El Papa Francisco señaló hoy que "Europa está cansada" porque "ha renegado de sus raíces" e hizo un llamamiento para favorecer una transformación social que parta de "los pobres y de los ancianos", verdadera "piedra angular de la sociedad".
En estos términos se expresó el obispo de Roma durante su discurso en el templo romano de Santa María del Trastevere, que acogió esta tarde un acto a favor de los más desfavorecidos y vulnerables de la sociedad.
"En ocasiones me preguntan por qué no hablo de Europa. Yo siempre respondo a modo de trampa: '¿cuándo he hablado de Asia?' Pero esta tarde quiero hablar", dijo entre risas.
El pontífice argentino criticó que, para mantener el equilibrio de la economía mundial, en Europa "se descarta" a niños y ancianos.
"Europa no está envejecida, está cansada. No sabe qué hacer y ha olvidado la palabra 'solidaridad' (...) Ya no hay niños en estos países europeos. Además también se descarta a los ancianos con una forma de eutanasia oculta: lo que no produce, no vale", lamentó.
El papa acudió hoy al pintoresco barrio romano del Trastevere invitado por la Comunidad católica y caritativa de Sant'Egidio con el fin de celebrar un acto de oración por los pobres.
El papa llegó a la basílica cruzando a pie las plazas de San Calixto y Santa María, mezclándose con los cerca de 10.000 congregados que le recibieron, según los organizadores.
Durante su paso por las plazas, el papa se entretuvo con los congregados, entre ellos numerosos sin techo, inmigrantes y discapacitados.
Ya en el templo, el obispo de Roma atendió visiblemente emocionado a los testimonios de ocho personas representantes de diferentes realidades sociales que narraron al pontífice sus propias experiencias.
El primero en hablar fue el fundador de la Comunidad de Sant'Egidio, Andrea Riccardi, como primer testigo de esta organización fundada en 1968 para dedicarse a los más pobres o a la promoción de la paz.
"Hemos sentido el cansancio de nuestra Europa envejecida, introvertida, preocupada por sí misma. Toda economía acaba convirtiéndose en avaricia", señaló Riccardi.
Después fue el turno el arzobispo sirio ortodoxo Jean Kawak, que hizo un llamamiento para pedir el fin de la guerra civil que Siria padece desde marzo de 2011.
"Vengo de Siria, Santidad. Traigo conmigo, en los ojos y en el corazón, el sufrimiento de un pueblo prisionero de la guerra y de una situación bloqueada", dijo Kawak.
Le siguió Irma Lombardo, una anciana italiana de 90 años, que parafraseó al papa al criticar la "cultura del descarte" que, a su juicio, se ha instalado en la sociedad en relación con los más vulnerables.
Francesca Gregori, una muchacha de 12 años procedente de Tor Bella Monaca, un barrio de la periferia romana, y Daniel Cotani, un desempleado de 28 años con tres hijos, también hablaron con el Papa.
Aunque con dificultad, también contó su historia Adriana Ciciliani, una mujer con discapacidad como consecuencia de haber nacido en un coma del que posteriormente se recuperaría.
"Me gustaría decir algo sobre mi o sobre aquellos que, como yo, viven una dificultad que se ve y que no puede esconderse. ¡Somos débiles pero no permanecemos tristes o temerosos! ¡Tenemos la fuerza del espíritu de Jesús!", exclamó Ciciliani al término de su alocución.
Otro de los testimonios que el pontífice escuchó fue el Dawood Yousefi, un joven musulmán de 29 años procedente de Afganistán que llegó a Italia tras un peligroso periplo huyendo de la guerra.
"Hoy estoy bien y trabajo. He conocido a la Comunidad de Sant'Egidio una tarde en la estación de Ostiense donde llevaban la cena a aquellos que viven en la calle (...) Voy a menudo a las escuelas a contar a los alumnos mis experiencias", confesó Yousefi.
También habló Branislav Savic, de 30 años, hijo de unos inmigrantes rumanos.
Por último habló Jaime Aguilar, de El Salvador, en representación de la Comunidad de Sant'Egidio en el mundo, quien recordó la historia de William Quijano, un joven de 21 años integrante de esta organización que fue asesinado en un barrio periférico de San Salvador.
Además, dentro del templo, el pontífice llevó a cabo una ofrenda floral ante la Virgen de la Clemencia, la representación más antigua de María que se conserva en Roma.
Tras cerca de dos horas de ceremonia, el Papa salió de la iglesia para dirigirse a la sede de la Comunidad de Sant'Egidio, donde mantuvo un encuentro con miembros de dicha organización y con algunos de los sintecho o inmigrantes a los que atienden.