popular. Una adhesión cariñosa de mi pueblo lector que el jurado no tomó en cuenta. Nunca creímos que podría ganar. Sabíamos que ese premio estaba más arreglado que cara de travesti", dijo.

La madrugada del 11 de febrero de 2014, ya estabilizado del cáncer de laringe que le detectaron en 2011 y que le quitó la voz, Lemebel volvió a las calles en el barrio donde pasaría sus últimos días en solitario, en un departamento frente al Parque Forestal. Desnudo, y acompañado de cinco personas, bajó las escalinatas del Museo de Arte Contemporáneo, donde trazó líneas de neoprén para prenderles fuego. Luego, se envolvió en un saco de lino húmedo y rodó por el suelo ardiendo en llamas. Salió ileso. Era su retorno a la performance y al mundo público, pero le quedarían pocos meses con vida.

La mañana de ayer, un comunicado entregado por sus cercanos detalló que "estuvo aquejado largo tiempo por un cáncer de laringe que pretendió dejarlo sin voz, pero, ¿quién podría dejar sin voz a Lemebel? Su voz existe y persiste". Su amiga, la editora Carmen Soria, dijo que "luchó durante tres años y se fue acompañado de sus amigos". Ayer, sus restos fueron velados en la Iglesia de la Recoleta Franciscana, y hoy será enterrado en el Cementerio Metropolitano.

Tras dos laringectomías y constantes sesiones de radioterapia, Lemebel vivió sus últimos tres años alejado del mundo, casi en silencio. Se había vuelto vegetariano y dejó los excesos de la bohemia, mas nunca perdió el humor. "Cómo es la vida… Yo arrancando del sida y me agarra el cáncer", declaró. "Ahora hasta me acuesto temprano. Esto me sirvió para cuidarme, estar más sano. Siempre fue una enfermedad más, no era para morirse tampoco, y no lo asumo como un estigma macabro. Quizás llegue a escribir sobre esto algún día".