Los pescadores comenzaron a tener fiebre, las lenguas de algunos de ellos salían hinchadas al dejar el mar. A otros el paladar se les empezó a gangrenar. Al llegar a la costa del Pacífico, al ingresar por calles en construcción como Antofagasta, la pestilencia se confundía con la brisa marina. Corrían los primeros meses de 1873, en el territorio que entonces pertenecía a Bolivia.
"Los comerciantes pronto se transformaron en mendigos y los mendigos en bandas que se peleaban por tener con qué alimentarse (...) Todas las caletas y campamentos de la región reportaban los estragos de la enfermedad", se lee en las primeras páginas de Dios nos odia a todos, la nueva novela del escritor nacional Patricio Jara (43), subtitulada Una historia de la peste, recién publicada por editorial Emecé.
Hace 15 años, el narrador, periodista y académico de la Universidad de Chile comenzó a tomar apuntes que asociaba con su ciudad natal, Antofagasta. "Los libros de historia nombran varias pestes al pasar, pero nada muy desarrollado... Uno trata de responder desde la ficción los baches que te va dejando la historia", dice Jara, sentado en un café de Ñuñoa.
Hace dos décadas el autor debutó en la literatura local con un libro de cuentos, Ultima ronda. Luego abordó episodios de la Guerra del Pacífico y les sumó ficción, en las novelas El sangrador (2002) y El mar enterrado (2005). Más tarde, retrató el destino de un prócer local en Prat (2009), título que anunciaba el fenómeno actual de lectoría de la historia de Chile. Mientras que Geología de un planeta desierto (2013), una de sus obras más biográficas, es también de las más elogiadas.
San Roque y la culpa
Lucio Carbonera y Elena Cubito se conocieron en medio del desastre ocasionado por la peste. Ella trabajaba en los corrales alimentando a los cerdos y nunca se contaminó con ninguna enfermedad. Lucio se dedicaba al transporte de lana de alpaca entre los poblados del interior y el puerto de Antofagasta.
Sin embargo, algo andaba mal. La epidemia avanzaba, el cementerio se sobrepoblada de cadáveres, pero a Lucio y a Elena ni la fiebre los tocaba. Los creyentes que quedaban vivos decidieron pasear a diario la figura de la Virgen María.
"Entonces se dijo que San Roque era el santo contra la peste. Todos le dedicaron oraciones (...) Era un dibujo hecho con tiza que mostraba a un hombre vestido con un taparrabos y una espada. San Roque peleaba contra un esqueleto", señala el narrador de Dios nos odia a todos.
La peste como metáfora es recurrente en la literatura, ¿no?
Para mí el mayor impacto fue haber leído El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, cuando se describe lo que pasaba en Florencia. Las primeras páginas de ese libro tienen una intención de crónica, entonces es heavy el relato. Como también lo es Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, que es el primer reportaje de la historia porque reconstruye como si estuviese pasando y cuenta cómo se vivió la peste en Londres.
¿Cree que el tema religioso, ante la tragedia, se hace presente con más fuerza?
Es por el miedo a lo desconocido. Todo lo desconocido causa temor. La gente cuando no puede explicarse su realidad y se queda corta, acude al imaginario popular y apela a lo religioso... Cada uno se explica el mundo como puede. Siempre hay a quien echarle la culpa de nuestras penurias. Ahora yo nunca tuve la perspectiva histórica mientras escribía. Esta es una novela de zombies sin zombies.