Hace 2.400 años, el notable intelectual griego Aristóteles decía: "Se quiere más aquello que se ha conseguido con muchas fatigas". Para el deporte chileno, la frase cobró sentido, justo en Atenas, dos milenios después. Ahí, Nicolás Massú entró en los libros al convertirse en el único tenista en conseguir dos medallas de oro en unos mismos Juegos Olímpicos, en partidos que simbolizaron perfectamente el espíritu de la Antigua Grecia.
El 21 de agosto de 2004, el viñamarino y Fernando González lograron un inédito oro para el país, al superar a los alemanes Nicolas Kiefer y Rainer Schüttler, una hazaña que el Vampiro repetiría al día siguiente en singles, gracias al épico triunfo sobre el estadounidense Mardy Fish, por 6-3, 3-6, 2-6, 6-3 y 6-4. A una década de tan magnífica gesta, Massú y La Tercera vuelven al inmaculado escenario en la histórica Atenas.
¿Qué lo lleva a regresar a Atenas?
Tenía programada esta gira por Europa desde que me retiré. Quería conocer algunos países y uno de ellos era Grecia. Porque cuando estuve aquí, en 2004, no conocí absolutamente nada. Llegué al aeropuerto de madrugada y me fui de madrugada; sólo me acuerdo del trayecto hacia el club de tenis o hacia la Villa Olímpica. Siempre quise volver, porque me habían dicho que era uno de los países más lindos de Europa, así que como estaba en Europa, justo era el momento para venir. Además, se topaba con los 10 años de lo que hice en los Juegos Olímpicos. Me preparé, era una prioridad y la cumplí.
¿Cómo fue su reencuentro con el Olympic Tennis Centre?
Cuando llegué al aeropuerto, no me acordaba de nada, pero bastó con agarrar el auto e, instantáneamente, al acercarme al club de tenis me acordé de todo. Se me pasaron muchas imágenes. Como una película.
¿Qué le pareció el estadio?
Me encontré con un estadio que se usa poco, pero que está impecable y perfectamente se podría jugar cualquier tipo de torneo ahí; está del mismo color y no tiene ninguna falla. Quizás, unos detalles chiquititos atrás, pero que se pueden solucionar en una mañana. Las canchas están espectaculares, buenísimas. Muchos recuerdos se me vinieron rápido a la mente. De todas formas, pensaba que me iba a encontrar con algo así, porque un estadio que tiene 10 años es bastante nuevo y era imposible que estuviera de otra manera.
¿Cuál era su meta cuando llegó a Atenas hace 10 años?
Mi meta era soñar con cualquier medalla. Ya llegar acá y representar a Chile era un honor, porque para eso había que estar entre los 60 mejores del mundo y eso ya era un orgullo (N. de la R.: era 14º en ese momento). Cuatro años antes había sido abanderado en los Juegos de Sydney, algo que fue lo mejor que me pudo haber pasado en la vida. Y me topo con estos Juegos Olímpicos bastante bien: había ganado Kitzbühel, un torneo de un millón de dólares en esa época; estaba entre los 20 mejores del mundo y al estar dentro de los 20 siempre hay una posibilidad. Quizás no como la de los cuatro primeros favoritos, pero siempre había una.
Venía muy bien en arcilla…
Había jugado muy bien en arcilla, pero en cemento no le estaba pegando tan bien. Cuando llegamos acá, la cancha era muy rápida. En los primeros entrenamientos me costó, las pelotas estaban muy rápidas y chicas, y a mí me gustaba tener más tiempo para acomodarme. Me costó, pero siempre fue así: cuando agarraba la vuelta, solucionaba el problema y al final los mejores resultados de mi carrera (la final del Masters 1000 de Madrid y los oros olímpicos) fueron en canchas muy rápidas.
¿Qué importancia tuvo su entrenador, Patricio Rodríguez?
Para mí el Pato es un fenómeno, un técnico respetado a nivel mundial. En todos lados lo saludan con respeto y admiración. Caballero, buena persona y me ayudó al máximo en mi carrera. Llegó en un momento importante, me dio tranquilidad y me aportó con su experiencia. Era como un padre, porque le preguntaba todo lo que tenía que hacer dentro y fuera de la cancha. Por eso lo quiero mucho. Además, cuántos entrenadores en el mundo han tenido los logros que ha tenido él: campeón de Grand Slam, campeón olímpico, jugadores top 10, formador de talentos… Para mí llegar a los torneos con el Pato Rodríguez tenía un peso diferente. Desde chico lo admiraba, y me decían que era el mejor, y tenerlo como entrenador me dio seguridad.
¿Cómo define a Fernando González?
Fernando es uno de mis mejores amigos, eso fue lo bonito de la relación que tenemos. Porque en el deporte siempre hay rivalidad, pero si se sabe tomar sanamente es muy buena. Con Fernando nos potenciamos mucho y siempre he dicho que si uno de los dos no hubiera estado, probablemente, no hubiéramos logrado las cosas que conseguimos, ya que para lograr algo en equipo hay que tener mínimo a dos. Además, tuvimos la buena suerte de ser contemporáneos y haber explotado justo en la misma época. De repente no jugábamos dobles durante meses, pero muchas veces nos enfrentábamos contra parejas que se dedicaban sólo al dobles y les jugábamos de igual a igual. Pero eso es porque nos conocíamos desde chicos y por la conexión que teníamos. También, los dos sentíamos mucho la camiseta chilena y teníamos una garra muy parecida, lo que marca una diferencia.
¿Cómo enfrentan la final de dobles, considerando que González venía de jugar por el bronce?
No era lo más aconsejable que Fernando jugara casi cuatro horas y ganara 16-14 el tercer set. Yo estaba consciente de que a medida de que iba pasando el partido, sería más difícil, porque Fernando tenía sólo una hora de descanso y, más encima, había que jugar cinco sets ante una pareja físicamente fuerte y que llevaba dos días esperando ese partido. Había que levantar a Fernando. Por suerte, le ganó a (Taylor) Dent. Era súper importante que ganara ese partido, porque así entraba de otra manera a la final. Si hubiera perdido, el ánimo en el camarín no hubiera sido el mismo. Por eso yo rogaba que ganara. Fernando, como es un luchador, entró bien, aunque un poco cansado, pero en todo momento no nos dimos por vencidos. Y cuando ganamos el cuarto set fue un nuevo despertar para los dos. Además, vi la cara de los alemanes y ya no tenían la misma actitud.
Luego se encontraron con Nicolas Kiefer llorando…
Estábamos esperando el transporte afuera cuando nos topamos con ellos y los vimos mal. Y eso a mí no me deja para nada contento, porque los dos son colegas. Ver así a un tipo como Kiefer me descolocó. Fue duro porque nunca deseas que alguien esté llorando. Además, llorar por una derrota es durísimo, sobre todo cuando estás a punto de ganar y luego pierdes.
¿Cómo vivió el partido con Fish?
A ese partido llegaba invicto, sabía que tenía muchas posibilidades de ganar. Mi miedo venía por la parte física. Llegaba con pocas horas de sueño y, más encima, me levanto y estaba totalmente contracturado. No me sentía como hubiera querido ante un rival que sacaba muy bien. Yo no tenía la misma fuerza, pero sí estaba con mucha confianza y estaba jugando el mejor tenis de mi vida. En la noche anterior estaba con los ojos como Los Simpsons. Pensaba que era mi momento y que tenía que salir a buscarlo. Cuando estaba en semifinales decía "ahora o nunca", porque uno no sabe lo que puede pasar en cuatro años más. Era mi momento. La decisión, la búsqueda, las ganas de hacer historia, el no conformarse, el querer un poco más, el respaldo de años de entrenamiento y todas las sacadas de cresta durante millones de horas entrenando eran para ese momento. Yo estaba preparado para aguantar esa carga física y sabía que iba a aguantar hasta que yo pudiera, y ese "yo pudiera" era bastante.
¿De dónde saca fuerzas en el cuarto set, tras perder el tercero?
En el cuarto set el árbitro se equivoca en una pelota. Fue una equivocación dura, una pelota que pegó medio metro adentro y la cantó mala. Yo estaba en un momento complicado, la gente empezó a silbar y después todo el estadio me apoyó. Ahí me arranqué de la cabeza el tema del cansancio y empecé a pensar en sacar todo adentro y a gritar los puntos. Cuando gané el cuarto set, era una pelea hasta el final. Era como Rocky contra Iván Drago, en Rocky IV. Era el último round (lo dice y justo suena la campanilla de su teléfono). Me fui al baño, me miré al espejo y le pegué un manotazo a la pared. Me mojé la cara y me miré: "Es ahora o nunca. A lo mejor nunca más en tu vida vas a estar en este momento". Y luego me dije: "Anda y lucha hasta el final, hasta morir". Salí corriendo y sé que Fish me miró. Yo jugaba mucho con la visualización de las personas, es algo que me enseñaron los sicólogos desde chico. Nadie aseguraba que iba a ganar, pero con esa actitud, por lo menos, el tipo iba a saber que yo le iba a luchar y si había que jugar tres horas más, había que jugar. Sabía que, si jugaba bien y tenía mi posibilidad, iba a ganar. Le quebré una vez y gané el partido.
¿Cree que hizo historia en el deporte?
Cuando empecé, quería pasar a la historia por lo que hacía. En 2003 estaba cerca del top 10 y ahí ya estaba en un rango importante dentro del tenis mundial. Pero cuando gané los Juegos Olímpicos pasé a ser parte de la historia del deporte mundial. Es otro estatus. A lo mejor, a una persona le puedes decir que ganaste tal torneo, pero si no entiende de deporte no sabe lo que es. En cambio, si dices que ganaste dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos, lo sabe cualquier persona. ¡Hasta un niño! Por eso en la última pelota contra Fish pensé: "No importa lo que pueda pasar mañana, déjame ganar este punto, porque así me puedo morir tranquilo". Fue un flash que se me vino a la mente justo cuando iba a sacar. Además, nadie lo ha hecho en el tenis y que haya tenido 100 por ciento de efectividad, es una locura. Donde voy soy reconocido por las medallas. El nombre Nicolás Massú va de la mano de las dos medallas de oro en todos lados. Te da un respeto muy grande y un cariño y una admiración de la gente.
¿Cómo le gustaría que lo recordaran?
Me gustaría que me recordaran como un gladiador, un tipo que entregó todo por su país y porque intenté transmitir que nada es imposible, que sí se puede. Porque muchas veces se piensa que somos un país que está lejos de todo, que nos cuesta todo, que no hay esto, que no hay lo otro… Ahora, quizás, es menos. Yo siempre pensé que si uno está compitiendo tiene que entregar el 100% y dar lo mejor. A mí me deja tranquilo que pude mandar ese mensaje a las nuevas generaciones que van a decir: "Massú ganó las dos medallas de oro y es chileno". Y lo mismo me pasaba con el Chino Ríos, que cuando empezó a ganarles a todos yo tenía 16 años y decía: "Él puede y es chileno; y si él puede, yo también puedo". Es una enseñanza de vida que me enseñó mi abuelo y yo la estoy traspasando. Hay que ir adelante, con personalidad. Creer que se puede.