Paso a paso: el calvario de denunciar un abuso sexual
En los últimos años, el problema de la violencia sexual ha ganado visibilidad y, alentadas por una serie de episodios y casos de connotación pública, muchas mujeres han decidido contar sus experiencias, incluso después de años de ocurridos. Las redes sociales se han convertido en el lugar para hacerlo y desahogarse, sin embargo, son muchas menos las que pueden, o se atreven ,a ir más allá y acudir a la justicia.
"He pensado mucho en contar esto y lo que me ha detenido en la mayoría de las veces ha sido el pensar que no surtirá ningún efecto, que no dormiré ni mejor ni peor", parte diciendo el texto que Manola Pérez (26), titulada de Literatura de la Universidad Diego Portales, escribió en su Facebook el 29 de octubre. Allí, dijo que había sido víctima de abuso a comienzos de 2016, cuando un hombre al que ella consideraba su amigo se metió en la cama en que dormía, en medio de la noche, durante un fin de semana fuera de Santiago.
En una segunda publicación sobre el mismo tema, puso el nombre de la persona que ella dice que la agredió. Su muro se llenó de comentarios de apoyo, rechazo y la discusión trascendió a otras redes sociales. Pese a todo el revuelo y las graves acusaciones que hizo, Pérez decidió no tomar acciones legales: "Lo descarté desde un comienzo. No quiero pasar por el nivel de tensión como el que se pasa cuando se denuncia un abuso. No tengo ni tiempo ni energía para someterme a algo así. Todos sabemos que esos procesos judiciales lo que hacen es poner en duda el testimonio de las víctimas. Por más pruebas que se puedan tener, es más importante mantener el estado de inocencia de alguien", dice, y agrega que si no lo contó antes es porque hace dos años "se hablaba mucho menos de estas cosas. Y también porque pasé mucho tiempo culpándome".
Pérez es un ejemplo de algo más grande que viene pasando en los últimos años desde que los temas de acoso y abuso sexual han ido ganando visibilidad, y las mujeres han comenzado a hablar públicamente de las situaciones de violencia que experimentan en la calle, en los lugares en que estudian o en sus trabajos. La aparición de protocolos para enfrentar el acoso sexual en distintas universidades, otro. Además, este año, las acusaciones de una serie de celebridades contra el poderoso productor hollywoodense Harvey Weinstein, llevaron a personas en distintas partes del mundo a contar sus propias historias, y la campaña #metoo o #Amítambién que impulsaron la actriz Alyssa Milano o la cantante Taylor Swift, entre otras, ha prendido como la pólvora en las redes sociales y los medios.
El problema es que, muchas veces, las denuncias como la de Pérez sólo quedan ahí, en el espacio que da internet. Pocas mujeres se animan a llegar más adelante y acercarse a la justicia.
Según José Andrés Murillo, director de la Fundación Para la Confianza -que creó junto a James Hamilton y Juan Carlos Cruz en 2011 tras acusar judicialmente al sacerdote Fernando Karadima para acoger y ayudar a otras víctimas-, "denunciar en algunos casos puede ser muy traumático porque el sistema está mal enfocado. Una persona que trabaja en Fiscalía contó en una conferencia a la que asistí, que lo que ellos buscan es llevar los juicios de principio a fin, y que el gran problema con el que se encuentran en los casos de abuso sexual son las mismas víctimas, que para ellos son un problema, un impedimento que no los deja cumplir con sus metas".
Las denuncias (o ingresos) por abuso sexual durante 2016, según cifras de Fiscalía Nacional, fueron de 15.385 y por violación de 4.762, cifras que incluyen las causas que han sido archivadas y no se están investigando. Pero eso convive con una "cifra negra", casos que nunca entran al sistema y que por lo mismo no se saben cuántos son ni de qué tipo. Como Pérez, muchas acuden a la justicia líquida y rápida de las redes sociales, donde desconocidos y conocidos juzgan y califican los hechos, y se apela a la sanción social.
La Fundación Para la Confianza tiene sus propios indicadores: un 56 por ciento del total de 246 casos que manejan y que han llegado a pedirles ayuda entre abril y noviembre de este año cuenta experiencias de abuso sexual; un 30 por ciento han sido víctimas de violación; y un 13,1 por ciento tiene recuerdos difusos del hecho, pero puede reconocerlo como tal. En el 90 por ciento de esos casos los hombres son los victimarios y del total, solo un tercio ha hecho una denuncia formal en Carabineros, centros de salud, Fiscalía o PDI. La mayoría, lamenta Murillo, están prescritos y de los que no lo están, "solo el 10 por ciento llega a sentencia".
Uno: la vergüenza
"Pobre de ti, Pilar, que le cuentes algo de más a la siquiatra". En ese momento la gerenta comercial Pilar Charpentier (48) tenía 17 años y asintió.
El secreto, que en realidad era una amenaza, partió en Osorno cuando tenía diez años. Vivía en el segundo piso de un edificio junto a sus dos hermanos, su madre, y su padre, quien tenía un taller en el primer piso donde fabricaba y pintaba pequeños aviones para venderlos. Desde su pieza, Charpentier podía ver por la ventana la construcción, que aunque estaba sólo a pasos ella. casi nunca visitaba.
Una noche se desveló. Tenía diez años y al ver a su papá entrando y saliendo del taller, le dio curiosidad saber qué hacía tan tarde y bajó. Al entrar, estaba tan oscuro que no vio nada. De pronto, apareció su padre. "Vine a ver tus aviones", se excusó ella. "Hija, dame un abrazo", le dijo él. Estuvieron pegados fuertemente un rato largo y, sin dejar que ella se escurriera, él juntó sus caderas con las de ella.
A Charpentier, el mundo se le vino abajo.
Esa noche se abrió un portal. Desde entonces los encuentros a solas se repitieron tal como se hicieron recurrentes las idas a la habitación que Charpentier compartía con su hermana. Su padre, recuerda ella, al principio se sentaba a los pies de su cama y simplemente la miraba. Al poco tiempo, figuraba entre sus sábanas y, muy luego, empezó a obligarla a tener relaciones sexuales con él.
Nunca, nadie de la familia se percató. Cuando Charpentier cumplió 12 años, la mujer que la cuidaba alertó a la madre sobre la ansiedad que le daba a la niña cuando hablaba de su padre. Pero no fue un precedente sobre lo que ocurría para nadie. Con el tiempo, y a la vez que lidiaba con los constantes abusos sexuales, Charpentier comenzó a sentirse atraída por mujeres, algo que su progenitor, al percatarse, usó como información en su contra. "Si dices algo de lo nuestro les voy a contar a todos que eres homosexual", recuerda Charpentier que le repetía él, mientras ella transpiraba de miedo.
En los 80 los abusos sexuales no eran un tema del que se hablara ni pública, ni privadamente. "Me dio impotencia no decir nada, pero tenía miedo, culpa y sobre todo, vergüenza", recuerda Charpentier. Hasta que un día no pudo más y habló con su mamá. "¿Por qué estás inventando eso?", le contestó ella.
A los 18 años arrancó, se fue a Valdivia a estudiar y vivir con su hermano mayor. Estuvo meses sin ver a su progenitor hasta que él la empezó a visitar para llevarla a moteles contra su voluntad. "En Valdivia me dio una depresión horrible, estaba muy inestable y le conté de nuevo a mi mamá todo lo que ocurría pero nuevamente no me creyó", recuerda. La solución fue abstraerse de su cuerpo: a cambio de tener relaciones con su padre, Charpentier le pedía dinero para ahorrar, irse a Santiago y poder hacer una vida lejos de él. "Tuve que dejar que me toqueteara entera para conseguir eso, pero fue la última vez", recuerda.
Dos: lucha contra el tiempo
Según la fiscal Paola Zárate, mientras antes se acerque alguien a la justicia, más rápido se investiga. Sin embargo, en este tipo de delitos que afectan de manera tan profunda la intimidad, las personas se demoran en actuar. La vergüenza y la culpa, según la sicóloga Marjorie Ponce, que trabaja con niños y adolescentes víctimas de abuso sexual en la Fiscalía Oriente, son las respuestas emocionales y corporales más frecuente entre las personas ante estas situaciones. Son también el motivo por que las personas prefieren no denunciar. "Puede darse que haya cierto retroceso en el proceso reparatorio en el que están porque es complicado volver a hablar de la situación", dice Ponce.
A ese "retroceso" se le llama revictimización. Si un mayor de 18 años denuncia un abuso sexual enfrenta un proceso que dura, según datos de la Fiscalía Nacional, entre un año o un año y medio y en el que se le pide a la familia que dé su versión, luego se evalúa sicológica y sexualmente a la víctima, y posteriormente la consistencia de su declaración cuantas veces sea necesario. Revivir la experiencia, involucrar a terceros, revelar algo años más tarde son un costo emocional no menor, según Ponce.
A Pilar Charpentier no se le cruzó la idea de denunciar hasta 2011, un año después de que se destapó el caso Karadima. Ahí se acercó a la Fundación Para la Confianza en donde participó en grupos que le hicieron ver, dice ella, que denunciar era una posibilidad, "por tranquilidad personal o como parte del proceso de sanación".
Tras largos años distanciada de su padre; períodos de dependencia económica de él; terapias para tratar su depresión, Charpentier buscó junto a su madre -quien se separó por violencia doméstica de su marido, y finalmente le creyó- a un abogado. "Tu caso está prescrito", le explicó él, lo que significa que ya había pasado el plazo en que se puede denunciar e investigar este tipo de delitos. "Sin pruebas nuevas es imposible que logres algo. Mejor desiste o vas a gastar plata", le dijo el abogado a Charpentier y le sugirió pedirle a un informático que revisara un notebook que había sido de él -y que le regaló a ella a modo de ofrenda- por si encontraban algo relacionado con menores de edad que pudiera ayudarlos a hacer una denuncia actual, cosa que no ocurrió. "Me daba lo mismo tener que declarar cien veces, no me importaba tener un careo con él. Quería meterlo preso. Mi impresión es que el sistema, al final, no es un aporte para las víctimas", dice resignada Charpentier.
"La prescripción es una institución histórica del derecho, porque se supone que con el paso del tiempo la prueba empieza a fallar, la gente empieza a ver las cosas de otra forma y las dificultades investigativas aumentan", dice la fiscal especializada de delitos sexuales de la Fiscalía Occidente, Paola Zárate.
En el antiguo sistema procesal penal, la Ley 20.207 establecía que las víctimas tenían solo diez años después de ocurrido el abuso para denunciar, lo que en el caso de Charpentier significa que el período venció en 1998. "En los 90 recién la gente empezó a tener conciencia de este tema, pero aún así la mayoría no se sentía capaz de denunciar", dice Zárate. En 2007 se modificó la ley y se determinó que "la acción penal empezará a correr para el menor de edad que haya sido víctima al momento que cumpla 18 años". Pero la medida sólo aplica a delitos sexuales ocurridos a partir de ese año.
Correr la barrera de prescripción de casos es, según Patricia Muñoz, gerente División de Atención a Víctimas y Testigos de la Fiscalía Nacional, un avance: "Hay personas que han transitado durante toda su vida sin haberse referido a lo que les pasó por la dificultad para hablar. Es un proceso muy complejo para la víctima y es correcto darle la posibilidad de denunciar cuando ya es adulta y ya puede -no todos- construir el relato de lo que les pasó", dice.
Murillo agrega que este tipo de delitos no deberían prescribir porque "más que un deseo de venganza o de justicia, lo que la gente busca es reconstruir su historia. Los abusadores de menores de edad los hacen sentirse cómplices y culpables, y los victimarios les roban hasta la dignidad de sentirse víctimas. Al final, el proceso de denuncia, en la forma que sea, reconfigura su historia para recobrar parte de esa dignidad personal", dice y añade: "El silencio no es una decisión de la víctima, sino que es imposición del trauma, por eso hemos hecho toda una pelea por la imprescriptibilidad".
Tres: las pruebas, los exámenes y peritajes
Entre los tres y cinco años, casi llegando a 1990, un primo materno de María José Pierotic (32), abogada, empezó a abusar de ella en la casa de veraneo, en Antofagasta. Él era once años mayor.
En la casa de sus abuelos maternos muchos niños pasaban juntos las vacaciones. Cada vez que ella iba al baño, él la abordaba sin que ella entendiera bien qué ocurría. "Me decía que todo tenía que ser un secreto y yo le hacía caso", recuerda Pierotic. La situación se extendió durante cerca de siete años y los episodios fueron cada vez más violentos. "Primero todo era circunstancial, pero luego él decía que yo era su polola", recuerda
Pese a las ganas que tenía Pierotic de contarles a sus padres, el primo la amenazaba: "Nadie te va a creer y no vas a poder ver más a los abuelos si es que hablas", recuerda ella que él le decía. Le hizo caso hasta que supo que estaba conversando con sus padres para viajar de Antofagasta a Santiago y vivir en su casa. "Me desesperé. Hablé con mi mamá y mi papá y tuve suerte, porque me creyeron". La familia se quebró. Él dijo que no recordaba haber hecho nada y hubo familiares que la acusaron de exagerar un "romance" con un primo. Entró a estudiar Derecho, en parte, para buscar la forma de denunciar su propia historia.
En 2015 se acercó a la Fiscalía Nacional para interponer una denuncia por abuso sexual contra su primo. Luego vino la primera declaración, una conversación con la sicóloga que recibe estos casos e incluso mostró una foto del victimario. Se abrió la orden de investigar. Desde ese día no han vuelto a llamarla. "Los procesos tienen sus tiempos y no siempre coinciden con el de las víctimas", dice la sicóloga Marjorie Ponce.
Una vez hecha la acusación hay que esperar –periodo en que se encuentra Pierotic– que se produzca la primera llamada a declarar y hacerse exámenes y peritajes, incluidos los ginecológicos. "Se toman muestras para ver si es que existe ADN del victimario o no, si es que hay heridas o desgarro", explica el doctor Gabriel Zamora, director (s) nacional del Servicio Médico Legal (SML), uno de los organismos involucrados en la investigación.
La primera semana es clave en caso de violación para poder esclarecer el hecho porque tras eso las heridas -si es que las hay- cicatrizan, dificultando el procedimiento. "Lo más difícil es denunciar mucho tiempo después, porque muchas veces no hay pruebas físicas, sino que sicológicas", confiesa la abogada Muñoz.
Según los últimos datos del Ministerio Público, entre 2013 y 2016, se tramitaron 76.652 y se llegó a una sentencia condenatoria en 9.338 casos. Por otro lado, un total de 2.780 han sido absueltos. El resto sigue en trámite o han sido archivados por falta de pruebas.
Cuatro: resignación o "revancha"
"Yo estaba dispuesta a pasar por el proceso de declarar y encarar a mi primo, pero me he quedado en la espera", dice Pierotic, quien al igual que Pilar Charpentier tomó la decisión de denunciar a su abusador una vez que se contactó con la Fundación Para la Confianza y comenzó a participar en los grupos de ayuda mutua que ahí se realizaban. Esta es la primera vez que decide contar públicamente su historia: "Mi testimonio por lo menos les servirá a otras personas".
Distinto al caso de Pilar Charpentier. Luego de largos años de terapia y conversar allí con hombres y mujeres que vivieron casos similares, escribió su testimonio y lo publicó en junio de 2012 en una página web de la Fundación Para la Confianza y en su Facebook. El texto se viralizó entre los vecinos de Osorno, quienes identificaron al hombre y lo funaron con vehemencia en su hogar, lo marginaron y denostaron hasta que él -según lo último que supo Pilar en 2012- tuvo que cerrar la empresa de la que era dueño y se fue de la ciudad. "Que bueno que le pasó eso, pero no basta. Me habría encantado meterlo preso, pasar el proceso completo, haber tenido que declarar y encararlo", dice ella.
El proceso de denunciar un abuso sexual, según Murillo, falla pese a los intentos de la Fiscalía Nacional de darle prioridad al tema, capacitando a sus funcionarios y creando un departamento especializado de delitos sexuales. Las víctimas, afirma, "a veces son consideradas un mero medio de prueba y no el centro de gravedad de un proceso judicial que debería estar a su servicio y transformarse en terapéutico. Todo el proceso judicial debiera ser terapéutico para las víctimas. Pero no lo es. Mientras la justicia no se dé cuenta de eso, vamos a seguir traumatizando a las víctimas, silenciándolas, tal vez para siempre".
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