"Una corriente escalofriante recorre la atmósfera en todos sus confines (…). Ha penetrado el Führer", anota Carlos Morla Lynch, recordando un día imborrable de su vida diplomática: el 1 de septiembre él estaba en el Congreso alemán, el Reichstadt, cuando Adolf Hitler invadió Polonia y marcó la partida de la II Guerra Mundial. Embajador en España y Francia, célebre por dar refugio a republicanos y nacionalistas en la Guerra Civil Española y cronista, Morla Lynch también fue un compulsivo escritor de diarios, donde además de dar cuenta del "arte de perder el tiempo", hizo gala de ser un "modesto espectador que se ha encontrado una butaca en primera fila" de hitos decisivos del siglo XX.
Considerado por el crítico Alone como uno de los "ciudadanos más singulares que ha producido Chile", Morla Lynch (1885-1969) fue por décadas columnista de diarios como La Nación y El Mercurio. Antes que se lo lleve el olvido e impulsada por el fallecido Adolfo Calderón, Cecilia García-Huidobro recogió una variada selección de sus textos en el libro Desde la vereda de la historia. Del centenario de Chile al estallido de la II Guerra, las más de 50 crónicas son recuerdos de infancia, notas de su vida de diplomático, un viaje con Federico García Lorca, retratos de María Callas o Rosita Serrano, decenas de apuntes sentado en el café La Grande Corona, de París.
Autor de los libros Con Federico García Lorca en España y España sufre, a Morla Lynch lo rondó por años una leyenda negra originada en un rumor falso lanzado por Pablo Neruda: que no quiso dar asilo en la embajada chilena en Madrid al poeta Miguel Hernández, lo que llevó a que lo detuvieran los franquistas y muriera en prisión. En realidad, Hernández no quiso asilo. Por el contrario, Morla Lynch abrió las puertas de su residencia a centenares de españoles de ambos bandos.
Antes del conflicto, su residencia fue una parada del circuito bohemio madrileño: Victoria Ocampo, Luis Cernuda, el mismo Neruda, Valle-Inclán, Rafael Alberti y García Lorca, entre otros, concurrían a tertulias donde Morla Lynch. El autor de Romancero gitano fue uno de sus buenos amigos. "Es mi hijo, mi hermano; podría ser, a ratos, hasta mi padre", escribe y luego relata un viaje que hicie- ron juntos a Toledo, para Semana Santa.
Hijo de un respetado diplomático que le regaló su primer diario a los ocho años, la madre de Morla Lynch había sido retratada en una escultura por Rodin. Como dice Roberto Merino en el prólogo de Desde la vereda de la historia, nunca intentó una carrera literaria: "Lo que atraía su interés y lo instaba a escribir era el simple hecho de ser un testigo del paso del tiempo". Acaso eso fue lo que llevó en los 50 a instalarse día a día en el café La Grande Corona, de París, donde después de terminar sus quehaceres laborales, escuchaba las conversaciones ajenas y tomaba nota del pulso de la calle.