La arcilla y Rafael Nadal son uno. No hay otra explicación para entender la hegemonía del español sobre esta superficie. Hace instantes consiguió lo que ningún otro tenista en la historia había logrado: tener en sus manos, 50 títulos sobre tierra batida. Superó a Albert Ramos (23º) por 6-1 y 6-3 y superó los 49 trofeos del argentino Guillermo Vilas. El Príncipado, testigo de otra hazaña del español. La historia, se escribió de esta manera.
El reloj marcaba las 14:38 en Mónaco. Nadal al servicio. El público a tope en las graderías. De arranque, el multicampeón mostró su chapa. Se hizo del primer juego con facilidad y enseguida generó tres bolas de quiebre. Pero su rival escapó de la situación y consiguió equiparar las acciones tras un gran servicio. Rafa machacaba con su derecha al revés y encontraba el peligro. Fue así como se fue al primer descanso en ventaja 2-1 tras un golpe ganador de derecha. Rostro sereno y al banquillo.
Ramos se notaba tenso. La soltura de su derecha no aparecía y comenzaba a lanzar los primeros gritos al aire buscando respuestas. Dos drive largos dejaron a Nadal, otra vez, con un 0-40. Y allí no perdonó. Con un winner cruzado, obtuvo el primer quiebre del partido. Todo en orden para el dueño de Montecarlo. Los intercambios eran largos y la profundidad de Rafa rendía frutos. De Enseguida ratificó el quiebre con una sólida volea en la red.
Imponente se mostraba Nadal, quien se hizo del primer set por 6-1 tras 31 minutos de juego con ace abierto. Cómodo, como en casa, se mostraba el dueño de la arcilla de Mónaco. Ramos, un jugador que tras Roland Garros 2016 tuvo un alza en su nivel, no encontró respuesta. No generó posibilidades de quiebre y nunca pudo destrabar el juego de su rival.
En los tres primeros juegos del segundo set, Ramos utilizó el recurso del drop shot y consiguió profanidad en sus tiros. Así fue como generó peligro y sostuvo su servicio para irse en ventaja de 2-1 al primer descanso. Su rostro cambió y por primera vez en el partido, cerraba su puño y lanzaba un grito de aliento. Pero allí cuando el partido comenzaba a tener emoción, Nadal lo anestesió. Lo durmió quitándole la ilusión de su primer Masters 1000 y consiguió el quiebre que le otorgaba tranquilidad tras un revés de Ramos que voló por los aires marchándose largo.
Lo que vino después fue la radiografía del partido. Nadal plantado en la línea de base cuando generaba peligro y su rival que corría de lado a lado en el fondo de la cancha. Con el 4-2, Ramos soltó el brazo y tras un gran juego de servicio, descontó en la cuenta volviéndose a dar aliento. Y cuando parecía que todo estaba escrito, la ilusión volvía al cuerpo del retador Albert con un 0-30.
Pero otra vez, Nadal escapó y quedó a tiro de su décimo Montecarlo con una ventana de 5-3. Tras un punto extraordinario en defensa, logró el punto de partido. Gritos en la gradería. Rafa pedía silencio con su mano. En sus dos primeras chances de campeonato, falló. Pero dicen que la tercera es la vencida. Y fue así. Tras una doble falta de Albert Ramos, Nadal se guardaba bajo su brazo, el décimo título. Celebración tranquila para el mallorquín.
Con la victoria, Nadal se hizo de su vigésimo noveno título de la categoría Masters 1000 quedando a uno de los 30 que de Novak Djokovic. Además, alcanzó las 370 victorias sobre polvo de ladrillo. Rafa, el mejor tenista de la tierra.