El teléfono sonó a las dos de la madrugada en París. Eran los primeros días de marzo de 1992, y Patricio Contreras llevaba semanas ensayando para el Tirano Banderas, la obra basada en la novela de Valle-Inclán con que el director Lluis Pasqual se sumó a la conmemoración de los 500 años de la llegada de los españoles a América. Faltaba poco para el estreno en el Teatro Odeón, y esa noche todo el elenco se había reunido a charlar, beber vino y comer empanadas, cuando una imprevista llamada los interrumpió: "Era Ricardo Larraín", dijo Contreras tras soltar el auricular. "Está en Berlín. Me acaba de contar que mañana nos darán el Oso de Plata por La frontera, pero le dije que no podía acompañarlo".

El actor chileno, radicado en Argentina desde mediados de los 70, aún recuerda, a sus 69 años, las caras de reproche de todos: "Luis Puenzo -el director y guionista argentino que en 1986 ganó el Oscar a la Mejor película extranjera con La historia oficial- estaba también en París, editando La peste, y nunca olvidaré cómo me retó al oír mis excusas. 'Pelotudo -me dijo-, pero cómo no vas a ir, si eso ocurre una sola vez en la vida. Andá, tomá un avión y como sea vas a llegar hasta donde esté Ricardo, si Berlín está todo paralizado por el festival'", cuenta Contreras.

Tomó su bolso, echó un traje, zapatos y la única corbata que tenía a mano, y llegó a las cuatro de la madrugada al aeropuerto, en busca de un vuelo sin escalas hasta Berlín. "El chiste me salió carísimo, pero llegué a las siete de la mañana al hotel, me encontré con Ricardo, tomamos desayuno cagados de la risa y a la noche fuimos a recibir el Oso de Plata. También estaban Gloria Laso -coprotagonista del filme-, y uno de los productores. Después de la premiación nos fuimos a tomar cerveza y a comer shawarmas sentados en la calle. Al día siguiente volví a París", recuerda.

Estrenada en 1991, La frontera, ópera prima del fallecido director y productor chileno Ricardo Larraín, dio su primer gran salto en el Concurso de guiones inéditos del Festival de La Habana de 1989 antes de subir al podio y posar ante los flashes: al año siguiente obtuvo el Oso de Plata en el Festival de Cine de Berlín al Logro individual por primera película, y el Goya a la Mejor película extranjera de habla hispana, además de recibir otras distinciones en La Habana, Friburgo y Gramado.

Contrerás encarnó a Ramiro Orellana, un profesor que en los últimos años de la dictadura es relegado a la localidad austral de La Frontera por firmar una carta de denuncia tras el arresto de un colega. La primera vez que vio al director de El entusiasmo fue en 1988, cuenta: "Fui invitado a participar de un evento para acelerar la vuelta a la democracia en Chile donde estuvieron Christopher Reeve y Eduardo Galeano, y entre las actividades estuvo la proyección de La historia oficial, la película en la que también actué y que aún estaba prohibida aquí por ser la primera en retratar los años de la dictadura en Argentina". A la salida, dice con lujo de detalles, en la esquina de Lastarria con Rosal, se le acercó un joven a quien no conocía, cubierto de rulos. "'Me llamo Ricardo Larraín, y estoy escribiendo el guion de una película que me gustaría que protagonizaras', me dijo". Fue el inicio de todo.

Memorias de un único rodaje

Este año colgará la máscara y no subirá al escenario, dice Contreras. "El 2016 no fue un buen año para la escena teatral de Buenos Aires, ni para el circuito comercial ni el off, todo aquí está mal, inestable, y nadie quiere arriesgarse", comenta. En mayo, sin embargo, vendrá a Chile para el rodaje de una coproducción chileno-argentina basada en la novela Calzones rotos de Jaime Hagel que dirigirá Arnaldo Valsecchi (La rubia de Kennedy), y en la que compartirá la pantalla junto a Gloria Münchmeyer, Catalina Guerra y Julio Jung. Luego, en septiembre, será parte del elenco de Mucha ex poco sex, la nuevo película de Che Sandoval (Soy mucho mejor que vos). "Me atrae el trabajo de los cineastas jóvenes, su riesgo, ese afán de hacer y hacer sin miedo a fallar", dice Contreras.

Lo mismo le ocurrió con el joven Ricardo Larraín de fines de los 80. Recién un año después de conocerlo en plena calle, y ya de vuelta en Buenos Aires, el actor se topó en el cine con su amigo, el guionista argentino Jorge Goldenberg. "Me contó que estaba trabajando con un chileno y que pensaban en mí para protagonizar la historia. Recién ahí me calzó todo. Leí el guion y me entusiasmó y conmovió profundamente, además de reafirmarme lo necesario que era en esos años", recuerda.

A mediados de 1989, el ex miembro del grupo Ictus llegó hasta las oficinas de Filmocentro-Cine, la productora de Larraín. "El guion de la película había sido premiado en La Habana y eso había acelerado todo. Fue la primera vez que vi a Ricardo tan convencido del material que tenía en sus manos", cree Contreras, quien hace un año no venía a Chile. Ayer aterrizó en el país, y hoy, a las 15.30 horas, dictará la clase magistral La actuación en el cine, dirigida a actores. Mañana, en tanto, a las 20 horas, estará en la proyección de La frontera, con que el 7° Festival de la Cineteca Nacional hace un homenaje a su director, de quien el 21 de marzo se cumplirá un año desde su muerte producto de un cáncer linfático. Luego, en un conversatorio moderado por la directora del espacio, Mónica Villarroel, desmenuzará anécdotas del rodaje junto a la actriz Gloria Laso y el productor Alvaro Corvera.

En agosto de 1990, Ricardo Larraín y su equipo se instalaron en Puerto Saavedra. Serían seis meses de trabajo, y a varios grados bajo cero. "Siempre tuvo todo claro con respecto a la película: cómo quería que luciera el lugar, sus personajes y la forma en que se desencadenaría la historia", cuenta el actor. "En algún momento me las di de sabelotodo y quise darle indicaciones, pero él no me dio bola. Hacía lo que quería, y con justa razón. Era su primer largometraje, es cierto, pero tenía gran dominio de lo técnico, del quehacer cinematográfico. Sabía bien dónde colocar la cámara y cómo dirigir actores, así que me cerré la boca", agrega.

En pleno rodaje, fue imposible para él no tender puentes entre La historia oficial y La frontera. "Ambas fueron los primeros testimonios fílmicos de las dictaduras de Argentina y Chile. Una ganó el Oscar, y la otra se hizo notar en Berlín y España con un testimonio muy humano de lo que se había vivido aquí entre 1973 y 1988. Siempre creí que para Ricardo el triunfo de La frontera fue una travesura, una picardía suya. Lo vivió con ese espíritu, y supongo que fue su forma de canalizar la alegría, aunque sin creérsela. El era un tipo sumamente sencillo", dice Contreras.

Nunca más volvieron a trabajar juntos, pero sí siguieron viéndose cada vez que alguno de los dos cruzaba la Cordillera. "La última vez que estuve con él fue un domingo de 2013, en su casa. Estaban todas sus hijas y nietas, y él cocinó una paella. Le gustaba cocinar y que los otros compartieran su mesa", revela. Boris Quercia fue quien le informó de su muerte, en marzo pasado.

"Fue un cachetazo. Sabía que llevaba años con su enfermedad, pero nos habíamos alegrado de que hubiera sorteado un momento crítico diez años antes. Fue brutal y, como nunca, he recordado mi experiencia profesional bajo sus órdenes: pocos, como él, lograban hacerte olvidar que estabas actuando cagado de frío ante una cámara".