El día en que Carlos Alberto Heller Solari (55) decidió dar un paso atrás para refugiarse en la sombra, empezó a verlo todo con más claridad. O eso es al menos lo que dicen los que lo conocen realmente, los que entienden por qué hoy, mientras la U está acariciando en la cancha su decimoctava estrella, en lugar de estar instalado en el palco de autoridades, como la cabeza visible de un proyecto que está a punto de cristalizar, el timonel se encuentra agazapado en las alturas de su atalaya de la cabina número seis del Estadio Nacional. Temblando de emoción tras los cristales.

Pero para entenderlo, basta con remontarse algunos meses en el tiempo. Y regresar al 6 de abril de 2016, a la época en la que la U, dirigida entonces por Sebastián Beccacece (la gran apuesta personal de Carlos Heller para suplir la marcha de Martín Lasarte), era un equipo errante en la cancha al que los resultados no acompañaban. Y que fuera de ella también parecía haber perdido el rumbo. Un asado para festejar el cumpleaños de Gonzalo Espinoza desató la ira del dirigente, demasiado acostumbrado en aquellos tiempos a combatir los incendios con bencina, a salir al paso de cualquier polémica, a pelear en la primera línea de fuego. "Se tomó la decisión de sacar las manzanas podridas", manifestó aquel día públicamente, tras anunciar la decisión de apartar del plantel azul a seis jugadores que habían tomado parte en el festejo de la discordia. Las aguas empezaban a estar demasiado revueltas en La Cisterna.

Un mes después de aquel suceso, el 11 de mayo, el presidente del holding empresarial Bethia, el quinto conglomerado más poderoso de Chile en términos económicos, y el dueño del 63,07% de la propiedad de Azul Azul, volvió a la carga, confirmando la continuidad de Beccacece en el cargo y realizando un polémico símil al referirse a su posición -y la de los jugadores- dentro del equipo: "Los directores no estamos en la cancha. Nosotros damos todo, pagamos los sueldos al día, damos respaldo, hacemos todos nuestros esfuerzos y si a veces no funciona en la cancha tenemos que asumir. Nosotros somos los dueños del circo y los jugadores son los payasos que deben dar un buen espectáculo", declaró.

Fue en el mes de junio cuando Carlos Heller decidió tomar una decisión que, a la larga, terminaría teniendo una importante incidencia en su futuro al mando de del equipo. Apostó el máximo mandatario por rodearse de gente de confianza, y Pablo Silva, su mano derecha en MegaSport -una de las tantas empresas de su propiedad- asumió como nuevo director ejecutivo de la concesionaria.

Caballos y Rally

Para entonces, Heller luchaba por administrar su tiempo entre las reuniones corporativas de sus numerosas empresas -que juntas suman un patrimonio cercano a los 4.000 millones de dólares-; sus visitas al Club Hípico -del que también es presidente-; su redescubierta pasión por el Rally (disciplina en la que compiten sus dos hijos, Pedro y Alberto); y su obstinación por enderezar el rumbo de la Universidad de Chile. Pero llegó el Apertura 2016 y el equipo (en el que él mismo había hecho las series menores, en la posición de arquero), no levantó cabeza. Y a Beccacece, su verdadero capricho, su gran apuesta, se le acabaron las oportunidades. "No quiero cometer errores en la contratación de un nuevo técnico. Ojalá sea un entrenador identificado con la U y que nos haga ganar. Un DT que gane, que tenga equilibrado al equipo", proclamó el 19 de septiembre, tras anunciar la partida de la banca del ex ayudante de Sampaoli.

En noviembre, el timonel de Azul Azul, cada vez más cuestionado por los hinchas, volvió a comparecer en conferencia de prensa. Lo hizo para realizar un balance de su gestión. Prometió que no se rendiría: "No me doy por fracasado en la U. Creo que partí bien y voy a terminar bien". Pero en diciembre, cuando a punto estaba de terminar el año más duro de su aventura como presidente (ésa que había comenzado el 7 de abril de 2014), la polémico volvió a instalarse en el CDA. "Se acabó la buena onda con los jugadores, acá no hay vacas sagradas", sentenció Heller, lanzando un dardo envenenado al capitán, Johnny Herrera, que días antes había tildado de "experimento" su apuesta por la dupla técnica Castañeda-Musrri. El día 30 del último mes del año, otra vaca sagrada de la U, el ex capitán Pepe Rojas, le arruinó la presentación de Hoyos, por la mañana. Horas más tarde, unos fanáticos de la U lo increparon en su llegada al Club Hípico. Fue entonces cuando Heller comprendió que debía cambiar de estrategia.

No fueron los fundamentos tácticos ni el currículum vitae del entonces seleccionador de Bolivia los que hicieron que, una semana antes de decidir refugiarse en la sombra, Carlos Heller se decantara por Guillermo Hoyos como nuevo inquilino de la banca laica. Fueron sus habilidades blandas las que lo sedujeron. Su capacidad empática, su especial sensibilidad, idónea para el manejo de un grupo vapuleado, herido. Heller se la jugó por Hoyos sabiendo que era una apuesta arriesgada. Lo hizo con determinación, pero también con un punto de incertidumbre.

El 23 de enero fue otra de las fechas clave en la transición de Heller hacia la sombra. Ronald Fuentes, ex mundialista y ex referente de la U, fue nombrado nuevo gerente deportivo. Un estudiado movimiento interno que sacó del foco al presidente, que lo alejó definitivamente de las cámaras y los micrófonos, que lo blindó a ojos de los hinchas y los medios. Un auténtico enroque de ajedrez para proteger al rey, alejándolo del centro del tablero y situando a Fuentes como el peón en la primera línea de fuego, el rostro visible, el enlace con la prensa, el hombre fuerte del club en materia deportiva. Desde entonces y hasta su aparición en la cancha el pasado sábado, vestido de sport, para festejar el tan esquivo título, Heller habló una sola vez para los medios. Una única aparición pública, en abril, coincidiendo con el anuncio de su ratificación en el cargo durante los próximos tres años. Una vez en todo un semestre.

Diarios traslados al CDA

El 5 de febrero, tras la derrota de la U en Iquique en la fecha inaugural, el presidente decidió redoblar el apoyo a su técnico. Su fe en Hoyos era ya, a esas alturas, innegociable. Y su sencilla rutina no volvió a experimentar sobresalto alguno durante todo el semestre. Ni sus diarios traslados con su chofer particular desde su despacho de Bethia, ubicado en el piso 50 del edificio Titanium, hasta su oficina del CDA. Ni sus cenas periódicas con el cuerpo técnico en el hotel de concentración del equipo el día antes de cada partido. Ni su llegada al estadio con dos horas de antelación para motivar al plantel en el camarín. Ni su deliberado escondite en la cabina número seis del Estadio Nacional.

Tan solo un día, la nueva liturgia del máximo accionista de Azul Azul se vio afectada. Fue la tarde del trascendental duelo en Rancagua ante O'Higgins de la penúltima fecha. El presidente estaba enfermo en su casa, desde donde siguió el partido por televisión. Y desde donde, una vez consumada la victoria laica y el consiguiente liderato del equipo en el Clausura, envió un mensaje de whatsapp a sus colaboradores para que se lo trasladaran al cuerpo técnico: "Tranquilidad y humildad en lo que queda". Una premisa que, tal y como ocurrió con la estrategia comunicacional del club, que viró en el último tramo del campeonato de lo informativo a lo puramente emocional, terminó por surtir efecto.

Una vez consumado el inesperado título azul, Heller abandonó la sombra. "Se lo quiero dedicar a mucha gente que nos dio por muertos, muchas personas que me maltrataron. Se lo quiero dedicar a Cecilia Pérez, que me agredió a mí cuando la U iba mal y no solidarizó conmigo", disparó el dirigente en un punto de prensa, definitivamente consciente de que su apuesta por Hoyos había sido la correcta. Otro negocio redondo del líder de Bethia.