Aunque falta para que llegue el 28 de julio de 1821, día en que Perú celebrará 200 años de independencia, Natalia Sobrevilla anda ya hace años en modo bicentenario. No por chovinista ni por integrar algún comité pro-festejos, sino porque su oficio la ha llevado en esa dirección.
Actualmente la historiadora peruana, profesora en la Universidad de Kent, dirige el proyecto de investigación Guerra y nación: la identidad y el proceso de construcción de Estado en Sudamérica, que completan otros seis colegas de Perú, Colombia, Argentina y Chile. "Somos una generación muy marcada por las celebraciones y las efemérides", afirma. "Desde 2008 hemos celebrado la caída del rey, las cortes de Cádiz, la Constitución de Cádiz: cada vez que viene una celebración grande, hay un motivo para repensar lo que está pasando históricamente".
Eso sí, han decidido no estudiar las declaraciones o las juntas de gobierno, sino el período siguiente, el de la guerra. Y ahí surgió una pregunta: en qué medida la guerra ayuda a que cristalicen identidades diferenciadas en lo que era un territorio unitario. En el caso de Sobrevilla, la pregunta ayuda a iluminar su libro Andrés de Santa Cruz, caudillo de los Andes (2011), traducido al español en 2015. Esta biografía política del líder de la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839) y que hoy es un "héroe incómodo" en ambos países, se suma a su trabajo sobre la identidad militar en el siglo XIX. De eso habló el jueves en el seminario Independencia y construcción republicana en América del Sur, 1810-1860, organizado por el Centro de Estudios de Historia Política de la UAI en el Archivo Nacional.
En las guerras post-independencia la distinción entre unos y otros no es evidente. ¿Pasan por ahí sus enfoques?
Es el punto que nos diferencia de las grandes historias nacionales, las que hablan de una nación esencial. Retrocedemos al momento en que están quebrándose las uniones imperiales y se está planteando cómo van a establecerse las diferencias. Ahí es donde vemos que los actuales Estados-nación no estaban destinados a existir como hoy existen.
¿Cómo evalúa las experiencias de historias compartidas entre países de la región?
Venimos también de ese tipo de mirada, la de las historias conectadas. Nos interesa ver, por ejemplo, cómo la guerra entre Perú y Colombia, de 1828, es muy similar a la que por entonces se libra en lo que se va a ser Uruguay. Hacemos la conexión y la comparación: ya no son historias binacionales, como la que se han hecho para Perú y Chile, que están bastante bien, sino que integran más territorios.
Pensar a escala continental supone encontrarse con la idea de la "patria grande".
Aparecen proyectos muy ambiciosos. Cuando se declara la independencia de lo que hoy es Argentina, se habla de las provincias Unidas de América del Sur. Bolívar, por su parte, tiene una ambición muy grande: crea un estado unitario llamado Colombia, formado por lo que hoy son Venezuela y Colombia, Panamá y Ecuador, y luego quiere crear una Federación de los Andes que une Colombia, Bolivia y Perú. Existe esta ambición continental de crear un espacio mucho más grande, lo que tiene que ver con recrear el espacio que ha sido de la monarquía hispánica, en un contexto en que las élites de los criollos se consideran muy similares entre sí.
¿Cómo explica la respuesta chilena a la creación de la Confederación Perú-Boliviana?
La decisión sobre el tamaño y la forma que van a tener Perú, Bolivia y Chile pasa por un conflicto sobre Arica. Una vez que se da la independencia de Perú y de Bolivia, Arica queda en el lugar equivocado: siendo el puerto de La Paz, queda en el lado peruano. Hay una tensión que se podría haber resuelto muy fácilmente si Perú y Bolivia se hubiesen convertido en una sola unidad, con Tacna como la capital prometida. Pero que Arica se convirtiera en el puerto principal del Pacífico le era muy poco conveniente a Valparaíso y a Chile. El riesgo de tener un país poderoso, mucho más poblado, tampoco le era de interés.
Sobre las tensiones entre Chile, Perú y Bolivia, el historiador Eduardo Cavieres dice que los pesos del pasado frenan nuestra entrada al futuro. ¿Cómo lo ve Ud.?
En buena parte, el problema siempre ha sido que entre Chile y Perú existe una gran rivalidad. Es un problema que ha tenido altos y bajos, incluso con momentos de unión, como la guerra contra España en 1866, pero el gran conflicto siempre ha sido: cómo podemos dejar mal a Bolivia. Si todo esto no fuera nacionalismo, personalismo, etc., lo más lógico habría sido que la salida boliviana al mar fuese Arica. Y ésa es una tragedia porque, en algún momento de la Guerra del Pacífico, Chile mismo lo propone: Tacna para Perú, Arica para Bolivia y se acaba el problema. Pero los peruanos dicen Chile no puede ceder nuestro territorio. Y seguimos en este problema. Lo que pasa es que hoy Arica es Chile: lleva mucho tiempo como parte de su territorio y las historias nacionales han creado fronteras reales. La geografía sigue diciendo por dónde está la salida más lógica: la conexión es La Paz-Arica. Pero la historia y la política entran en conflicto con la geografía.
¿Vislumbra una solución?
La única solución es dar un paso atrás respecto de los nacionalismos exacerbados. Somos países que compartimos, por ejemplo, una población aymara que transita entre los tres. Tenemos mucho en común. Nos han vendido esta idea de la nación y los ciudadanos la hemos comprado porque la aprendimos en la escuela y porque nos han hecho festejar a nuestros héroes. Nos han hecho pensar que el otro es el malo. Pero la solución, para mí, es encontrar un diálogo: han pasado muchas cosas, pero tenemos mucho en común y debemos buscar cómo solucionar esto, de la mejor manera y para todos. Pero quizá eso no vaya a pasar.