Se hace llamar Sandokán, igual que el intrépido héroe de las novelas de Emilio Salgari, Se desplaza de micro en micro y de pisadera en pisadera, cargando con sus productos de baja tarifa y también con un odio social que no es gratuito. Sube al bus, trata de vender un libro durante 30 segundos y olvida lo que está promocionando para pasar a cosas mayores: Sandokán cuenta su drama vital. La miserable biografía tiene de todo, desde abusos sexuales hasta robos con intimidación. Quien lo representa es Roberto Farías, protagonista y único actor de Acceso.
La obra unipersonal es el debut en el teatro del cineasta Pablo Larraín, quien este año maneja una agenda apretada: desde el 2 de mayo presentará en el Teatro Municipal la ópera Katia Kabanová, de Leos Janácek, su primera experiencia en la dirección lírica, y en el segundo semestre el plan es Neruda, la película sobre la vida del premio Nobel entre 1946 y 1948. Además, como la semana pasada informó The Wrap, se encuentra en negociaciones para dirigir un remake de Caracortada, producido por Universal Pictures.
"No lo voy a negar, hay elementos comunes, hay un canon compartido entre los personajes de algunas de mis películas, como Tony Manero o Post Mórtem y la obra Acceso", dice Larraín acerca del lugar que ocupan los marginados en su obra. "Son personajes ordinarios sujetos a circunstancias extraordinarias, al límite. Están puestos a prueba y sobreviven: en ese escenario de tipo amoral, crudo, ellos dan testimonio de sus experiencias", agrega el director de No.
La obra, que estará hasta el 31 de mayo en La Memoria, toma su título a partir de la expresión "acceso" que se repite cual mantra en escena.
¿Cómo fue la preparación con Roberto Farías?
Esta obra está hecha por él, para él y con él. Si no pudiera contar con Farías, yo no dirigiría Acceso. Trabajamos de dos formas: recogimos muchos testimonios de muchachos abusados sexualmente en el Sename y escribimos a partir de lo que conversábamos con Roberto. Quedaron 300 páginas y luego lo reduje todo a 20. Esos son los 55 minutos del monólogo de Sandokán, suerte de gladiador urbano o proyectil verbal. Es alguien que instaura una duda ética sobre la validez de la reclusión y los servicios de menores y rehabilitación.
¿Es consciente de que la obra intimida?
Soy consciente de que el personaje de Roberto Farías entra en un momento de éxtasis, donde hay luz y violencia, donde hay autoparodia y también risas cómplices del público. La audiencia no debería reírse, pero lo hace porque tiene dudas éticas acerca de si el sistema ha ayudado a Sandokán.
Viniendo del cine, ¿fue difícil entrar en el clima teatral?
No tanto. Yo me formé en el Teatro de la Memoria. Lo conozco. Lo que me gusta del teatro es el vértigo de la presentación: son 55 minutos en que un tipo como Roberto Farías se transforma en escena. Es incomparable.
¿Hará más teatro?
Si se da la necesidad de expresar algo, con el texto correcto y la persona correcta, ¿por qué no?