En 2009 apareció sin bulla, pero con dos proyectos editoriales contundentes: La negra Ester, de Roberto Parra, y Piernal de Cueca Chora, de Araucaria Rojas, ambos ilustrados. Era el nacimiento de Quilombo, un sello dedicado a la ilustración y el libro objeto, que con menos de 10 títulos se ha convertido en un referente local. El año pasado, el Consejo de la Cultura le entregó el premio Amster al diseño y Coré a la ilustración (ambos creados en 2006), lo que terminó por confirmarle a Camila Rojas, su directora, que el camino elegido era el correcto. "No editamos libros que no sean ilustrados. Nuestro sello es la imagen y la experimentación de formatos. También entendemos que la labor del ilustrador está a la altura de la del escritor, con los mismo derechos", dice Rojas.
Este año, Quilombo seguirá acrecentando su catálogo: este mes lanza la Colección Infantil Wuawua, con títulos como Dragoballo Cabadro y El viaje de Lucas, ilustrados por María de los Angeles Vargas; en febrero publicará Antología del libro ilustrado en Chile, una historiografía que reúne 70 títulos desde 1850, y para el segundo semestre prepara el rescate de Coré, Perejil Piedra, de 1974.
Tras estas dos últimas obras está el periodista Claudio Aguilera, quien se ha convertido en difusor de la ilustración local. En 2010 abrió en barrio Lastarria la galería Plop!, dedicada al género; en 2012 creó Festilus, el primer festival de ilustración en el país, y en 2013 fundó, junto a Cristián Labarca y Volker Gutiérrez, el sello Letra Capital, con énfasis en el rescate de la ciudad. Acaba de ganar un Fondo del Libro para publicar un volumen sobre el Cerro Santa Lucía, ilustrado por Bárbara Oettinger, y para los próximos meses prepara ediciones sobre la arquitectura de Luciano Kulcewsky y Neruda y la ciudad. "Había una carencia de libros sobre patrimonio para un público no especializado y la ilustración es un elemento cercano para difundir las ideas", señala el editor, quien el año pasado publicó Ilustración a la Chilena: un directorio con 100 dibujantes que puso al día la escena, con nombres como Maya Hanisch, Daniel Blanco, Fito Holloway, Karina Cocq y Frannerd.
Hace más de 10 años que la ilustración comenzó a cobrar fuerza en Chile, gracias a iniciativas como Siete Rayas, colectivo formado a inicios del 2000 por artistas como Alberto Montt, Francisco Olea y Raquel Cardemil, que rápidamente cautivaron al público y sobre todo, a Ana María Pavez, fundadora de editorial Amanuta, quien los incorporó a sus filas y les dio proyectos en los que desplegar su talento. La editorial acaba de lanzar La Caperucita Roja en formato iPad, ilustrado por Paloma Valdivia, quien también hará una colección para bebés para el sello.
En 2013, Amanuta reeditó libros de Quimantú ilustrados por Marta Carrasco, recibió la medalla Colibrí, que entrega la Cámara Chilena del Libro, por su labor, y el Premio Municipal, por los cuentos ilustrados de Gabriela Mistral. Entre las próximas novedades figura también Te Pito Te Henua, leyenda sobre el origen de Rapa Nui.
Claro que no todos los libros ilustrados provienen de editoriales especializadas. También hay sellos que con el tiempo se han ido abriendo a al género, como Pehuén, que partió con ensayo e historia, pero que en los últimos años se abrió a la ilustración. En 2014 lo hará con la Colección Chincol: Los gatos de Copenhague, de James Joyce, y El hijo del elefante, de Rudyard Kipling, ambos ilustrados por Tomás Ives y con proyectos originales como Mamíferos prehistóricos, del arqueólogo Rafael Labarca, con ilustraciones de Maya Hanisch.