El pasado 18 de abril, cuando el entonces director del teatro Camilo Henríquez, Ramón Griffero, fue reclutado por la Universidad de Chile para tomar las riendas de la sala Antonio Varas, otro nombre ya se deslizaba para sucederlo en el antiguo edificio en calle Amunátegui. Por esos días, Paulina Urrutia (1969) salía cada noche al mismo escenario por partida doble: primero, y hasta el próximo 28 de mayo, en el montaje de 99 La Morgue, y también durante todo el mes con el retorno de La amante fascista, el monólogo de Alejandro Chato Moreno bajo la dirección de Víctor Carrasco.
Por la mañana, la actriz y ex ministra de Cultura durante el primer gobierno de Michelle Bachelet (2006-2010) fue designada por el directorio del Círculo de Periodistas, presidido por Douglas Hübner, como la nueva directora artística del recuperado teatro Camilo Henríquez. Horas después sostuvo una reunión con su predecesor, y esta misma semana asumirá la conducción del espacio.
"Me siento honrada y agradecida, pues es el reconocimiento de un gremio por el que tantos años trabajé", expresa. "Te lo digo porque cuando asumí como ministra muchos decían que yo era una actriz que había saltado a la gestión, pero pocos sabían que cuando fui parte del Sindicato de Actores (Sidarte) logramos que se convirtiera en el primer teatro para actores chilenos y en una corporación autónoma".
La primera vez que Urrutia llegó como actriz al Camilo Henríquez fue en 2015, con la última temporada de Prometeo, el origen, aunque su historia con ese lugar había comenzado mucho antes, cuenta, sentada en la biblioteca del mismo edificio inaugurado en 1953: "Aquí vi por primera vez un montaje de Ramón (Griffero), Cuento de invierno de Shakespeare (1991), una de las últimas obras del Teatro Itinerante", recuerda. Pero fue hace algunas semanas cuando sintió que algo cristalizó allí, en la misma sala donde debutó la primera versión de La pérgola de las flores en 1960, y que reabrió sus puertas en 2014.
Una noche, al término de una función de 99 La Morgue, Urrutia invitó al público a subir al escenario y le dio un inusual recorrido por el lugar. "Partimos por la misma sala y luego pasamos por la biblioteca y el foyer, también por la taberna del segundo piso y finalmente por los camarines ubicados en el subterráneo, intentando recuperar la tradición de quienes iban a saludar a los elencos. Este teatro puede jactarse del protagonismo que posee, y durante mi gestión seguirá haciéndole honor a su historia", opina.
Antes de su salida, Griffero había definido la programación de la sala hasta septiembre, con montajes de tres jóvenes creadores: David Atencio (Croma), Javier Casanga (La trágica agonía de un pájaro azul) y Carlos Urra (Romeo y Julián). "Esas obras seguirán en pie, pues mi idea es respetar la labor de Ramón. El le dio una nueva vida a este lugar y atrajo a grupos y espectadores jóvenes. Mi intención es proyectar esa identidad, pues no veo la gestión como una competencia sino como una posta natural y en constante diálogo", concluye.