Pablo Ortúzar llegó a la causa liberal por un camino poco frecuentado: desde la izquierda. Abrazó los ideales de la libertad y la autonomía de las personas con la enorme pasión que le inspira el espíritu público que manifestó siempre. Es uno de los paladines del liberalismo en la nueva generación. Tradujo el año pasado el ensayo La gran sociedad de Jesse Norman y ahora convocó a un grupo de académicos jóvenes a desempolvar el principio de la subsidiariedad, para limpiarlo, precisarlo y establecer qué tanta vigencia pueda tener. En su doble eje, porque si bien se insiste mucho desde la derecha en que el estado no debe capturar planos de actividad que la sociedad civil y los particulares pueden ocupar sin mayor problema, la verdad es que se insiste poco en que el estado debe intervenir, precisamente en subsidio, cuando el libre desempeño de la sociedad civil o de los individuos genera distorsiones, injusticias, asimetrías o problemas incongruentes con el bien común.
El resultado de la convocatoria es un libro de título difícil -Subsidiariedad- que, a través de nueve ensayos, le pasa lija al principio en el plano teórico, evalúa su lugar en el bagaje intelectual de la derecha y examina su aplicación en diversos espacios del edificio social. Los trabajos pertenecen a Claudio Alvarado, Eduardo Galaz, Daniel Mansuy, Hugo E. Herrera, Gonzalo Letelier, Matías Petersen, Daniel Brieba, José F. García, Sergio Vetgdugo y Aldo Mascareno. Neuronas jóvenes al servicio de viejos y nuevos dilemas de la sociedad.
Antropólogo social de formación, profesor de la Chile y la Católica, investigador del IES, columnista provocador, Pablo Ortúzar responde a La Tercera.
El libro aparece en un momento en que el principio de subsidiariedad está con bajo rating en Chile. ¿Es un tributo al placer de remar contra la corriente?
Siempre hay algo de eso, pero nuestro interés principal es rescatar un concepto muy valioso para pensar un orden político equilibrado. Rescatarlo porque muchos hoy, por ignorancia o convicción, pretenden descartarlo, y porque sus supuestos defensores no han hecho el trabajo de desarrollarlo adecuadamente.
¿Cuánta responsabilidad atribuyes a la derecha en cuanto a haber operado el principio sólo en su dimensión negativa?
Lo cierto es que esa lectura constituye más una práctica que una doctrina en Chile. Es decir, se constituyó más en su recepción práctica que en su elaboración teórica por personas como Jaime Guzmán. Pero que la derecha chilena terminó usando el concepto de "subsidiariedad del Estado" casi como sinónimo del "laissez faire", es cierto.
¿Crees que el principio sigue siendo válido para la sociedad chilena de hoy?
La idea de que el despliegue del ser humano depende de una serie de instituciones que son irreductibles entre sí, pues resguardan bienes que sólo ellas pueden cautelar de buena manera me parece de plena actualidad. También creo que es muy necesario para pensar un orden político donde la sociedad civil ocupe un rol central y no se lea todo en términos de estado y mercado. Cuando se habla de revitalizar lo público y disparar el poder en serio, no se puede hablar de ello sin tomar en cuenta el principio de subsidiariedad.
¿Podrá la derecha remontar su fragilidad ideológica e intelectual?
La inercia interna es brutal. Hay mucha autocomplacencia y ganas de no pensar. Y también rabia contra las críticas internas que se leen como destempladas o mal calibradas. Me parece que es un sector a la defensiva, y a la defensiva no piensa bien nadie. Cambiar eso y subir los estándares de calidad y de honestidad intelectual de los argumentos que se pongan en juego en el debate público son desafíos básicos. El cortoplacismo, el empecinamiento ideológico y la maniobra mediática no van a servir en los próximos años.
¿Se ha izquierdizado la sociedad chilena, más allá de haber elegido a Bachelet y de haberle dado mayoría a su coalición en ambas cámaras?
Depende cómo uno entienda "izquierdización". Lo que sí hay es una fuerte presión democratizadora que, dependiendo de cómo sea conducida, puede terminar en populismo y demagogia tuitera o en un país donde la ciudadanía sea reforzada y las libertades expandidas, junto con las responsabilidades. Esto dependerá en buena medida de la madurez y seriedad con que las elites enfrenten este período, pero también de que esa misma ciudadanía sea pragmática y realista al momento de exigir reformas.
¿Estuvo en algún momento en el proyecto del libro incorporar un capítulo más contingente?
No, los criterios que usamos para invitar a escribir fueron bien rigurosos, y privilegiamos tres cosas: la trayectoria académica (lo que excluyó a los ideólogos políticos), el trabajo teórico respecto al concepto (lo que excluyó, por ejemplo, a algunos historiadores) y ser parte de las generaciones que han desarrollado su reflexión post-dictadura (lo que excluyó algunos representantes mayores). El resultado, sumando y restando, es bien potente. El libro quedó medio cargado a la crítica de la lectura simplemente negativa del principio, pero parece que ya hay grupos preparando seminarios y publicaciones para defenderla o matizar dichas críticas. Y esa es la idea: ser el primer impulso en una discusión urgente y necesaria.