Los nicaragüenses votaban ayer sin contratiempos en unas elecciones en las que el Presidente Daniel Ortega acudió sin un rival de peso para ganar un tercer mandato consecutivo, impulsado por un ambiente de progreso económico que ha neutralizado denuncias de autoritarismo.
El respaldo a Ortega y a su esposa y compañera de fórmula, Rosario Murillo, ronda el 70%, según encuestas, gracias a sus exitosos programas sociales y a un mejor clima de negocios en uno de los países más pobres de Latinoamérica.
Desde las costas caribeñas a las cordilleras volcánicas, unos cuatro millones de nicaragüenses mayores de 16 años estaban llamados a las urnas, en una jornada que transcurría sin incidentes bajo la vigilancia de más de 23.000 policías y militares.
Ortega, de 70 años y que apareció poco durante la campaña, ha prometido defender los logros de su "revolución socialista, cristiana y solidaria", con la que redujo la pobreza en un 13% en la última década, según datos oficiales.
Además, el oficialista Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) renovaría su amplia mayoría de los 92 diputados de la Asamblea Nacional, que ha sido clave para afianzar el poder de Ortega, en la Presidencia desde 2007.
"Es el chavalo (protagonista) de la película aquí", dijo Carlos Correa Espinoza, albañil jubilado de 74 años, mostrando su pulgar manchado de tinta indeleble en un colegio electoral en el centro de Managua. "Trata bien a los pobres", agregó.
Sus detractores dicen que busca una "dictadura familiar" con algunos de sus hijos en puestos clave de la administración y lo acusan de que utilizar la justicia para eliminar los límites constitucionales a la reelección y aplastar a sus enemigos.
La oposición virtualmente desapareció después de que una decisión judicial por una vieja disputa por el liderazgo del Partido Liberal Independiente (PLI) sacó de la carrera electoral al principal contendor de Ortega. Los diputados que rechazaron la sentencia fueron separados de sus cargos.
Esto hizo que parte de la oposición llamara a la abstención como única vía para protestar contra "el fraude", pero los sondeos mostraban que la mayoría del país confía en los comicios.
"Hoy yo no salgo a botar mi voto", dijo Dennis Espionosa, estudiante de informática de 21 años, repitiendo la consigna de los que acusan a Ortega de amañar los resultados. "Votar valida la dictadura de la familia Ortega", aseguró.
Tan solo Maximino Rodríguez, un ex rebelde de la Contra que combatió al sandinismo en la década de 1980, apenas logró sumar un 8% de la intención de voto con el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) de centro derecha.
"Realmente, no debería de haber problema, porque cada quien debe de hacer uso de su derecho constitucional depositando su voto como quiera", dijo Rodríguez tras votar en la ciudad rural de Sébaco, a unos 100 kilómetros al norte de la capital.
Estados Unidos y organizaciones internacionales han expresado sus dudas sobre la desintegración del PLI y la negativa de Ortega a aceptar observadores internacionales, que criticaron la falta de transparencia en comicios pasados.
Un equipo de la Organización de Estados Americano (OEA), cinco ex presidentes de la región y un grupo de expertos fueron invitados a "acompañar" los comicios por el poder electoral, al que la oposición acusa de estar plegado al gobierno.
La alianza de Ortega con los empresarios ha ayudado a Nicaragua a crecer un 5% promedio en los últimos cinco años, impulsado por las principales exportaciones -carne, café y oro- así como por las remesas y la inversión extranjera.
Si se afianza el poder, los mayores retos para el mandatario serán la caída de la cooperación venezolana y la amenaza de que Washington impulse la iniciativa Nica Act para frenar la ayuda multilateral al país centroamericano.
La crisis política y económica de Venezuela está mermando la ayuda financiera que ha sido clave para impulsar programas sociales y subsidios energéticos con responsabilidad fiscal. La oposición denuncia que esos fondos también fueron a parar a negocios privados vinculados a Ortega.
Además, las elecciones en Estados Unidos de mañana podrían alterar la relativamente cordial relación que mantuvo con su viejo enemigo ideológico de la Guerra Fría durante el gobierno de Barack Obama, que no le impidió seguir cultivando sus alianzas con Cuba, Rusia e Irán.