Norman Manea, escritor rumano: "El individuo es el verdadero asunto de la literatura"
Radicado en EEUU, el cronista de la Rumania de posguerra recibirá el Premio de la FIL de Guadalajara.

Cuando tenía 50 años, Norman Manea dejó su Rumania natal. Se marchaba por su oposición al régimen comunista, primero a la RFA (1986) y luego a EEUU (1988). No era, en todo caso, su primer exilio. Con cinco años, en 1941, fue deportado junto a sus padres y abuelos a un campo de concentración en Ucrania. No era fácil ser judío en un país con un gobierno pronazi. El y sus padres sobrevivieron y al final de la Segunda Guerra, en 1945, regresaron a su país, a la Rumania estalinista, no reacia al antisemitismo.
Para 1965, cuando Nicolae Ceaușescu se convirtió en secretario general del PC Rumano, Manea despuntaba como escritor promisorio: sus primeros cuentos y novelas estaban escritos con insinuaciones y sobreentendidos, para evitar la censura.
Pero llegó el momento en que eso ya no fue posible. Tenía que irse y empezar de nuevo. Sus novelas, cuentos, ensayos (Payasos: el dictador y el artista) y escritos autobiográficos (El regreso del húligan) surgen de su vida en un régimen totalitario y su posterior destierro. Gracias a esa obra recibirá el Premio de la FIL de Guadalajara, el 26 de este mes.
Entre sus libros más recientes, los cuentos de Felicidad obligatoria dan una idea de cómo era vivir en un Rumania pesadillesca. En La guarida, su primera novela de ambiente estadounidense, se extienden los hilos hacia la intriga, intelectual y criminal, en que los exiliados no están ausentes.
Ha pasado por muchas experiencias desagradables. ¿Han sido compensadas por experiencias de felicidad?
El contraste entre los momentos malos y los buenos fue un impulso estimulante hacia una prolongada contemplación de las complicaciones y complejidades de cualquier vida humana real, de su carácter efímero y de su esencia.
Hay poca felicidad en los relatos de Felicidad obligatoria. La mayoría de las personas vive en el miedo, otros sobreviven mediante traición o engaño...
Los rumanos son personas ajustables. Por lo general, encuentran una forma de enfocarse en lo que está debajo de la mesa, no en la mesa. Pero la última década de la dictadura fue especialmente mala y desolada, sin mucha posibilidad de evitar el veneno de la vida diaria en una sociedad cerrada, oscura y rígida.
¿En qué medida la censura estatal afectó su literatura?
Afectó todos los aspectos de la vida, también la creatividad.
Tras emigrar a Alemania y EEUU siguió escribiendo en rumano. Obviamente, no busca ampliar sus lectores...
Estoy más preocupado de la mejor manera de expresarme que de aumentar el número de lectores en nuestra sociedad y literatura tan populistas, manipuladas por el dinero y la vulgaridad.
¿Es difícil evitar los clichés o el sentimentalismo al escribir sobre campos de concentración?
Sí, los clichés son los escollos más peligrosos, con riesgo mortal, de una literatura preocupada por el sufrimiento, los impasses, el horror, la soledad.
¿Su obra tiene que ver con sentimientos encontrados respecto de su tierra natal?
No sólo con la tierra natal, sino con los seres humanos, en todas partes. El individuo es el verdadero asunto de la auténtica literatura.
En La guarida los emigrados desprecian la cultura estadounidense por sus simplificaciones, su monetarización y su pragmatismo. ¿Piensa como ellos?
No se trata de que uno se parezca o no a ellos. Se trata de escrutarlos y de entenderlos y de representarlos de la manera más precisa posible.
¿Cuál relación es más ambivalente: con Rumania o con Estados Unidos?
Ambas son ambivalentes, por distintas razones. Sin embargo, ambas representan circunstancias de un cierto destino en una vida que, siendo humana, es por definición imperfecta.
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