El último canciller de la Unión Soviética, Eduard Shevardnadze, figura clave en el fin de la Guerra Fría, falleció este lunes a los 86 años, retirado de la política desde su renuncia a la presidencia de Georgia en 2003.
Shevardnadze "falleció hoy a mediodía", indicó a la AFP su asistente Marina Davitashvil. "Llevaba mucho tiempo enfermo" añadió.
Shevardnadze tuvo un papel esencial en la Perestroika, "reestructuración" lanzada a fines de los años 80 por el líder soviético Mijail Gorbachov con la intención de reformar el anquilosado sistema soviético y que concluyó en 1991 con el desmembramiento de la URSS.
Como ministro de Relaciones Exteriores soviético, negoció tratados de desarme nuclear con Estados Unidos y facilitó los procesos de democratización de los países comunistas de Europa del Este, que condujeron a la caída del Muro de Berlín en 1989 y la posterior reunificación de Alemania.
"No creo que la Guerra Fría hubiera podido acabar de forma pacífica sin él (...) Este hombre es un héroe", dijo en el año 2000 James Baker, ex secretario de Estado de Estados Unidos, que pasó largas horas negociando con Shevardnadze.
Su final político fue menos glorioso: tras ser elegido presidente de la Georgia independiente en 1995, tuvo que dimitir en 2003, en plena "Revolución de las Rosas", dejando al país caucásico sumido en la pobreza y al borde del caos.
"Era un hombre muy capaz, de talento, muy abierto para trabajar con todas las capas sociales", declaró Gorbachov a la radio Eco de Moscú.
El presidente ruso Vladimir Putin presentó sus "sinceras condolencias a la familia y a su entorno, así como al pueblo de Georgia", tras conocerse la noticia de su fallecimiento.
UN COMUNISTA EJEMPLAR
Shevardnadze nació el 25 de enero de 1928 en Mamati, una aldea de Georgia, ex república soviética de donde también procedía el dictador soviético Josef Stalin.
Se afilió al Partido Comunista a los 20 años y tuvo un ascenso fulgurante. En 1968 fue nombrado ministro del Interior de Georgia y cuatro años más tarde primer secretario del PC de esa pequeña República Soviética. Durante ese periodo, condujo tanto una osada campaña contra la corrupción como una implacable represión de la disidencia.
En 1978, llega a Moscú como miembro del Buró Político del PC soviético, al que un año más tarde sumaría Gorbachov, el integrante más joven de esa todopoderosa instancia.
Ambos dirigentes comparten la convicción de que la URSS necesitaba reformas urgentes. Y cuando en 1985 Gorbachov es ungido secretario general del Partido, confía a Shevardnadze las riendas de la diplomacia soviética.
Su acción reflejó la política de ruptura.
Shevardnadze tuvo un papel preponderante en el avance de las negociaciones de desarme nuclear y resistió a los pedidos de intervención soviética para respaldar a los dirigentes de Europa del este ante los movimientos prodemocráticos que acabaron por derribarlos.
En el plano interno, enfrentó a los ortodoxos que buscaba poner fin a la Perestroika. Renunció a su cargo un año antes del colapso de la URSS, pero volvió a ocuparlo durante un corto periodo en los últimos meses del régimen.
UN ZORRO YA NO TAN HÁBIL
Su Georgia natal, entre tanto, se hundía en el caos. Su primer presidente de la era postsoviética, Zviad Gamsajurdia, fue rápidamente derrocado por un golpe de Estado. La guerra civil parecía inevitable y Shevardnadze fue nombrado al frente del Consejo de Estado para tratar precisamente de evitarla.
Su éxito fue parcial: Georgia perdió los territorios prorrusos de Abjasia y Osetia del Sur, pero el resto del país logró mantener su unidad, contra muchas previsiones.
En 1995, fue elegido presidente, y sus primeros pasos alentaron las esperanzas. El país se dotó de una Constitución de estilo occidental y consiguió respaldo de Estados Unidos y la Unión Europea.
Las tensiones persistían, pero Shevardnadze lograba sortearlas -salvando incluso dos tentativas de asesinato en 1995 y 1998-, lo cual le valió el apodo de "viejo zorro".
En 2000 fue reelecto, pero sus recursos -y las ilusiones que generó su arribo- se agotaban. Sus críticos le acusaron de pactar con clanes mafiosos. La criminalidad y la corrupción tuvieron un veloz ascenso y el Estado, incapaz de asegurar ingresos fiscales, quedó al borde de la bancarrota. El nivel de vida y los servicios públicos se desmoronaron.
En 2003, los fraudes en las elecciones legislativas acabaron con la paciencia de los georgianos, que salieron en masa a la calle para reclamar nuevos comicios.
En un primer momento, Shevardnadze se negó a ceder, y concentró tropas cerca de Tiflis. Pero finalmente aceptó los reclamos y renunció al cargo, en un gesto que le valió algún reconocimiento por haber evitado nuevamente, y esta vez en su país, un baño de sangre.
En sus últimos años vivía de una pequeña pensión, en una residencia oficial en Tiflis, donde escribió sus memorias. Estaba rodeado de fotos enmarcadas de sus viejos amigos durante sus años de gloria, cuando había contribuido a forjar el destino de Europa.