Si la profecía se cumple y La La Land se lleva esta noche los Oscar a Mejor Película y Mejor Director, la anacronía será perfecta. Parecerá que estamos en 1969, cuando Oliver! fue el último musical en ganar las dos categorías más prestigiosas de la Academia de Hollywood, sin mencionar que se quedó con otros tres premios (Chicago, en 2003, se quedó sólo con la primera). Sin embargo, La La Land no habla de la Inglaterra victoriana, sino que es Hollywood exprimido. Es decir, prefiere viajar en la máquina del tiempo a 1959, cuando Gigi, el último gran musical de la MGM, se quedó con nueve estatuillas.
Ese es el cine que tributa el nuevo filme de Damien Chazelle. El de Vincente Minnelli y Un americano en París; también, por supuesto, el de Stanley Donen, Gene Kelly y Cantando bajo la lluvia: años 52 y 51, respectivamente, período irrepetible en la historia hollywoodense, hiperpoblado de películas con cantantes actores y bailarines histriones.
La versión 2017 de los Oscar no sólo será recordada por el aplastante favoritismo de La La Land, que perfectamente se podría llevar 5 o 6 de los 14 premios a los que está nominada, sino también por el muy buen nivel de los largos en competencia. De los nueve, es difícil encontrar alguno derechamente malo y, lo más importante, hay para todos los gustos, demostrando una saludable variedad de géneros y temáticas. Si alguien pudiera fotografiar el Hollywood actual a partir de esta contienda, seguramente no suscribiría aquella extendida opinión de que lo mejor del audiovisual se hace hoy para la TV o el streaming. Pamplinas.
La La Land, que postula a Mejor Película, Director, Guión, Actor, Actriz, Fotografía, Montaje, Música y otros seis rubros, es la historia de dos amantes en tiempos del despertar vocacional. La acción transcurre en Los Angeles, tiempo presente, donde Sebastian (Ryan Gosling) y Mia (Emma Stone) quieren ser, respectivamente, el mejor jazzista y la mejor actriz. O sea, los mejores del mundo. Todo es presentado bajo una capa de papel celofán llamado musical, pero lo que se cuenta, en el fondo, es un drama donde el egoísmo es el monstruo que mata. ¿Puede el amor entre ambos sobrevivir a sus pulsiones individuales por ser famosos y brillar en la multitud? En ese sentido, la película de Chazelle (que en Whiplash instaló a un baterista que dejaba a su novia para ser un músico de verdad) es brillante y al mismo tiempo cruel.
Las otras dos películas que cortejan a los Oscar desde más cerca, con ocho postulaciones, podrían haber sido las favoritas si el fenómeno La La land no hubiera llegado para quedarse. Sobre todo, Luz de luna, el evocador drama de Barry Jenkins sobre un muchacho afroamericano que se abre camino a machetazos entre la selva del desprecio y los prejuicios. Este cuento de aprendizaje moral transcurre en Miami y su eventual reconocimiento vendría a saldar la cuenta que los premios mantienen históricamente con la comunidad negra.
La llegada, por su parte, es después de todo otra fábula ética: se vale de una premisa de ciencia ficción (la visita extraterrestre) para construir una historia sobre la incomunicación, la intolerancia y la convivencia. La película de Denis Villeneuve es un gran antídoto contra Trump vestido de ciencia ficción.
En el club de las cintas con seis nominaciones hay tres largometrajes. Hasta el último hombre, de Mel Gibson, es una eficiente película de estadounidenses en la Segunda Guerra contada en el estilo que ya se le conoce al realizador: violento, con exceso de extremidades desmembradas y patriotismo espontáneo. Un camino a casa, del australiano Garth Davis, también es eficaz, pero no aspira a discursear sobre nada. Cuenta el caso real de un muchacho indio que pierde la pista de su madre y es criado por australianos hasta que le dan ganas de saber de dónde viene. Muy superior a ambas es el trabajo del cineasta y dramaturgo Kenneth Lonergan, que en Manchester junto al mar demuestra su pericia en el manejo sicológico de los golpes de la cotidianeidad: separaciones matrimoniales, ausencias extendidas, recelos fraternos. En la trama, situada en un pueblo costero del noreste de EE.UU., Lee Chandler (Casey Affleck) debe hacerse cargo de su sobrino tras el temprano fallecimiento del padre de éste. A la larga, puede ser la gran película de la temporada, pero ya se sabe que La La Land se instaló cual virus contagioso.
Con cuatro nominaciones vienen Nada que perder, de David Mackenzie, y Fences, de Denzel Washington. El primero es un western moderno de magnífica factura que se interna en la América endeudada y abandonada de los blancos pobres con casas hipotecadas. El segundo es la intensa adaptación de Washington de la obra teatral de August Wilson sobre un padre afroamericano que se debate entre la frustración y la desigualdad social.
La película con menos nominaciones del grupo es Talentos ocultos, de Theodore Melfi, largometraje con la clásica historia ejemplar basada en hechos reales, en este caso el grupo de matemáticias afroamericanas que fueron claves para el desarrollo de la carrera espacial de la NASA en los años 60. No es una gran película, pero tampoco es menos que Un camino a casa o Hasta el último hombre. Como se ve, el Oscar 2017 es casi una edición premium.