Fue en 1942 cuando la sicología habló por primera vez de resiliencia. Un artículo publicado en la revista americana de siquiatría adoptaba este concepto, que nace de la Física y que se refiere a la propiedad de algunos metales de doblarse y luego recobrar su forma, para describir la capacidad de algunas personas de sobreponerse a las condiciones adversas. El concepto, sin embargo, fue retomado sólo en los 60 cuando las sicólogas estadounidenses Emmy Werner y Ruth Smith deciden comenzar con un estudio pionero y seguir las vidas de 698 niños de extrema pobreza en la isla de Kauai en Hawai. Tres décadas después, un tercio de ellos se habían convertido en adultos cariñosos, competentes y con confianza en sí mismos, pese a su difícil infancia.

¿Qué tenían en común? Tolerancia a la frustración, autoestima y una fuerte sensación de control sobre sus destinos, el convencimiento de que lo mal o bien que les fuera en la vida dependía esencialmente de ellos. Desde entonces, la resiliencia se convirtió en una capacidad altamente valorada por la sicología positiva y, según algunos estudios, no es sólo algo con lo que se nace, sino que también se puede desarrollar. De hecho, se estima que caracteriza al 50% de la población.

Pero, claro, nada es gratuito. Porque lo que están descubriendo ahora las investigaciones es que la resiliencia tiene sus costos. Y, en ocasiones, bastante altos.

El doctor Rodrigo Erazo, siquiatra de Clínica Las Condes y del Instituto Chileno de Terapia Familiar, lo ha visto muchas veces en su consulta: pacientes que superaron infancias difíciles, que alcanzaron vidas exitosas en la adultez, pero que tardíamente (a veces después de los 50 años) empiezan con alteraciones del ánimo, palpitaciones, falta de energía, episodios de tristeza sin razón aparente, problemas de concentración o memoria, dolores lumbares o abdominales, cefalea, cambios de humor, irritabilidad, angustia. ¿Por qué? Volviendo a la Física, podría hablarse de "fatiga de materiales".

Cuando una persona ha sido capaz de desarrollar estrategias adaptativas y sobreponerse a experiencias traumáticas, no es raro que sobreestime su fortaleza, se exija más de la cuenta y sienta que puede salir adelante en cualquier situación. "Ellos enfrentan todas las cosas, dicen 'yo me la puedo' y continúan con sus vidas. Así siguen de largo en traumas que desmoronarían a otras personas, como un divorcio o la pérdida de un ser querido", explica Erazo.

Sin embargo, todo tiene su límite. Y cada nuevo desafío es más desgaste para el organismo. Esto es precisamente lo que revela uno de los pocos estudios que han analizado este tema: los resilientes conocen antes de problemas cardiovasculares, diabetes o cáncer.

El hallazgo lo hicieron investigadores de la U. de Georgia (EE.UU.) que estudiaron a 489 niños afroamericanos crecidos en familias pobres del sur de Georgia. Revisaron las evaluaciones sobre su rendimiento emocional, académico y social hechas por los profesores entre los 11 y 13 años. Después compararon estos datos con su carga alostática (desgaste del organismo al verse expuesto a episodios de estrés continuos) a los 19 años. Los resultados fueron sorprendentes y mostraron que los mejor evaluados por sus profesores tenían peor salud cuando grandes. "Para los jóvenes que vencen todos los pronósticos y son resistentes, el trabajo duro que hacen para batir las probabilidades puede significar 'un peaje' corporal que podría hacerlos más propensos a enfermedades en el futuro", explica a Tendencias Gene Brody, director del Centro de Investigación de la Familia de la U. de Georgia.

COMO JOHN HENRY

El trabajo de la Universidad de Georgia sigue una línea de investigación que comenzó el epidemiólogo y experto en salud pública Sherman James (U. de Duke), quien en los 80 elaboró la Teoría JH, por las iniciales del héroe popular norteamericano John Henry. Cuenta la leyenda que Henry, un trabajador ferroviario afroamericano, quería ser el mejor en el gran desafío estadounidense de finales del siglo XIX: la construcción de las líneas de trenes que atravesarían las montañas del oeste. Pero para eso tenía la competencia del martillo a vapor, diseñado para ajustar los rieles al suelo, que amenazaba su empleo y el de sus compañeros. Por eso reta a la máquina a una competencia para ver quién martillaba más rieles, donde sorpresivamente vence pero, producto del esfuerzo, sufre un ataque cardíaco y muere en el lugar de la hazaña.

La analogía se le ocurrió a James cuando en 1978 entrevistó a un hombre afroamericano que había logrado sacar de la pobreza a su familia, y a los 40 años tenía tierras de cultivo de más de 30 hectáreas. El problema es que a los 50 años ya tenía hipertensión, artritis y una severa úlcera péptica. ¿Su nombre? John Henry Martin.

James creó una escala con 12 preguntas para probar su "hipótesis John Henryism", descubriendo que en poblaciones afroamericanas que crecieron en entornos problemáticos, quienes tenían puntuaciones más altas en afirmaciones del tipo "cuando las cosas no salen como quiero, me hace trabajar más fuerte aún" o "una vez que me hago a la idea de hacer algo, me quedo con ella hasta que el trabajo está completamente hecho" mostraban mayor propensión a sufrir problemas de presión arterial alta, con su consiguiente riesgo de enfermedades cardiovasculares.

El proceso fisiológico que hay detrás fue descrito en los 90 por neuroendocrinólogos de la U. de Yale. Todo parte cuando frente a situaciones de estrés el cuerpo responde con la activación de mecanismos neuronales, como la liberación de cortisol y epinefrina. Estas hormonas a corto plazo ayudan a la adaptación del organismo para soportar el estrés; alcanzando lo que se conoce como alostasis, el proceso con el que el cuerpo se estabiliza, lo que consigue a través de procesos fisiológicos como el aumento de la carga de trabajo del miocardio, de la coagulación y la disminución del tono muscular de tracto gastrointestinal. Pero cuando este mecanismo se prolonga en el tiempo, la acción sin regular de las hormonas causa un aumento de la carga alostática, que deriva en el debilitamiento del sistema inmune, precipitando enfermedades crónicas.

"El desgaste acumulado del cuerpo aumenta el riesgo de que estos jóvenes tengan enfermedades crónicas del envejecimiento", explica Brody.

DEJESE CAER

El mayor problema de estas personas son ellos mismos. "Son pacientes acostumbrados a soportar los síntomas depresivos, cuando empiezan a sentirlos no los reportan porque tienen la percepción de que pueden salir adelante solos", dice Erazo. Por eso la recomendación de los especialistas es sencilla. "Dejarse caer y asumir la pena, buscando ayuda. Y no me refiero a especialistas, sino a grupos de apoyo social, como la familia y los amigos", agrega Pedro Godoy, siquiatra de la U. de Chile y director de Edras Chile, para quien el mejor consejo para estas personas es que sepan que a veces hay que saber perder y esperar un tiempo para levantarse.