La National Gallery abre la primera retrospectiva de las fotografías del poeta Allen Ginsberg, quien al comprarse una cámara de 13 dólares se convirtió en el retratista inesperado de unos jóvenes que darían nombre a la generación Beat. Hasta el 6 del septiembre, la galería de Washington muestra esta crónica íntima y testimonial de la vida de escritores como Jack Kerouac, Neal Cassady o William Borroughs, de sus aventuras sexuales y viajes exóticos que solían acompañar con la experimentación de LSD y todo tipo de drogas.
Las 80 fotografías roban "momentos sagrados", como Ginsberg decía, desde el grito de una juventud dorada, como la expresión de Kerouac imitando una cara "a lo Dostoievski", a una vejez atormentada, en el último día que el escritor de "En el camino" visitó el apartamento del poeta antes de morir.
Ginsberg fue el mayor promotor de aquel grupo de artistas bohemios que se acogió a las ideas de su provocador "Aullido", el poema síntesis de su crítica a una cultura carcomida y que llevó a su editor ante el juez por la "obscenidad" de la obra.
Pero al mismo tiempo que sus ideas inspiraban a una generación que zamarreó la moral conformista de la década del 50 de Estados Unidos, Ginsberg se convirtió, sin pretenderlo, en su mejor retratista. Entre 1953 y 1963, fotografió a sus amigos en las azoteas de Manhattan o en sus paseos por las calles de Nueva York, se coló en su soledad y en su intimidad como la que encontraba en la cama de su amante, William Borroughs ("El almuerzo desnudo".
Sus instantáneas también hablan de sí mismo. Revelan su atracción por un apuesto Kerouac fumando solo en la escalera de incendios de su casa, o el humor y ridiculez de Borroughs sermoneando a Kerouac sobre por qué debía dejar de vivir con su madre.
Quería "preservar ciertos momentos en la eternidad, la misma razón por la que todos nosotros tomamos fotografías, porque queremos recordar esa gente, ese tiempo, ese lugar", explicó la curadora de la exposición, Sarah Greenough.
Pero cuando en 1983 Ginsberg se reencontró con aquellas imágenes olvidadas en un archivo de la Universidad de Columbia (Nueva York), vio algo más. Por aquel entonces, el escritor ya había alcanzado la fama como el poeta que revolucionó la literatura estadounidense con una renovación estilística cargada de balas expresivas, simple, visual, directa, al ritmo "beat" de la improvisación del jazz. Era un activista controvertido, defensor de los derechos de homosexuales, un pacifista que se había reunido con el líder sandinista Daniel Ortega y que había salido expulsado de Cuba por decir que el general Raúl Castro era "gay".
Ese Ginsberg volvió a la fotografía y se dio cuenta de que con el paso del tiempo sus instantáneas habían ganado significado, que aquel medio del que se había olvidado capturaba "la sombra del momento", la percepción sagrada del presente, su máxima aspiración. Una nueva cámara, una 3C Leica, fue desde entonces su fiel amiga y la llevaba siempre encima para "escribir" pensamientos de poemas sustituyendo a su libreta.
Con los consejos de fotógrafos amigos, como Frank Robert o Berenice Abbott, se dedicó a lo que él llamó "instantáneas celestiales" y a las que añadió comentarios y relatos que ponían en contextos aquellos testimonios visuales de una época. "Se enseñó a sí mismo a ver el mundo con mucho cuidado y con mucha precisión. Igual que su poesía influenciada por Kerouac, su fotografía celebraba la creación espontánea, la fe en que lo que pasa en el momento tiene su importancia y significado", explica la comisaria.
A partir de entonces, sus fotografías maduraron con él. Una mirada más reflexiva se concentró en amigos, como el cantautor Bob Dylan o el pintor Francisco Clemente, y en sí mismo. Los últimos autorretratos se enfrentan con su vejez. Aparece desnudo y arrugado frente a un espejo, o vestido con corbata, bufanda y sombrero en su 70 cumpleaños. Un año después, en 1997, diría adiós a su época y a su generación.