Al mediodía del 17 de agosto de 2007 los parlantes del aeropuerto Chacalluta, en Arica, emitieron el último llamado para abordar el vuelo Sky 173 a Santiago. El mismo que tomarían dos bolivianas: Nahira Mendoza (21) y Fabiola Coimbra (24). Era el último tramo de un viaje que habían comenzado 30 horas antes en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, donde se subieron a un bus que las había traído a Arica por Chungará.

En el barrio San Antonio de Santa Cruz, Nahira y Fabiola eran vecinas, vivían en casas frente a frente. Pero en el aeropuerto chileno simulaban no conocerse, para no despertar sospechas. Se sentarían en el avión en asientos separados y se bajarían cuando el avión hiciera escala en Antofagasta. En una residencial de esa ciudad evacuarían los ovoides de cocaína –bolas de droga prensada recubierta con látex, del porte de un corcho– que llevaban en el estómago. Fabiola cargaba 90 y Nahira, 73. Un kilo 637 gramos en total.

Nahira estaba tranquila. Durante los últimos tres años había transportado cocaína en su estómago a Barcelona, Islas Canarias y Rio de Janeiro, sin ser descubierta. No trabajaba para otros. Era la dueña de la cocaína que llevaba en su estómago y la líder de una banda de burreros. Para este viaje a Chile había reclutado a Fabiola. Le pagaría 10 dólares por ovoide evacuado. 900 dólares en total.

El plan había funcionado hasta el momento, pero esa mañana, en el aeropuerto chileno, Fabiola estaba tan nerviosa que transpiraba; tenía los ojos vidriosos y la boca seca, típicos síntomas de alguien que ha tragado ovoides. "Con la coca en el estómago me sentía mal, se me dormían las manos, me tenía que sujetar el vientre", dice. Nahira se le acercó disimuladamente y, entre dientes, le dijo: "Si sigues tocándote esa guata y no cambias la cara, te van a pillar y te van a meter presa".

A pesar del nerviosismo de Fabiola, Nahira confiaba en que la policía no sospecharía de ellas. Ambas estaban embarazadas.

Fabiola tenía cinco meses y una semana de gestación. Era su primera guagua. Con una blusa rosada, pantalones blancos y un bolso de mano, subió por la escalera mecánica hacia el segundo piso del terminal aéreo rumbo a la sala de embarque. "Me tocaba la panza preocupada por mi bebé. También para que que transportan droga todos se dieran cuenta de que estaba embarazada y la policía no sospechara de mí. Luchaba por que no se me notara lo nerviosa que estaba. Mi corazón palpitaba con fuerza", recuerda.

Varios escalones tras ella, Nahira, de tres meses y dos semanas de embarazo, avanzaba con aire seguro, con un vientre apenas abultado. También esperaba a su primer hijo. De jeans y zapatillas blancas, más un bolso de mano igual al de Fabiola, confiaba en el pacto que había entre ambas: "La policía no podía saber que veníamos juntas. Si alguna de las dos era aprehendida, tenía que apechugar sola", explica Nahira.

Ninguna de las dos sabía que su llegada al aeropuerto a último minuto las había convertido en sospechosas hacía rato. Frente al mesón de la aerolínea, un detective antinarcóticos encargado de observar a quienes llegan atrasados al chequeo había confirmado con una ejecutiva de Sky que las dos bolivianas, además, habían pagado sus pasajes en efectivo. Otro motivo para sospechar. El detective tomó su radio y dio la alerta.

Fabiola fue la primera en acercarse al detector de metales que marca el umbral hacia la zona de embarque. Al otro lado la esperaban dos detectives antinarcóticos, Víctor Aguilera y Sergio Hurtado. Con la mirada gacha, intentando esconder una cara que presentía pálida, Fabiola puso su bolso de mano en la huincha del escáner y atravesó rápidamente el detector de metales sin que sonara alarma alguna. No alcanzó a caminar dos metros cuando Aguilera la detuvo. "¿A dónde vas?", le preguntó. "A Antofagasta", respondió Fabiola. "¿Vienes sola?", replicó el policía, justo cuando Nahira pasaba junto a ellos, suplicando que su compañera no se saliera del libreto. "No, vengo con ella", dijo Fabiola, y tomó a Nahira del brazo.

"Que Fabiola violara nuestro trato fue un batatazo", dice Nahira. "Pero mantuve el control". Fabiola sólo atinaba a inflar su guata exageradamente. Recién en ese momento los detectives se dieron cuenta de que Fabiola estaba esperando guagua. Nahira adoptó instantáneamente el rol de vocera de ambas.

"Estamos embarazadas y vamos de paseo a Antofagasta", fue lo primero que salió de su boca. Se levantó la polera para mostrar su vientre. Sacó de su bolso un carnet de control ginecológico boliviano y le pidió a Fabiola que hiciera lo mismo. Aguilera y Hurtado, los dos policías fiscalizadores, estaban confundidos.

"Yo estaba seguro, por los síntomas de Fabiola, de que al menos ella traía droga en su estómago. Podría haberlo apostado. De Nahira, por su seguridad, dudaba. Pero cuando vi los papeles que confirmaban que estaban embarazadas, me descolocaron. ¿Embarazadas con ovoides? No me cabía en la cabeza. Nunca habíamos visto algo así", dice Aguilera a Paula.

LA ESTRATEGIA
El ingreso de droga a Chile por la frontera norte a través de correos humanos es un negocio antiguo y de naturaleza mutante. Los primeros burreros eran casi todos peruanos o bolivianos con un bajo nivel educacional, reclutados por narcos en zonas selváticas de Bolivia, o Tingo María y Huánuco, en Perú. A veces accedían sin saber del todo los riesgos que corrían si un ovoide se les reventaba en el estómago o la policía los detenía. Como ese perfil de burrero se volvió conocido para los detectives, las mafias fueron buscando otras caras: peruanos y bolivianos mejor educados –incluso universitarios–, capaces de interactuar con la policía. Turistas europeos, ancianas, discapacitados y mujeres comerciantes, acostumbradas a cruzar hacia Chile a diario por los controles de Chacalluta y Chungará. Los narcos se renuevan constantemente. La última tendencia es usar a embarazadas para transportar droga a Chile. Embarazadas como Fabiola y Nahira.

"Las organizaciones que reclutan burreros al otro lado de la frontera han puesto sus ojos en las embarazadas porque saben que es difícil que la policía sospeche que traen droga", asegura Iván Villanueva, jefe de la Policía Antinarcóticos de Arica.

Nahira y Fabiola fueron las primeras burreras embarazadas detectadas por la policía chilena. "Suena frío, pero desde entonces, cuando uno se enfrenta a una embarazada en un control fronterizo o en el aeropuerto, hay que pensar –aunque cueste– que puede traer droga en el cuerpo", dice Verónica Godoy, inspectora antinarcóticos de Chacalluta.

Las cifras muestran que la participación de embarazadas como correos humanos ha aumentado. Según datos de la Defensoría Penal Pública, durante 2008 fueron ocho las embarazadas con ovoides detenidas por la policía. Y van dos casos más en 2009. Una de ellas es Marilú Chambilla (22).

Dos mil pesos chilenos. Eso era lo que ganaba diariamente Marilú vendiendo confort y ropa de segunda selección en el Agro, el mercado más grande de Arica. Es peruana, vivía en Tacna, era el sostén financiero de su hija de seis años y de su madre. Con cuatro meses de embarazo, pronto sumaría otro hijo a quien mantener. En diciembre de 2008 se sintió afortunada cuando un cliente ariqueño, Apolinario Toledo, le ofreció un trabajo. No sintió lo mismo cuando supo de qué se trataba: debía cruzar desde Tacna hacia Arica con un ovoide vaginal: 300 gramos de cocaína envuelta en un globo de látex. A cambio recibiría 50 mil pesos. "El chileno me dijo que se había dado cuenta de que yo estaba embarazada, que con más pancita estaría mejor, porque no sospecharían de mí, pero si quería el trabajo, era mío", recuerda Marilú. "Me dio miedo que le pasara algo a mi guagua, pero el señor me aseguró que otras embarazadas habían hecho el trabajo sin problemas". Marilú aceptó.

El 9 de enero de 2009 llegó al control de Chacalluta con el ovoide dentro. Se lo había puesto una mujer el día anterior, en una pensión de Tacna. El ovoide le provocaba a Marilú un dolor como de parto que la hacía cojear. "Pensaba que en cualquier momento el huevo de coca se reventaba y mi hijo moría", dice.

No sabía que un día antes, Toledo había sido detenido en su casa, en Arica, y el viaje que ella hacía embarazada se había transformado en una entrega vigilada. Marilú llegó muerta de dolor a la casa del chileno y, cuando pujaba en el baño para que saliera el ovoide de cocaína, la policía la detuvo.

No corrió mejor suerte Lourdes Pacoticona (40), otra embarazada de casi cuatro meses. También comerciante y oriunda de Tacna, fue contactada por una compatriota peruana. "Me ofreció 300 soles –55 mil pesos chilenos– por traer a Chile droga en mi vagina. Me dijo que lo hiciera por mi hijo que venía en camino, que él después me lo iba a agradecer. También que mostrara mi guata lo más posible y caminara como embarazada para que no sospecharan de mí. Así lo hice", cuenta Lourdes.

El 5 de febrero de 2009 sorteó con éxito el control de Chacalluta junto a dos burreras no embarazadas, todas con ovoides vaginales. Estaban en el rodoviario ariqueño, a punto de tomar un bus rumbo a Santiago, su destino final, cuando la policía las detuvo. Una de las compañeras de Lourdes había despertado las sospechas de los detectives, porque estaba demasiado nerviosa. Llevaban un kilo y medio de cocaína entre las tres.

Lourdes Pacoticona y Marilú Chambilla están en la cárcel de Acha, en Arica. Cumplen 90 días de prisión preventiva, mientras esperan sus respectivas condenas.

LA RADIOGRAFIA
En el estómago cabe poco más de un kilo de ovoides de cocaína. En la vagina de una mujer embarazada, hasta medio kilo. Esta última opción no produce los típicos síntomas del burrero que carga droga en el estómago, como la boca seca o los ojos vidriosos. Son fórmulas distintas con riesgos diferentes: "El intestino está hecho para absorber. Si un ovoide de 10 gramos de cocaína se rompe, se produce una absorción brusca y la mujer muere en tres o cuatro minutos. Es imposible salvarle la vida al feto, que muere con previas convulsiones. En cambio, si un ovoide vaginal se rompe, la vagina expulsa la coca naturalmente, porque las paredes vaginales no están hechas para absorber. Nadie muere, aunque puede causar molestia por la irritación que produce en la zona", explica el doctor Hernán Sudy, subdirector del hospital Juan Noé de Arica.

Nahira Mendoza estaba acostumbrada a transportar cocaína en el estómago. La reclutaron como burrera a los 16 años. A los 18 se convirtió en su propia jefa: comenzó a cargar droga que ella misma compraba y a fichar correos humanos que trabajaban para ella. "Envié al menos a 30 burreros con coca en el estómago a distintas partes del mundo. Fueron viajes que hicieron primos, tíos y correos de confianza, todos adiestrados por mí", dice. En Santa Cruz compraba a dos mil dólares el kilo de cocaína pura proveniente de los laboratorios del valle del Chapare, en Cochabamba. Al venderla, duplicaba la inversión.

Nahira dice que lo de las embarazadas es una tendencia nueva. "Los captadores de burreros comenzaron a buscarlas para enviar coca. A veces me preguntaban si tenía algunas en mi lista de tragadoras, para prestárselas", asegura Nahira.

Nunca usó estos correos humanos en su negocio, hasta que quedó esperando guagua. "Mi doctor, que trabaja con narcos, me aseguró que si los ovoides estaban bien sellados –con al menos seis capas de látex–, podrían durar hasta tres días en el estómago y que nada le iba a pasar a mi bebé", dice. Cuando la policía la detuvo en Chacalluta, Nahira acababa de pasar droga en avión a Brasil sin que la descubrieran.

En 2007, en el aeropuerto chileno, los detectives Víctor Aguilera y Sergio Hurtado pidieron refuerzos para recabar terceras y cuartas opiniones policiales sobre Nahira y Fabiola. "Se armó un debate entre los detectives para determinar si las íbamos a tratar como sospechosas o no. La mayoría creía que Fabiola era burrera, por sus síntomas, y que Nahira no traía droga. Pero, como viajaban juntas, decidimos trasladarlas a las dos al hospital para comprobar si tenían ovoides en el estómago", dice Daniela Begorre, inspectora antinarcóticos.

Las llevaron al hospital Juan Noé. El procedimiento habitual en estos casos es tomar radiografías. "Yo estaba convencida de que no nos podían sacar radiografías a las embarazadas. Pensaba que éramos inmunes, que jamás iban a comprobar que traíamos coca", dice Nahira. Se negó categóricamente a firmar la autorización para el examen. "En el mismo hospital había letreros que decían que las embarazadas no deben sacarse radiografías", agrega.

Tras casi cinco horas de interrogatorio, Fabiola firmó la autorización y le sacaron la placa radiológica que confirmó que cargaba ovoides. Nahira fue la siguiente. "Y nunca firmé la autorización", reclama. Consultado por Paula, el fiscal de Arica que ordenó las radiografías, Carlos Eltit, no se quiso referir al caso.

¿Con una radiografía corren peligro los hijos en gestación? El doctor Mauro Parra, jefe de la Unidad de Medicina Fetal de la Universidad de Chile explica: "Se recomienda, por precaución, no someter a rayos a una mujer antes de las 17 semanas de embarazo (Nahira tenía 14 semanas), pero incluso así es extrañísimo que un bebé nazca con malformaciones si una madre se expone a una sola placa radiológica. Se necesitarían, por ejemplo, 71 radiografías de tórax o 125 de pelvis para llegar a las dosis de riesgo real", afirma.

Sin embargo, después del caso de Nahira y Fabiola, en el hospital Juan Noé hay un protocolo para embarazadas sospechosas de transportar droga: la ecografía –y no la radiografía– es el medio de prueba. "La ecografía, que nunca es dañina para el feto, también puede captar la presencia de cuerpos extraños, como ovoides de cocaína", afirma el doctor Parra.

Después de ser detenidas, las dos bolivianas se ducharon en el cuartel Belén de Antinarcóticos. "Fue impactante verlas desnudas bajo el agua, con sus guatas de embarazadas y con la certeza de que tenían, además de un feto, muchos ovoides dentro", relata la inspector Begorre. "Se vistieron y se acostaron abrazadas en una celda. Nahira durmió sin problemas. Fabiola lloró hasta el amanecer". Con ayuda de laxantes, demoraron tres días en evacuar todos los ovoides.

El 16 de junio de 2008 el tribunal emitió la condena definitiva para Fabiola y Nahira: 5 años y un día para cada una. Están en la cárcel de Acha, donde más del 90 por ciento de la población penal cumple penas por delitos de narcotráfico, y donde las mujeres peruanas y bolivianas representan más de un tercio de las condenadas.

Meylin, la hija de Fabiola, de 1 año 3 meses, nació perfectamente sana. Ella y su madre se juntan todos los días en la sala cuna de la cárcel, donde vive la niña. Jonathan, el hijo de Nahira, nació con ictericia y a ella nadie le saca de la cabeza que fue por la radiografía, aunque los médicos digan lo contrario. Jonathan ya no está con su madre, pues la abuela materna se lo llevó a Bolivia.

Fabiola pasa los días trabajando en la lavandería de la cárcel. "Espero que por mi buena conducta pueda salir de este encierro antes, para rehacer mi vida honestamente en Santa Cruz, con mi hija", dice. En cambio Nahira piensa en los negocios de siempre. "Reconozco que no sé hacer otra cosa que traficar. Lo más probable es que vuelva a lo mismo", dice. En su cabeza toma forma un plan: " Qué pasaría si una mujer, en vez de implantarse silicona en sus pechos, se implantara droga? ¿Cuánta coca podría transportar sin que nadie se diera cuenta?".