Pablo Rosenblatt: El cineasta de la ciencia
Pocas personas conocen la actividad científica nacional, con sus logros y copuchas, mejor que este biólogo que mientras estudiaba en la universidad se dio cuenta de que le gustaba más difundir descubrimientos y a quienes los hacen que quedarse en el laboratorio.
Un rumor recorría los pasillos de la Facultad de Ciencias Biológicas de la UC, que a fines de los 70 era un pañuelo. Se decía que en ese momento, plena dictadura, autoridades de la Armada habían visitado al biólogo marino y académico de la universidad Bernabé Santelices para encomendarle una misión estratégica: que armara una expedición científica al extremo sur del país para explorar si era posible sacarle partido a la Macrocystis pyrifera (el popular huiro). Era una oportunidad importante en una época donde no había tantos viajes para investigar. Pocos estaban enterados de que el objetivo científico era más bien una pantalla para un fin militar ante una potencial guerra con Argentina.
En ese momento Chile y Argentina se disputaban las islas Picton, Nueva y Lénox, y ante un posible reclamo argentino por estos territorios en el canal Beagle había que montar una industria de lo que fuera en la zona para probar que el país hacía soberanía. Y lo único que sabían era que ahí había huiros por montones, precisamente lo que investigaba Santelices. “Era un problema de Estado contra otro Estado y podíamos usar un trabajo científico para resolver el conflicto”, recuerda el académico. Mientras formaba el equipo que lo acompañaría, el científico se encontró con un estudiante de biología al que le gustaba sacar fotos y filmar. “Llévenme y documentamos la expedición. Esto va a ser un registro histórico”, le ofreció el veinteañero Pablo Rosenblatt. “Yo lo conocía y sabía el potencial de Pablo en lo que quería hacer y era interesante dejar registrada la expedición”, comenta Santelices. Ese fue el primer documental de este personaje que desde entonces se convirtió en uno de los principales divulgadores de la ciencia en Chile, responsable, por ejemplo, del programa Enlaces que tuvo TVN y de Mentes brillantes, una serie documental que muestra la vida de los premios nacionales de ciencias cuya tercera temporada se estrena en octubre en UCV TV.
Rosenblatt, que actualmente está preparando un programa sobre los centros de investigación de excelencia chilenos, dice que aún conserva en VHS la película sobre la expedición al Beagle y que partió fascinado “como cabro chico” a grabarla.
¿Tenías conciencia de la posibilidad de una guerra?
No teníamos idea a lo que nos estábamos exponiendo. No sabía que el Beagle era el centro neurálgico del conflicto. Santelices y (Juan Carlos) Castilla cachaban perfecto, pero para nosotros era una aventura nomás. Estando ahí nos dimos cuenta de que la cosa era grave, cuando pasaban las patrullas y llegaban los marinos en las torpederas a Puerto Toro donde nos estábamos quedando.
Esa expedición le dio muy buena reputación a Santelices, hoy Premio Nacional de Ciencias Naturales, y al resto de los investigadores en el mundo científico y fue determinante en lo que haría Rosenblatt en el futuro.
Hoy el realizador dirige el programa Eureka de la Fundación Ciencia & Vida y es director de extensión del Instituto Milenio de Oceanografía de Concepción. También pasa parte de su tiempo en una casona de Ñuñoa donde está Imago, la productora de Mentes brillantes y de Vecinos del volcán, un documental dirigido por Iván Tziboulka sobre los habitantes de Chaitén luego de la erupción volcánica de 2008 que se emitirá desde fines de agosto en TVN.
Mucho antes de todo eso, tras la expedición al Beagle, volvió a sus estudios y mientras pasaba las horas mirando en un microscopio en el laboratorio de Histología que era dirigido por Juan de Dios Vial –luego rector de la UC-, otra vez el mundo audiovisual le llegó a tocar la puerta. A principios de los 80, el programa Mundo, que conducía el periodista Hernán Olguín en Canal 13, emitió un reportaje sobre el doctor Vial y éste le encontró errores científicos. ¿Solución? Mandaron a Pablo a ayudarlos con los guiones. “Ahí me di cuenta de que había un espacio muy grande porque había gente que estaba haciendo divulgación científica que no sabía de ciencia y, por otro lado, yo conocía a los grandes investigadores chilenos. Tenía que aprovechar eso”.
¿Qué ha pasado con la divulgación científica desde entonces?
Se ha profesionalizado. Hasta hace unos años a los científicos les aterrorizaba que llegara un periodista a preguntarles algo. Hoy tienen conciencia de la necesidad de comunicar lo que se hace, los reporteros se han ido especializando y los medios se han abierto a estos temas, aunque más a la tecnología que a la ciencia. También se ha generado una masa crítica de gente que opina.
Una reciente encuesta de Conicyt dice que la gente cree en el tarot y en las naves espaciales de otros planetas. ¿Qué te parece eso?
No me extraña, porque es parte de la falta de información científica. En Chile la ciencia no es parte de la historia como en Inglaterra, Francia o Estados Unidos, donde Pasteur, Graham o Darwin son parte de la identidad. En la nuestra está Arturo Vidal; no puedes ser chileno y no conocerlo. Pero si le preguntas a la gente quién es Humberto Maturana los que saben no pasan del 30 o 40 por ciento. Ahí hay un gran tema: no tenemos una identidad con referentes de la ciencia.
¿Qué es lo básico que debería saber un chileno en esta área?
La teoría de la selección natural. Eso te da las bases para entender dónde estamos, qué hacemos, por qué y cómo nos relacionamos. Es el punto de partida. Pero en las escuelas no se enseña la selección natural, algo básico. Si no aprendemos de dónde venimos...
¿Y a qué científicos chilenos deberíamos conocer?
Todos deberían saber quién es el médico Joaquín Luco, porque marcó un antes y un después. Es como un padre de la neurociencia en Latinoamérica, y creó una escuela: muchos investigadores actuales pasaron por su laboratorio e inspiró a muchos más. Hay otro grupo más reciente como el biólogo Humberto Maturana y el doctor Fernando Monckeberg. Maturana, además, es un filósofo, un tipo que nos hace pensar qué somos o dónde estamos. Y Monckeberg resolvió el problema más importante de salud aquí que era la desnutrición. También están por ejemplo el biólogo Pablo Valenzuela, la Cuca (María Teresa) Ruiz, astrónoma, o el ingeniero Andrés Weintraub, que son de esta generación en la que la ciencia se empieza a diversificar.
Los egos
En los 90, Rosenblatt creó Enlaces, un programa de televisión dedicado a la ciencia que estuvo más de una década en televisión abierta y que la mayor parte de las temporadas condujo Eric Goles.
¿Cómo lograron tener a Enlaces 15 años en televisión abierta?
La oportunidad vino de un interés personal del gerente general de TVN de ese tiempo, Bartolomé Dezerega. Partimos el 94 con Margot Kahl, que era la conductora mejor evaluada, y tuvimos un rating aceptable, de dos dígitos. Pero la segunda temporada el rating se fue a pique. El canal quiso proteger a la Margot y había que buscar a otro conductor. Jaime de Aguirre quería a César Antonio Santis, también estaba Lucho Weinstein. Yo había estudiado un máster en Canadá y había colaborado en un programa muy famoso que tenía CBC, que se llama Nature of Things y conduce el genetista David Suzuki, y me di cuenta de que en otras partes este tipo de programas los conducían los científicos.
¿Había aquí en ese momento científicos que quisieran conducir un programa de televisión?
Yo había descubierto uno: Eric Goles. En Enlaces lo habíamos entrevistado y caché altiro que era un diamante en bruto. Era un matemático que andaba con ojotas y un bolso de lana, no sé si hippie pero alternativo. Una persona muy potente que había ganado recién el Premio Nacional de Ciencias Exactas (en 1993). Propuse que lo probáramos, pero pedí tiempo para prepararlo. Era evidente que se los comía a todos con zapatos porque hablaba de ciencia con emoción y tú le creías. Fue un éxito de rating, Goles se convirtió en estrella y firmaba autógrafos.
¿Crees que eso influyó para que después el presidente Ricardo Lagos lo pusiera a la cabeza de Conicyt en su gobierno?
Claro. Primero lo invitó a ser parte de la campaña presidencial y esa amistad o vínculo que se generó entre ellos y con otras personas de ese entorno hizo que Goles llegara a la presidencia de Conicyt. De todas maneras. Antes Goles no era un personaje conocido.
Cuentan que Goles entraba a la oficina de Lagos sin tocar la puerta.
Yo creo que sí, porque ellos eran muy cercanos. Lagos le prometió doblar la inversión en ciencia y para Goles eso era una maravilla, quería implementar un montón de programas. Yo creo que Lagos quería, pero a la larga Goles se topó con una muralla y como siempre las prioridades del gobierno fueron otras. Creo que Goles y muchos otros que han venido después no han tenido soporte político para poder hacer cambios porque no basta que el presidente quiera, tienes que convencer a los parlamentarios y al que hace el presupuesto. Sebastián Piñera también quería, si le prometió lo mismo a Pablo Valenzuela y tampoco le cumplió.
¿Qué historia de premios nacionales te ha llamado más la atención haciendo Mentes brillantes?
Ricardo Baeza (premio de Ciencias Exactas 2009) que trabaja en la Universidad de Talca, porque tiene un discurso muy potente respecto de una educación pública de calidad. Si él no la hubiera tenido, no habría llegado hasta donde llegó. La mayoría de los premios nacionales estudiaron en la educación pública, son pocos los que fueron a colegios privados. También hay que destacar que detrás de muchos científicos o científicas hay un esfuerzo titánico, por ejemplo, en las primeras, como la astrónoma María Teresa Ruiz o la bioquímica y primera doctora en Ciencias de la Universidad de Chile Cecilia Hidalgo, hay un esfuerzo inmenso: ser mujer y científica es demasiado potente, tiene que haber un compromiso familiar y de pareja muy fuerte. Muchas de estas personas, como Fernando Monckeberg, no habrían podido hacer lo que hicieron si su señora no les hubiera dicho algo así como “olvídate de la casa, yo me ocupo de todo, dedícate a Chile”. Muchas de esas mujeres de grandes científicos fueron sus secretarias, como la esposa de Luco, Inés Franzoy, hasta que se aburrió, pero después de haberlo hecho por 20 años.
Tú también eres parte de ese mundo. ¿De qué hablan los científicos cuando se sientan a almorzar?
En la Fundación Ciencia para la Vida almorzamos todos los días juntos. Conversamos de todo: a veces de ciencia, del impacto que tuvo un paper, de lo último que salió en Nature. También hablamos de la contingencia del país, de política, de Góngora y Baradit, de la obra de teatro O’Higgins, de una editorial de innovación y desarrollo que salió en el diario.
¿Lo más banal que hablan?
¿Lo más banal que hablamos? … Lo más banal que hablamos....chuta. No sé. Pelamos a alguien. Los chilenos somos buenos para eso y el mundo de la ciencia también. De repente alguien dice algo o escribe una carta y es tema de pelambre y pasas la mitad del almuerzo en eso.
¿Hay mucho ego entre los científicos?
Para ser científico, igual que artista, hay que tener ego. Creerse el cuento, pensar que uno está haciendo o creando algo distinto. Si no, es muy difícil.
¿Qué es lo más interesante que está pasando en ciencia?
El desafío de explorar la gran fosa de Atacama, que es uno de los pocos lugares no explorados del planeta. Que seamos los chilenos los que lleguemos ahí, acompañados por otros científicos, es muy potente. Lo otro es lo que está pasando en biomedicina con Andes Biotechnologies, que tiene un fármaco en etapa 1 de pruebas en Estados Unidos. El aporte que está haciendo en la lucha contra el cáncer lo encuentro notable. Y en Astronomía también están pasando cosas espectaculares.
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