La muerte de Margaret Thatcher ha vuelto a remover viejos recuerdos en la pequeña localidad de Mansfield. En 1983 esta ciudad de Notthinghamshire, en el centro-norte de Inglaterra, era hogar de 3.000 mineros que vivían de extraer carbón en una de las tres canteras de la zona. Hoy, 30 años más tarde, lo único que queda de esa época es una minúscula oficina de mineros retirados y muchas sensaciones, aún a flor de piel, de dos años de disturbios que transformaron profundamente ésta y todas las comunidades mineras del Reino Unido.

De marzo de 1984 a marzo de 1985 Gran Bretaña vivió un año de protestas, cargas policiales, huelgas y manifestaciones, protagonizadas por los trabajadores de la industria del carbón, que cambiaron el rumbo de la historia del país. La derrota de los mineros supuso el cierre de casi todas las minas y un debilitamiento sustancial del poder de los sindicatos, fuertemente subsidiados. También simbolizó la consolidación del modelo económico de privatizaciones de la Dama de Hierro.

Los jubilados que hoy se reúnen en esta pequeña oficina para organizar charlas en colegios y evitar perder su memoria histórica, son los mismos trabajadores que resistieron un año de huelga contra el plan de privatización. Son los mismos a los que la Dama de Hierro calificó en 1984 como "the enemy within" (el enemigo de dentro), en contraposición al "enemigo de fuera" que había combatido con igual mano dura en las Malvinas dos años antes.

Patrick Crowe es uno de esos mineros retirados que hizo huelga y organizó protestas cada día de aquel largo año: "Mi familia sobrevivió gracias a la caja de resistencia del NUM (National Union of Miners) y a la solidaridad de trabajadores británicos y mineros de todo el mundo. Mi primer hijo nació aquel año y el cochecito me lo mandó un colega ruso al que jamás le había visto la cara", recuerda emocionado.

Las consecuencias de aquellos dos años son aún notables en la vida de los habitantes de Mansfield, donde "aún hay antiguos amigos que no se miran a los ojos porque uno estuvo del lado de las barricadas y el otro del de los que decidieron ejercer su derecho a trabajar durante las protestas", explica Crowe. Dany Philips es un abogado de Londres que llegó a Notthingham durante las revueltas para defender los derechos de los obreros y se quedó en la ciudad a vivir. Ayer invitaba a algunos de sus amigos a una fiesta en un pub para "celebrar" la muerte de Thatcher.

Sin embargo, no todos tienen una visión negativa de la ex premier: "Con Thatcher nunca habrá término medio, o la quieres o la odias", comenta Glen Cox (53) en la estación de Notthingham, "para mí fue la persona correcta en el momento adecuado para Gran Bretaña, que no se podía permitir más subvenciones como las que tenían las minas".

En 1983 había, en el condado de Notthinghamshire, 35 minas, en las que trabajaban 36.000 trabajadores. Hoy queda una mina y unos 500 trabajadores y en todo el Reino Unido sólo continúan activas seis minas de las 174 que habían entonces, donde trabajaban algo menos de 200.000 personas.

Hoy, la economía de la región está más diversificada entre la industria lechera, el cultivo de cereales, frutas y hortalizas y fábricas de productos farmacéuticos y textiles, bicicletas y maquinaria. Aun así, Crowe lamenta que se han cerrado muchos pub y también escuelas profesionales de ingenieros y enfermeras, a las que iban a estudiar los profesionales, técnicos y sanitarios que asistían a las minas.

De las tres canteras de Mansfield, dos de ellas han quedado hoy reducidas a montículos de tierra plana y escasa vegetación. "Nadie las utiliza porque ese suelo no sirve para construir", dice Eric Eaton, otro minero retirado. La tercera mina abandonada tiene aún la maquinaria de superficie visible y es la causa de disputa en la comunidad entre quienes quisieran que se habilite como monumento al pasado minero de la zona y quienes preferirían dar a ese terreno algún otro futuro más rentable y acorde con las nuevas necesidades de una Gran Bretaña que, sin duda, cambió de piel con el paso de Margaret Thatcher.