"No voy a abandonar la cruz, me quedo cerca del Señor crucificado de una forma distinta". Benedicto XVI mostró ayer su cara más humana y paterna a los casi 200 mil peregrinos que se apiñaban en la Plaza de San Pedro, donde celebró su última Audiencia general. Los tranquilizó, sonrió, se conmovió. Varias veces ensanchó los brazos como para abrazarlos a todos.
Eran jóvenes y adultos que cantaban y rezaban en varios idiomas y ondeaban banderas de todo el mundo. Tomaban fotos y tendían las manos cuando el Papa dio una lenta gira por la plaza montado en su auto. Su discurso volvió a explicar las razones de su renuncia. Un gesto "grave y nuevo" -lo definió- que decidió "emprender con profunda serenidad y con gran confianza en la Iglesia".
En una Plaza de San Pedro que se prepara para el cónclave, los peregrinos se agolparon. Muchos se preguntaron cómo pudo un Papa renunciar, aunque entienden las razones humanas de un hombre cansado, que no tiene fuerzas para ser el jefe del catolicismo. A ellos les dedicó Benedicto su última audiencia, que en los casi ocho años de Papado celebró cada miércoles por la mañana, pero ayer, día especial, convocó al aire libre, en la explanada de San Pedro y no en la sala Pablo VI. "Agradezcamos al Señor este sol que nos regala, gracias, son muchísimos. ¡Veo a la Iglesia muy viva!", señaló. "La de dimitir no fue una elección fácil -admitió-, pero amar la Iglesia significa también tener la valentía de tomar decisiones difíciles, sufridas, adelantando siempre el bien de la Iglesia y no de sí mismos". Benedicto XVI recordó cuando en 2005 fue llamado a instalarse en la silla de San Pedro. "En aquel momento las palabras que resonaron en mi corazón fueron: Señor, ¿por qué me pides esto? ¿Qué me pides? Es un peso muy grande que no puedo satisfacer. Pero si tú me lo pides, acepto seguro de que tú me guiarás, a pesar de todas mis debilidades".
Benedicto XVI trazó su balance: "Puedo confirmar que el Señor sí me condujo. Percibí su presencia cotidiana. Juntos recorrimos un trozo de camino de la Iglesia, que tuvo momentos de felicidad y de luz, pero también momentos nada fáciles. A veces, me sentí como San Pedro con los apóstoles en el barco en el lago de Galilea", dijo, recurriendo a la misma metáfora que usó antes de su elección para definir los tiempos ajetreados de la Iglesia. "El Señor nos regaló días de sol y brisa ligera, pero también momentos de aguas agitadas y viento contrario. El Señor parecía dormido. Pero yo siempre supe que El estaba allí y que el barco de la Iglesia no es mío, no es nuestro, sino suyo. El Señor no deja que se hunda".
Delante de los fieles y de los cardenales -que hoy encontrará para despedirse personalmente, antes de tomar el helicóptero rumbo a Castelgandolfo- transmitió confianza: "Mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios porque nunca me faltó su luz y su amor. Nunca me sentí solo". "Un Papa acepta su compromiso con el Señor y pierde cualquier dimensión privada, así es que es imposible para mí volver a mi vida privada, a los viajes, encuentros, conferencias. Me quedaré sirviendo con la oración", señaló. Una nueva vida que empieza hoy, a las 20 horas.