Son las tres y media de la tarde y Myriam Arévalo está viendo su tercera teleserie al hilo. Las ocho mesas de su restorán están vacías y dice, como desconfiada, que lo único que le queda es cerdo al jugo con papas cocidas y ensalada de habas. En la calle no anda nadie. A lo lejos se oyen unos martillazos, el viejo motor de una de las "liebres" que cada dos horas cruza la Avenida Doctor Moore y una radio donde José Luis Rodríguez aclara que "yo no soy la ola que golpea la roca, soy de carne y hueso".

Aquí, en La Rueda, la especialidad es la quínoa, según reza un papelito escrito a mano y que está al lado de una figurita de madera con un huaso guiando una yunta de bueyes. Pero hoy día no hay galletas, ni postre, ni ensalada de quínoa en el único local que esta tarde de martes está abierto en el centro de Paredones. "La cosa está muy mala, apenas cocino para los pensionistas que tengo en las piezas de atrás, entonces ¿pa'qué voy a estar haciendo galletitas y postres si se me van a echar a perder?", se responde Myriam, mientras en la tele una escotada rubia recibe un feroz cachetazo por haber pasado la noche con un tal José Guillermo.

Dos cuadras más arriba, subiendo hacia la escuela, Blanca Catalán está recién abriendo su pequeño bazar, donde vende naipes, monos de peluche, unos gatos de plástico que mueven la patita y tarjetas del Día de los Enamorados que ya pasó hace meses. "Las de Navidad me llegan la semana que viene", cuenta esta mujer de 67 años que, con el anuncio de la "mercadería que viene", intenta revertir algo que aquí parece inevitable: la sensación del tiempo detenido.

Paredones, "tierra de encantos y tradiciones", como está escrito en los barriles que sirven como basureros y que son el único adorno urbano de la calle principal, es una comuna de la Región de O'Higgins, que está a hora y media de Santa Cruz, justo entre la zona vitivinícola de Lolol y la turística costera de Bucalemu.

Sumando los muchos sectores rurales que tiene Paredones (San Pedro de Alcántara y Lo Valdivia, entre otros), son 6.900 los habitantes que viven en una comuna que no sólo tiene que lidiar con la agobiante calma de la provincia: ellos también son los que reciben el peor pago de Chile, según una encuesta encargada por el Ministerio del Trabajo a través del Sistema de Información Laboral (SIL), y que determinó que aquí se pagan los sueldos más bajos del país, unos 199 mil pesos al mes, y que contrastan dramáticamente con el millón 140 mil pesos que reciben los que viven en Vitacura, la más beneficiada de acuerdo al estudio difundido hace un par de semanas.

Acá nadie conoce la encuesta, pero tampoco les extrañan sus resultados. "Aquí no hay fuentes de trabajo", concluye Blanca Catalán, a quien le acaban de ir a pagar un "fiado" de 700 pesos, su única venta del día. "Los más jóvenes se van, porque no hay dónde trabajar, y nos estamos quedando los puros viejos y los niños que, cuando salgan de la escuela, también se van a ir". Dice que dos de sus hijos tuvieron que ir a estudiar lejos, una a Arica, para sacar la carrera de Parvularia, y otro a San Fernando, para terminar Mecánica, y esa es la historia que casi todos relatan en Paredones, una comuna que envejece a tranco lento y con el mínimo en los bolsillos.

LA TIERRA DESPIERTA DE LA SIESTA

Margarita tenía 11 pensionistas la noche del 27 de febrero de 2010. Alcanzaron a arrancar todos, algunos en pijama y otros "a poto pelado", según describe la dueña de la Pensión Chelita, donde cuesta seis mil pesos pasar la noche. Arrancaron todos, menos uno, que se quedó petrificado con el feroz remezón y que casi pierde la vida con un pedazo de adobe que cayó del cielo y que rompió en dos el somier de la cama en que dormía. El paso del terremoto dejó huellas profundas en Paredones. Basta caminar por la calle principal para confirmar que el adobe no es precisamente el material más noble cuando la tierra decide despertar de la siesta.

La municipalidad, una vieja casa colonial, casi se viene abajo, por lo que tuvieron que trasladarse a la escuela, donde funciona hasta hoy. A la iglesia hay que meterle como 400 millones de pesos para arreglarla y sólo las familias que tuvieron más plata, que aquí son las menos, han podido reparar sus fachadas y reconstruirlas a pulso con cemento y techos de lata. Pero las réplicas más sensibles se sienten puertas adentro. Jorge González Neira es el sargento segundo del retén de Paredones y se le cayó la casa con el terremoto. Pagaba 50 mil pesos de arriendo, pero ahora cobran 110 por viviendas de similares características. "No hay casas para arrendar y las que están disponibles las arriendan mucho más caras que antes", explica un uniformado de mirada triste y que pidió traslado desde la comuna de El Bosque, en Santiago, sólo tres meses antes del terremoto.

Al sargento González no le quedó otra que irse a vivir donde su suegro, al que también se le vino la casa abajo, pero que tenía terreno suficiente como para que su yerno armara una "ranchita" de madera para vivir con su familia. Pero la nueva construcción terminó abortando a última hora el largo trámite que su suegro había iniciado con la municipalidad para que le dieran plata y rehacer su hogar. "Le dijeron que como había una nueva casa en su terreno, no necesitaba plata para reconstruir la que se había caído. Da rabia. Hay gente que tiene tres casas y que informaron el derrumbe de la que menos ocupaban, la que tenían abandonada para guardar cachureos. A ellos sí les han dado para reconstruir, mientras que a los que más necesitan les han negado la ayuda".

La frustración cruza las pocas calles de Paredones, cuyo "centro", que es una de esas calles, tiene consultorio, una escuela, dos pensiones, un par de amasanderías y  botillerías.

Sarita Moraga y Paola Bustamante trabajan en la Junta Inscriptora de la comuna y ganan poco más de 170 mil pesos al mes. Pasan gran parte del día copuchando, haciendo puzzles y mirándose las caras en un caluroso cubículo de madera que les armaron como oficina de emergencia, después del terremoto, pero que, como muchas cosas en Paredones, terminó siendo su lugar definitivo de trabajo.

Hace exactamente un año, también se miraban las caras cuando se entregaron las obras de pavimentación de la calle principal. El asfaltado de la Avenida Doctor Moore vino acompañado del sistema de alcantarillado, un progreso evidente para la zona, pero que como una cruel ironía también terminó afectando el presupuesto del paredonino medio: si antes pagaban 10 mil pesos en agua, hoy tienen que pagar el doble y más.

"Hasta la modernidad se ensaña con nosotros", se lamenta Sarita Moraga, quien entrega un certero detalle de las cosas que faltan en su "pueblo". "Aquí, en el campo, no te mueres de hambre. Siempre hay algo para comer, pero estando tan lejos, todo es más caro. El kilo de pan está a más de mil pesos; la bencina, a 800 el litro; no hay bancos, ni cajeros y nos pagan con cheques, así es que cada mes tenemos que ir a San Fernando, que está a una hora y algo de acá, y pagar otros 1.500 pesos, que es lo que cuesta el pasaje. Pega, hay poca. La única pega que hay es la de la fruta, pero es temporal y en el invierno no hay qué hacer. Las empresas forestales contratan a los del sur y aquí no hay viñas como en Santa Cruz ni pesca como en Bucalemu. ¿Cómo quieren que no tengamos los sueldos más bajos de Chile?".

ACA LA GENTE ES MUY SANA

A "Manolito" casi lo atropella una quinceañera que va como endemoniada rumbo a la meta. La chiquilla corre con la cara llena de harina y una cuchara en la boca equilibrando un huevo. Defiende a la Alianza Negra y las 30 personas que están en el Gimnasio de Paredones gritan y rechiflan y le indican a "Manolito", que es "el loquito del pueblo", según cuenta la guaripola de la Alianza Naranja, que se salga de la cancha, que tenga cuidado y que se vaya para afuera.

Esta es la Semana Paredonina y la gymkhana es una de las principales actividades de este miércoles, aunque afuera, en el pueblo, la dolorosa calma sigue siendo ley.

Se cumplen 166 años desde la fundación de Paredones y vienen partidos de baby fútbol y elección de reina. Luis, que tiene 27 años y que viene llegando de la pega con el pelo mojado y unas zapatillas Nike, ya tiene a su candidata, una morena bien acinturada que se pasea con un cintillo de la Alianza Azul. Luis está convencido de que el pueblo es "re fome", pero admite que ya no se fue, a diferencia de  muchos de sus compadres. Cuenta que trabajó "en la fruta", pero "ahí la plata es entre noviembre y abril. Y no todos los días es la misma plata: un día ganái 25 lucas y al otro día ganái cuatro. Nadie te asegura que trabajís 30 días seguidos. Así es que me fui a las forestales, que es plata más segura".

Luis trabaja en La Cabaña, que es una de las madereras que el empresario Francisco Javier Errázuriz tiene en la zona. Dice que el hombre se ha portado bien, "porque tiene a la Inspección del Trabajo encima", pero que paga el mínimo por estar ocho horas al día acarreando tablas. Explica que no hay más pega disponible en la zona. Las Salinas de Lo Valdivia están muertas, describe, y adelanta que recién están abriendo unas viñas, pero que todavía no hay producción. Se consuela con la vieja tesis del hombre de campo: que acá la gente es muy sana, no como en Santiago, y que puedes dejar la puerta abierta de tu casa y nadie te va a robar nada. Que comida no falta y que igual alcanza para vivir. "Nadie quiere hacerse rico acá, pues caballero", cierra el tema y no hay forma de contradecirlo. Se echa para atrás en la silla. Dice que no conoce el estudio y que le extraña. Que es cierto que no hay mucha "fuente laboral" en la zona, pero que también muchos "no cuentan todo lo que tienen, o declaran ganar menos de lo que ganan, para ver si reciben algo más".

Jorge Sammy Ormazábal, el alcalde de Paredones, no es un tipo desinformado. Recita de memoria los problemas de la comuna y aclara que los dos millones de pesos que recibe de sueldo son los más bajos de la zona y están normados por ley. "No tenemos una fuente de trabajo permanente y acá los dueños de empresas pagan muy barata la mano de obra". Admite que el terremoto empeoró el asunto y que fueron 300 las casas que se cayeron en la comuna, pero estima que el principal problema es la falta de inversión de privados.

"Tenemos que convencerlos de que inviertan acá, porque con lo que tenemos no nos alcanza", detalla, y ofrece un ejemplo: "Recibo 50 millones del Estado para pagar a los profesores de las 15 escuelas y un liceo que tenemos. Pero el total me sale 80 millones cada mes. Dígame usted, ¿cómo lo hago?".

Osvaldo González se abre paso entre un murallón de defensas brasileños y anota de cabeza para la Chile. La tele de Myriam Arévalo estalla con el grito del relator, pero en La Rueda apenas se escuchan unos tibios aplausos. Hay cinco mesas ocupadas con los pensionistas y un par de cervezas destapadas en las del visitante. Alguien dice que es como un triunfo empatarles a los brasileños allá, pero acá en Paredones las alegrías de otros no son las propias y se viven en silencio.