En un momento de la entrevista, Pablo Chiuminatto (1965) recuerda la época cuando había poco y nada. Eran los años en que Chiuminatto trabajaba como ayudante de Nemesio Antúnez en el Taller 99 –dictadura, crisis económica, cerrazón cultural- y era testigo de la forma en que una generación de artistas e intelectuales, los que crearon una tradición que el golpe interrumpió, sobrevivía en un territorio hostil.
La memoria de aquel tiempo le sirve como un contrapunto para valorar lo que hoy existe, pero también para criticarlo. Han pasado varias vidas desde los oscuros años 80. Pablo Chiuminatto, el asistente de Antúnez, se transformó en artista visual, luego en doctor en filosofía, luego en académico universitario, y hoy en un intelectual que permanentemente deja estampadas sus opiniones sobre políticas culturales, específicamente sobre el proyecto de Ministerio de las Culturas, en intervenciones como la de hace una semana, en un seminario del Centro de Estudios Públicos. En esa ocasión dijo, entre otras cosas, que estamos en presencia de "un Estado víctima con discurso de minoría, que se presenta como un Ministerio de Cultura que viene a traer la justicia cultural en una operación estratégica que busca recuperar la épica de posdictadura que se está perdiendo". En ocasiones, por frases como esa, a Chiuminatto lo han llamado "facho". Él mismo lo cuenta y cuando lo hace, desaparece la ironía y el humor negro con el que suele salpicar su conversación y se instala la pesadumbre.
¿Por qué para ti tiene tanta importancia ahora, en este minuto y desde la academia, hablar de políticas públicas en cultura?
Lo fundamental para mí es el rol del intelectual. La imagen que yo tengo de ese rol es la de alguien cuyo deber es mirar críticamente aquello que lo rodea, sin necesidad de pertenecer a un partido político. Por otra parte, yo he sido testigo de 30 años de cultura en Chile y, mal que mal, uno empieza a reconocer ciertos rasgos, ciertas coincidencias y también ciertos vaticinios hechos por maestros mayores sobre lo que ocurriría en la cultura. Moralmente no me puedo quedar callado porque estoy siendo testigo de una transformación que en algunos casos ha sido muy positiva –porque uno no puede no reconocer los avances que se han tenido en los últimos 30 años-, pero también ciertas transformaciones que llaman la atención. No me quedo contento con publicar papers; tengo que intervenir cotidianamente en lo público.
Uno podría identificar dos fuentes de discurso: la oficial y la de determinados intelectuales. ¿Qué pasa con los creadores y gremios?
Lo que pasa es que el dinero transforma todo. Las leyes sectoriales a las que nos enfrentamos están bajo un modelo muy anacrónico. Es la lógica de una frase de 1952, esa que decía que quien toca ministerio, no toca camioneta, o sea súmate a algo, porque o si no, te vas a quedar sin nada. Entonces lo que te dicen los gremios es, por ejemplo, "métete en la ley de Artes Visuales, va a haber mucha plata". Entonces a cada uno se le dio su parcelita para explotar y para sentirse protegido como gremio. No hay ningún otro ámbito de la producción nacional donde exista un sectorialismo como lo que se está aplicando aquí.
¿Cómo describirías –sintéticamente- estos casi 30 años de cultura en democracia?
Creo que son 30 años que están muy marcados por una épica inicial, que se ha ido transformando y diversificando. Creo que, además, en el último tiempo, esa épica se ha ido desagregando. Lo que está ocurriendo en la política es exactamente lo mismo que está ocurriendo en la cultura; en cierto sentido todo el afán contenidista que ha tenido el Consejo Nacional de la Cultura en este último tiempo tiene que ver con que también se están empezando a desagregar de esa épica.
¿A qué le llamas 'afán contenidista'?
O sea, que están controlando el contenido. Las polémicas que ha habido en el último tiempo con el Centro Nacional de Arte Contemporáneo de Cerrillos o las que han existido sobre el Ministerio de Cultura; no es sólo un asunto de cómo hacemos una institución que permita planificar un contexto de la realidad nacional –como lo puede hacer cualquier ministerio-, sino que se mezclan negociaciones culturales más complejas. Negociaciones como las que tienen que ver con asegurarles a los gremios, a cada uno su poquitito, una parcela: a lo audiovisual, a los libros, a la música. Ese contenido que se pone, por ejemplo, cuando se introduce el asunto indígena al interior del proceso de constitución del Ministerio de las Culturas. No hay ninguna razón para que sea el Ministerio de Cultura el que tenga que resolver el problema indígena. A mí me preocupa el reconocimiento indígena, pero no tiene por qué estar enfocado de ese modo. ¿Por qué no van a hacer lo mismo el Ministerio de Justicia o el de Salud o el de Desarrollo Social?
¿Por qué crees tú que ocurre?
Como intelectual, como profesor de filosofía que soy, me empiezo a preguntar: aquí están haciendo algo que es una operación en el caso de lo indígena que se llama 'esencialismo estratégico': ¿en qué consiste?, en que yo reconozco tu pueblo, pero para incorporarte en un sistema nacional, ¿me explico? Cuando las comunidades indígenas hablan de autonomía y territorio, el Ministerio de Cultura lo traduce en 'patrimonio y culturas'.
El argumento para hacerlo es que habían sido pueblos o tradiciones ignoradas por el Estado, marginadas…
Claro, pero una de las características que ha tenido la Concertación y la Nueva Mayoría es esa capacidad de tener un discurso de minoría, siendo de mayoría; un discurso de víctima siendo gobierno. Me parece alucinante, alucinante, que el Estado de Chile haga un negocio cultural en el cual, para hundir la épica de la derecha, levanta una épica en la cual se identifica con las minorías, con los postergados, pero reconozcámoslo, es el Estado el que está haciendo la operación y es eso lo que se llama 'esencialismo estratégico', es decir, "yo te reconozco para que tú te sumes a mí", para que no te sumes al contrario; es fuerte, la definición de gobierno es 'o tú o yo'. Lo que están haciendo es, de nuevo, una estrategia; algunas personas sostienen que el Ministerio de Cultura es un proyecto histórico, un proyecto historiográfico.
¿Por qué un proyecto historiográfico?
Porque quieren transformar la perspectiva no tan sólo del futuro, en cuanto a un ministerio que va a venir a planificar el desarrollo de la cultura en Chile, sino que también administrar el pasado, para asegurarse los votos que le permitan continuar en el poder. Y por eso el Centro de Arte de Cerrillos es un ejemplo perfecto, es un lugar con estrategias museográficas cruzado con un proyecto inmobiliario de construir un lugar donde van a vivir la misma cantidad de habitantes que en Valparaíso. Es perfecto. El pensamiento paranoide, en este caso, funciona.
Tú hablas de que ha habido grandes desastres en los últimos treinta años, ¿a cuáles te refieres?
En el caso del discurso de la cultura, piensa tú cuántos años escuchamos que "la Dibam necesita esto", que "los museos necesitan lo otro", que "la educación cultural necesita"; vamos a cumplir 30 años con las mismas quejas. Es como una especie de destrucción tan lenta, que no se alcanza a percibir. Cuando tú ves que en el proyecto del Ministerio de Cultura se plantea la separación total del Ministerio de Educación. Por una parte ves los fondos que se le dan al GAM, que son un delirio de millones; y por otra parte sabes que hay 150 escuelas en Chile sin agua potable. Para mí un proyecto cultural es que esas 150 escuelas tengan agua potable. No es que yo esperara grandes cosas, pero me parece un desastre que el diseño del Ministerio de Cultura termine 26 años después, siendo algo que se parece más a una corporación que a un ministerio planificador, que potencia las instituciones, y no como ocurre hoy día que se encarga de los contenidos para pelearle la hegemonía al Museo Nacional de Bellas Artes.
El Centro Cultural Estación Mapocho, el GAM y el Centro Cultural Palacio La Moneda dependen de financiamiento público sin ser estatales. ¿Cómo describirías esta figura institucional? ¿Cuál ha sido su aporte?
La figura de las corporaciones y fundaciones ha tenido un desarrollo complejo. Evidentemente son una contribución a la escena cultura, no cabe duda, el tema es a qué costo. En este país aún hay un porcentaje relevante de escuelas públicas rurales sin agua potable, con letrinas. Creo que un proyecto cultural fundamental es cumplir con esos niños, en vez de construir una sala para 2.500 butacas en Santiago donde hay suficientes. Podrán decir que confundo las cosas, pero a mí me avergüenzan esas asimetrías y creo que llegó el tiempo de empezar a cruzar esas variables. No hay cultura sin dignidad. Estos centros culturales son la demostración que para el Estado hay fondos cuando es conveniente, además a largo plazo deben autofinanciarse, con las consecuencias que conocemos. Mientras tanto, la Dibam no tiene fondos para resolver el tema del Museo Nacional de Bellas Artes, pero sí hay para implementar el Centro Cerrillos.
¿Tus críticas han sido recibidas con hostilidad?
Este "poder víctima" del que hablo es muy especial, polariza el discurso, es decir, si tienes una crítica al Consejo Nacional de la Cultura, estás contra la cultura, estás contra del ministro, ¿me entiendes?
Una forma de debatirte es argumentando que tu discurso es anti-indígena, porque criticas la inclusión de los pueblos originarios en el proyecto.
No.
¿Por qué no lo es?
En las jornadas que se realizaron en marzo en la Cámara de Diputados el dirigente kaweskar Juan Carlos Tonko, les dijo: "A mí no me interesa la cultura sin territorio". Yo lo que estoy planteando es que hay que ser honesto desde antes y decirle: "Nosotros los estamos invitando a participar, queremos que se integren, pero esto no implica autonomía", ¿me entiendes? O sea, cuidado con ese negocio, porque esta política tiene un riesgo y es que un populista, venga de derecha o de izquierda, pueda transformar este Ministerio de Cultura en uno de propaganda; por una parte. Y por otra, es que puede parecer una especie de acertijo, pero lo que yo les quiero decir a las personas que creen que su sangre o su suelo los determina. Una planificación de un ministerio tiene que ser neutra y tiene que tender a la igualdad y esto es un foco de lo que yo llamo "la rosa cromática de los conflictos". Están instalando un ministerio que les promete a todos todo y eso es falso. Les promete la justicia, la memoria, todo, y eso no está bien. Además, es un ministerio que se tensiona entre el Consejo de la Cultura y el Consejo de Monumentos Nacionales, y es una masa que, además, tiene su propio conflicto interno y que tiene que ver con el otro tipo de justicia estratégica que trata, que en su diseño todos los funcionarios van a quedar mejor que antes. Es tal la cantidad de decoración que esto tiene, que está empezando a peligrar su estrategia. Y es eso lo que yo pretendo en mis cartas públicas.