Orfelina Marivil: "Soy la mejor conductora del Transantiago"
#CosasDeLaVida: Siempre les digo a los jóvenes que con un timbre de parada bajan 40 personas, que no es necesario que los 40 lo toquen. Muchos se ríen y me dicen: "Chao, tía, que esté bien", incluso algunos más grandes me gritan: "Gracias, mamita".
En 1987 enviudé a los 35 años y me quedé sola con mis tres hijos de 9, 12 y 15. Nunca había trabajado y lo único que sabía era manejar, ya que antes de morir, a causa de un resfrío mal cuidado, mi esposo me dijo que tenía que aprender. Que en la vida nada está asegurado ni comprado y que si a él le pasaba algo, yo ya tendría incorporada una profesión y no me mandarían como a cualquier otro trabajador.
Al principio me costó, doblaba para el lado contrario y me ponía muy nerviosa, pero finalmente aprendí gracias a su enseñanza. Me regalaron una citroneta del año 62 y me dejaban en Zapadores con Panamericana para que practicara. Ahí estuve sola un par de semanas hasta que lo logré hacer bien.
Cuando quedé viuda tuve que buscar trabajo para mantener a mi familia y me contrataron en Polpaico, la empresa de cementos. Durante ocho años manejé tractores gigantes que saltaban mucho y mis compañeros se impresionaban de que una mujer pudiera dominar esas máquinas. Yo les decía que sólo me faltaba aprender a pilotear un avión.
Después, en el 2006, me cambié al Hotel Park Inn a donde llegué a trabajar amasando y haciendo pastas. Había hecho un curso de cocina en la Municipalidad de Renca, la comuna donde vivo. Llegué a ser maestra de cocina y mis jefes me felicitaban por mis técnicas de amasar, las que aprendí en Galvarino, mi ciudad natal, pero con el tiempo me aburrí de estar encerrada. Yo no nací para estar dentro de cuatro paredes, así es que renuncié y me puse a buscar un empleo que me permitiera estar en la calle, ver y recrear la vista, observar la vegetación de la ciudad.
Un día, navegando en internet, di con la página de Alsacia y sin querer, porque no sé mucho de computación, apreté algo y llegué a un aviso de que buscaban choferes de buses.
Junté mis papeles y fui a la postulación. Ese día había otras 50 mujeres y al llegar un reclutador me miró y probablemente por mi edad me preguntó si era capaz de conducir un bus. "Soy capaz de hacer y aprender de todo", le contesté. Finalmente sólo dos mujeres quedamos seleccionadas.
Ocho días después me confirmaron que estaba aceptada en el trabajo tras lo que hice un curso de dos meses para aprender a manejar los buses. Lo terminé en 15 días porque ya tenía bastante conocimiento. Aun así, al principio, me ponía muy nerviosa, ya que nunca había manejado una máquina tan larga, me daba susto chocar o golpear a alguien. Había que calcular bien al doblar.
Llevo tres años arriba de una micro y todos los días, antes de partir mi ruta 410 o 408, me encargo de revisar mi máquina, que los neumáticos no estén pinchados, que las luces funcionen, que esté nivelada y que los vidrios estén en buen estado.
Cuando manejo estoy muy concentrada en atender bien a los pasajeros, aunque siempre les digo a los jóvenes que con un timbre de parada bajan 40 personas, que no es necesario que los 40 lo toquen. Muchos se ríen y me dicen: "Chao, tía, que esté bien", incluso algunos más grandes me gritan: "Gracias, mamita".
Algunas personas me reclaman porque está atrasado el recorrido, pero no les respondo de mala forma, sólo les pido paciencia y que miren cómo están las calles, llenas de autos y de tacos. La ciudad está colapsada y no hay espacio.
Yo no creo que el Transantiago sea un mal servicio, al contrario, creo que es bueno, pero que la gente no sabe usarlo y que muchas veces ellos son culpables de que exista un problema, como por ejemplo cuando les tiran piedras a los buses y quiebran sus vidrios. Eso obliga a sacar la máquina de circulación y deja una menos. También me he dado cuenta que las personas siempre andan apuradas, pero es porque salen justo a la hora. No planifican sus tiempos.
Hace unos días, el Directorio de Transporte Público Metropolitano (DTPM) me nombró "Mejor operadora de Alsacia" y "Mejor de las mejores conductoras del Transantiago". Este premio se da en base a una serie de indicadores como inasistencias, accidentes, amonestaciones, reclamos registrados e inspecciones con fiscalizadores incógnitos.
Creo que este reconocimiento se debe a que me preocupo mucho de mis pasajeros: si veo a un niño o un abuelito en un paradero, me detengo sin importar la edad que tenga. También acerco la cola del bus al pavimento para que los más adultos no tengan tanta distancia entre la bajada y la vereda o abro las puertas de atrás para que las mamás con coches puedan subir con tranquilidad. Más que pasajeros, siento que son mis clientes a los que debo atender.
Estoy muy agradecida de que la empresa haya confiado en mí, de que me cuiden, porque las mujeres sólo trabajamos hasta las 10 de la noche, y de mis hijos que me apoyan. También de Juan, con quien estoy pololeando hace tres años. Él vive en Puerto Montt, así que no nos vemos muy seguido, pero cuando le conté de mi reconocimiento se alegró mucho. Lo que no le he contado hasta ahora es que además me dieron dos pasajes para viajar a Brasil en las próximas semanas, así es que aprovecho estas líneas para preguntarle: Juan, ¿te gustaría irte de viaje conmigo?
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.