"Yo veo en esto una oportunidad para enfrentar los temas importantes del país con la mirada de Jesús, y de volver a ese momento de la historia de Chile donde la Iglesia defendió los derechos humanos, miró la vida cotidiana y fue valiente para interpelar a los grupos de poder". Con esta reflexión, el sacerdote jesuita Pablo Walker (48), capellán del Hogar de Cristo, analiza la polémica pública que se levantó después de que el nuncio apostólico, Ivo Scapolo, le solicitara al arzobispo de Santiago, cardenal Ricardo Ezzati, algunas declaraciones efectuadas a la prensa por los religiosos Felipe Berríos, José Aldunate y Mariano Puga.

Según publicó La Tercera, el mismo nuncio le reconoció a uno de los tres presbíteros que sus expresiones se encontraban "bajo el examen de la Congregación para la Doctrina de la Fe", del Vaticano. Supuestamente, se analizará la posibilidad de que estén en contradicción con la doctrina de la Iglesia.

Walker prefiere ponerle paños fríos al hecho mismo y trasladar la discusión al momento que vive la Iglesia y la propia fundación creada por Alberto Hurtado, en la semana en la cual el Hogar de Cristo justamente celebró sus 70 años.

"A estos tres sacerdotes les tengo mucha admiración, porque me han mostrado que es mejor 'no hablar bonito, sino vivir bonito'. Y en todo este tema, en el cual se ha caricaturizado a muchas personas, como héroes y villanos, creo que apareció algo muy importante que se encontraba sumergido".

¿A qué se refiere?

Me parece que toda la problemática refleja un anhelo, de mucha gente, y también una crítica, para que todos los que somos sacerdotes entremos en un diálogo más cotidiano con los desgarros del Chile de hoy, de los chilenos que sufren. Para que apoyemos y acompañemos a las personas enfermas, a los jóvenes que sufren la drogadicción y a las mujeres con embarazos no deseados. Todos ellos merecen vivir dignamente. Eso es una opción por la vida, para que el cristianismo no sea un modelo retórico, sino de vida.

¿Lo plantea como una autocrítica al mundo católico?

A la Iglesia la adoro, es mi fuente de inspiración, pero tenemos responsabilidad, porque hemos dejado de tener esa palabra valiente que le hace el contrapeso a la sociedad de mercado y que ha hecho que se agigante la distancia entre los más ricos y los más pobres. Y esta segregación ha causado niveles de conflicto social y de violencia muy grandes. Es el humus donde aparecen ciertas culturas de revancha social; por ejemplo, la anarcocultura. Porque hemos construido un país injusto.

Caridad y justicia   

Actualmente, el Hogar de Cristo atiende a cerca de 22 mil personas en todo Chile, con más de 400 programas de asistencia y cuatro mil trabajadores de Arica a Punta Arenas.

¿Tienen socios suficientes?

Tenemos poco más de 400 mil, y todos los años hacemos una campaña para reponerlos. Por diferentes razones, algunos se van retirando, ya sea debido a entendibles motivos económicos o porque colaboran en otras esferas de la sociedad. Nuestro presupuesto anual es superior a los $ 40 mil millones y seguimos con un déficit cercano a los $ 2 mil millones.

Han hecho ajustes...

Sí, los hicimos, pero la pobreza es algo que no puede esperar y creemos que el Hogar de Cristo ayuda a marcar un cierto barómetro social del país real que tenemos y queremos. Hace poco hicimos un acto simbólico y volvimos al río Mapocho, porque necesitamos seguir llegando a donde la institucionalidad aún no lo hace. Y quedan muchos lugares de pobreza así de compleja en nuestro Chile.

¿Cómo ve la caridad en el país?     

Está la desconfianza hacia las instituciones y, en particular, hacia la Iglesia. Pero, afortunadamente, se ha instalado en la conciencia ciudadana, que más que caridad debe haber justicia. Hay una noción más clara de los derechos. y debemos seguir redescubriendo la responsabilidad de todos en el bien común, para que, ojalá, algún día, no sea necesario el Hogar de Cristo.

¿Qué rol juega en esta nueva mirada la Iglesia Católica?

Hay momentos recientes muy importantes para actualizar el mensaje de Jesús. Por ejemplo, los obispos han sacado documentos importantísimos sobre la educación humanista que se requiere.

¿El estado de los colegios católicos en el país, ayuda a la calidad y equidad en la educación que pide la Conferencia Episcopal? 

A mí modo de ver, la interculturalidad e inclusión son parte de la calidad. Un colegio no puede ser un gimnasio de alto rendimiento para generar una cartera de contactos laborales a futuro, y con eso me refiero a cualquier establecimiento. Es verdad que actualmente existen colegios católicos para ricos y otros para pobres, y eso no es coherente con la vida de Jesús. Él llamaba y acogía a una diversidad de personas y miradas diferentes.

¿Habría que revisar este tema?

Lo estamos haciendo. Lo que pasa es que tenemos inercia y también, en buena medida, nos vemos secuestrados por las demandas de mercado del país. Pero los católicos tenemos la responsabilidad de volver al ejemplo de Jesús y de que el colegio no sea solo un escalón de movilidad social, sino un lugar para conocer y hacer una vida en común con otros chilenos. Hay documentos recientes de la Vicaría para la Educación, del Arzobispado de Santiago, muy buenos y claros en ese sentido.

¿Cómo evalúa, hasta ahora, la reforma a la educación?

Es perfectible, pero necesaria. Y  le tengo fe, porque estamos en un momento del país en el cual podemos dar un salto. Por lo mismo, hago un llamado a la serenidad, ya que nadie tiene el monopolio del sentido común, ni de la sabiduría ni del evangelio. Debemos sumar miradas distintas dentro de la sala de clases, y lograr que desde la base, en las comunidades escolares, existan derechos humanos.