En octubre, las denuncias de abusos sexuales en contra del productor de cine norteamericano Harvey Weinstein fueron el inicio de un movimiento global de concientización sobre el acoso y violencia sexual (ver galería).
Mujeres de todo el mundo se atrevieron a hablar. Incluso una campaña viral en redes sociales, iniciativa de la actriz Alyssa Milano, animó a las víctimas a denunciar sus experiencias con el hashtag #MeToo (Yo También).
En Chile, desde 2016, en el ámbito universitario se comenzaron a conocer casos similares. Lo que antes no se decía, se comenzó a escuchar con frecuencia. De hecho, el 89,9% de las mujeres admite haber sufrido al menos un acoso sexual alguna vez en su vida. Así lo indica la Duodécima Encuesta Nacional de Corporación Humanas, que se realizó entre el 1 de agosto al 5 de octubre de este año, con entrevistas a 1.206 mujeres de 303 comunas.
La abogada de Corporación Humanas, Camila Maturana Kesten, destaca que la cifra es "gravísima". Significa, dice, que las chilenas al menos en una oportunidad han vivido un acoso sexual. "En América Latina y Chile el acoso sexual comienza a temprana edad, en la niñez, en el tránsito a la pubertad, una edad en que las niñas son más vulnerables de defenderse de agresores adultos", señala.
Conciencia social
Hasta hace pocos años, la vergüenza y la falta de información impedían a las mujeres ejercer el derecho de denunciar agresiones sexuales, explica Ana María Salinas, directora del Servicio de Psicología Integral de la U. del Desarrollo.
"Había menos respuesta por parte de la población y había prácticas violentas validadas. Por ejemplo: se pensaba y se transmitía que las mujeres debían estar siempre dispuestas para el acto sexual con sus maridos; hoy existe conciencia acerca de que se trata de una relación en la que ambos, hombre y mujer, tienen algo que decir en términos de la voluntad", dice Salinas.
Existe un importante cuestionamiento en mujeres de todas las edades frente al tema, agrega Gabriela González, de la Corporación La Morada. "Hemos tomado conciencia de que el acoso sexual callejero, en los espacios de trabajo, en los espacios universitarios, son prácticas de poder sobre los cuerpos y sexualidad de las mujeres. Es una cuestión que hoy no dejamos pasar, hemos cuestionado y podemos identificar".
Apoyo real
Y si bien es cierto, la sociedad va tomando paulatinamente mayor conciencia, dice Maturana, "observamos una brecha entre esa conciencia de las mujeres y la respuesta de parte de las autoridades, la responsabilidad es del Estado de responder a esa violencia".
María Elena Acuña, académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la U. de Chile, coincide en que las mujeres tienen más conciencia y están más alertas de esas prácticas. "Pero aún estamos en un nivel muy declarativo y no hemos pensado en mecanismos para hacer frente a esta situación que no sean legales necesariamente, no tenemos redes reales para hacerle frente a esta situación".
Se requiere apoyo, porque denunciar muchas veces tiene consecuencia para las mismas mujeres, dice González: "Son catalogadas de exageradas, de neuróticas, de fantasiosas, o muchas veces no pueden denunciar, no pueden frenar, no pueden poner límites, porque tienen consecuencias radicales como la exclusión, perder trabajo o estudios". Preocupa, dice Maturana, que distintos actores sostienen una profunda sospecha frente a la palabra de las mujeres, "cuando ellas denuncian en la inmensa mayoría de los casos no se les cree, se desconfía y son responsabilizadas".
La violencia intrafamiliar es la única expresión de agresión hacia la mujer que tiene una respuesta pública. Aunque Maturana matiza: "¿Qué pasa con el acoso sexual en universidades, en el colegio, en el trabajo? La legislación chilena no ofrece una respuesta que proteja a las mujeres. Por eso se debe ampliar la discusión a una ley integral, no puede ser solo la violencia intrafamiliar, debe comprender la violencia de manera amplia en los ámbitos privados y públicos, incluso cuando es cometida por agentes del Estado".