Interpretar a Jorge González fue una responsabilidad. Me di muchas libertades respecto del guión, pero tenía conciencia de que debía dar con algo que fuera reconocible. Debía dar con algo que la gente tenía en su cabeza sobre alguien que seguía vivo y de quien había muchos registros. Además, fue un gran desafío, pues tuve que aprender a actuar frente a una cámara de televisión.
En octubre volví a hacer teatro después de tres años y ha sido muy agradable. Empecé a recordar lo que hacía en la escuela, antes de empezar a hacer series. Cada cosa tiene su atractivo, no le puedes pedir al cine lo que haces en el teatro y viceversa. Me encanta ese acto único y vertiginoso de estar ahí frente al público sin cortes, todo bien crudo y adrenalínico.
Mis papás tuvieron su primera casa propia cuando yo tenía cinco años. Mi papá trabajaba en la minería y mi mamá era dueña de casa, eran dos trabajadores. Una de mis primeras imágenes de la infancia tiene que ver cuando llegamos a ese nuevo hogar en un camión gigante. De estar jugando en el patio mientras sonaba una canción de Juan Luis Guerra. De tener el pelo largo, casi hasta la cintura. En general, tengo pocos recuerdos de esa época.
Competí a nivel nacional jugando tenis. Era lo que más hacía cuando chico. La rutina era ir a entrenar después del colegio, los fines de semana eran de campeonatos. Gané mi torneo más importante a los 11 años, cuando conseguí la primera clasificatoria a un nacional. Jugaba con adultos, pero igual les ganaba. Mi ídolo era el 'Chino' Ríos y ahora es Roger Federer. Tuve que retirarme por una lesión a la espalda, me dolía mucho y debía cuidarme.
En la universidad me dediqué sólo a estudiar. Iba de la casa a la U. y de la U. a la casa. Cuando me vine desde Antofagasta lo hice pensando en que no iba a flojear, sobre todo con lo que cuesta pagar una universidad. Me gustaba estudiar y aprender nuevas técnicas. Salía muy poco y, de hecho, sigo saliendo muy poco. Casi no voy a bailar, no me llama la atención. Mucho ruido y mucha gente, prefiero compartir en escenarios más cerrados y sin multitudes.
Paso casi todo el día con mi hija. Es agotador, pero es una experiencia única. Ahora me quedo con ella en el departamento, porque mi esposa trabaja. Y lo hago encantado. Por mí que nadie más la cuide. Soy su padre y la quiero. No tengo problemas con eso.
La gente piensa que ser cristiano es ser moralista y decir que todo es malo. Y eso es mentira. La religiosidad le ha hecho mucho mal a la relación que uno puede tener con Jesús. Yo la paso súper bien, para mí no es fome tener esa relación. El sexo es exquisito y la religiosidad dice que no, esa cuestión es basura. Uno tiene que vivir tranquilo, la fe es una cuestión súper personal y uno tiene que dejar vivir tranquilo al resto. Cuando dejo que Dios guíe mi vida, en ese sentido tengo paz, tengo tranquilidad y tengo felicidad.
No me interesa si Neruda puede ganar el Oscar. No me importa si las películas en las que participo puedan ser premiadas. Está tan arraigada esta cuestión competitiva que las personas necesitan premiarse entre ellas. No hay algo que sea mejor o peor en el arte, eso no existe, es una estupidez. Uno tiene que quedar conforme con que mucha gente vea tu trabajo y tenga una experiencia con eso. Si me nominan o no me nominan, eso no me hace peor ni mejor que nadie.
No me importó conocer a Alejandro Angulo, uno de los asesinos de Daniel Zamudio, a quien interpreté en televisión. Siempre es bueno tener más material para desarrollar tu personaje, pero con el libro, el guión y unos videos en internet me bastó. Me daba lo mismo ir a cárcel a ver a alguien a quien no conozco. Nunca le creí su versión de la historia. ¿De que íbamos a hablar?
Nunca me han llamado de teleseries y no sé si lo haría. Me parece que es un trabajo digno, pero los contenidos me parecen repetitivos y poco interesantes de actuar. Llegar a la televisión me dio un sustento económico que antes no tenía. Me da lo mismo la plata, aunque sí encuentro que las cifras están elevadas en comparación con otras pegas.