Hubo un minuto en que Trent Reznor (48) -el músico que en los 90 mejor diseñó la enajenación y el desorden futuro- se sintió viejo. "Fue en la última gira de Nine Inch Nails, en 2009, cuando me despedí de los escenarios por un tiempo. Estaba muy cansado del formato, comenzando a sentirme viejo en torno a lo que estaba haciendo", dijo en julio a The New York Times.

Para desempolvar méritos, el estadounidense se olvidó por un par de temporadas de su banda madre, rompió con las multinacionales del disco, se lanzó con clase y éxito a la elaboración de dos bandas sonoras para David Fincher -Red social y La chica del dragón tatuado- y retomó labores con el proyecto paralelo junto a su esposa, los irregulares How to Destroy Angels.

Pero, en esa vorágine artística propia de Reznor, giró en reversa y, según confiesa en esa misma entrevista, se preguntó cómo sonaría Nine Inch Nails ya entrado el nuevo siglo. "Mi única preocupación era '¿qué es lo que tiene que decir NIN en 2013?'. Y en base a eso empezamos a trabajar, sin forzar nada"" resumió.

El resultado se llama Hesitation marks (tal como los cortes que se dejan las personas que intentan suicidarse) y es un claro manifiesto de canciones más melódicas que dejan en segundo plano la agresiva saturación de guitarras o el talante apocalíptico que explotó en sus títulos más emblemáticos -y en parte de su obra solista- y que constituyeron la marca de fábrica de su sonido industrial. De algún modo, el álbum, el primero de los norteamericanos en cinco años y que ayer se liberó vía streaming, es uno de sus cancioneros más amables a la fecha, y, desde un punto de vista creativo, se trata de su mejor obra desde The fragile (1999), muy superior a los dispares With teeth (2005) o Year zero (2007).

Reznor justifica ese resultado como un efecto no sólo de la evolución de su grupo en el nuevo milenio, sino que también como una consecuencia coherente con su actual vida adulta, con un matrimonio, dos hijos y el adiós definitivo a los excesos y los tormentos que marcaron sus días de mayor fama.

"Sé que han pasado 20 años desde The downward spiral, pero hoy igual me siento como ese tipo de 1994", dijo a The Guardian al citar la obra maestra de su conjunto, principal inspiración de su nueva pieza.

Luego, bajo ese mismo tono de autorretrato, siguió: "Miro a esa persona y lo imagino haciendo las mismas cosas de esa época, pero en un sitio mucho mejor, con una vida mucho más estable en lo mental y lo físico. De ese cruce quise empezar estas nuevas canciones. La desesperación, la soledad, la rabia y el aislamiento siguen estando dentro de mí, pero lo puedo expresar de una manera más apropiada con quien soy ahora. Y a veces esa rabia es más calmada".

En la misión lo secundaron aliados de siempre, como los productores Atticus Ross y Alan Moulder (presentes en sus cuatro últimas entregas), o el artista inglés Russell Mills, mentor de todo el universo asfixiante que rodeó el arte de The downward spiral. Pero también hubo aportes más ajenos y de una cepa más diversa. Por ejemplo, telefoneó a créditos como el guitarrista Adrian Belew, fiel colaborador de David Bowie y King Crimson, y con quien trabajó en los 90; Lindsey Buckingham, también guitarrista y parte fundamental de la era multiventas de Fleetwood Mac; y el bajista Pino Palladino (The Who, Paul Simon).

Eso sí, y casi como siempre, todo partió del propio Reznor, quien compuso los 12 temas de Hesitation... entre su computador portátil y una caja de ritmos, encerrado en su residencia y distanciado del ruido externo.

Una soledad que ha ido abandonando de a poco, con las primeras presentaciones de NIN este año -como su reciente regreso en Lollapalooza Chicago- y una gira que tiene contempladas más fechas en EE.UU. y Europa. La misma que recalará en Sudamérica en marzo y con Lollapalooza Chile como prioridad. El festival inició las negociaciones a mediados de año y ajusta detalles para integrarlos como uno de los cabezas de cartel del evento en Santiago.