Paulina Viollier (1932-2010): "Mi madre siempre estuvo dos pasos adelante"

<img alt="" src="https://static-latercera-qa.s3.amazonaws.com/wp-content/uploads/sites/7/200911/586904.jpg" style="padding: 0pt; margin: 0pt;" width="50" border="0" height="15"> A cuatro meses de la muerte de esta diseñadora creativa e influyente de la moda chilena, su hijo habla de su legado y de la proyección de su obra.




En un departamento arrendado una mujer y su único hijo inician una nueva vida. Una vida que contrasta con la que tenían hasta hace pocos meses. Ella se llama Paulina Viollier Velasco y se acaba de separar de su marido, Julio Donoso Larraín, un hombre que proviene de una de las familias adineradas de Chile, dedicada al rubro industrial y minero. Un hombre exitoso que con el tiempo dará un giro impredecible, y apoyará económicamente a la revolución cubana. 

Ahora la mujer y su hijo Julio, de 10 años, deben aprender a vivir austeramente. Ya no habrá más viajes a Europa, ni compras en las tiendas Chanel o Dior, ni paseos en el exclusivo BMW de la familia. Estamos a mitad de los años 60 y ella no tiene miedo a este nuevo escenario. Desciende de inmigrantes franceses cuya única prédica al llegar a Chile fue: trabajar, trabajar y trabajar. Ella hará lo mismo que sus antepasados, y aunque no tiene profesión sí posee una habilidad heredada de su abuela Ema Dumas, una prestigiosa costurera que vistió a las aristócratas santiaguinas de principios del siglo XX.

En aquel departamento y más tarde en una casa situada en la calle Nueva Costanera comienza la historia artística y laboral de una de las diseñadoras más notables de la moda chilena. Aquel sería el paso previo a la creación de dos de las tiendas de ropa más vanguardistas de los años 60: primero Elle, junto a Eugenia Peñafiel, y luego Vog, con Paulina Errázuriz, proyecto al que luego se sumaría Carmen Rojas. Ubicada en Bucarest 29, Vog se transformaría en uno de los puntos clave de la moda de la capital: si una santiaguina quería vestirse como una londinense sólo debía cruzar su mampara. 

Tres décadas después Paulina Viollier se erigiría en la maestra de decenas de mujeres a quienes enseñó las técnicas del quilt aprendidas durante su extenso exilio en París, ciudad a la que llegó junto a su segundo marido, el dirigente socialista Carlos Altamirano. En esa tarea persistía cuando el 8 de enero pasado sufrió un infarto cerebral y murió en su casa de La Florida. Los titulares de las breves notas de prensa no se referían a ella con nombre y apellido, sino a la 'esposa de Carlos Altamirano', como si no hubiese existido por sí misma ni hubiese sido pionera o roto estructuras rígidas de una sociedad encorsetada. Sus 250 alumnas no quieren que su obra se olvide. Tampoco su hijo, quien tiene clarísimo que el legado de su madre debe perpetuarse. Una exposición y una fundación serán el inicio de este rescate afectivo y patrimonial.

LAS PLATAS VIENEN, LAS PLATAS VAN
"En el segundo piso estaba mi dormitorio, y durante el día funcionaba ahí su taller. Yo alegaba porque siempre estaba lleno de alfileres. Después me terminé cabreando y me cambié a una pieza de abajo", invoca Julio Donoso cuando piensa en el ambiente de la residencia de Nueva Costanera. Estamos en su casa y en la mesa hay un colorido y desgastado quilt hecho por su madre. Lo ha traído para que yo lo toque y vea la prolijidad del trabajo. También ha cogido el libro Taller Paulina Viollier, editado por él hace tres años. El texto es un compendio de la obra de su mamá y de algunas de sus alumnas. Otro objeto llega a la mesa. Es una preciosa foto en blanco y negro del 'estreno en sociedad' de la señorita Viollier.

"El vestido se lo hizo su mamá... Todas en mi familia eran costureras, tenían esta tradición de la máquina Singer, y les hacían la ropa a las mujeres de 'sociedad'. Por eso cuando mi mamá se separó de mi papá, y dejó de ser una mujer rica, se inició en lo mismo que habían hecho su madre y su abuela. Ella siempre tuvo claro que lo único que vale es el trabajo; que las platas vienen y las platas van. Sabía que tenía que salir adelante, y por eso agarró aguja, dedal y tijera".

Moderna. Ese es el adjetivo que, según él, resume sus atributos. "Fue moderna en opiniones y transgresora en acciones. Usaba y fabricaba bikinis cuando el obispo de Valparaíso amenazaba con excomulgar a las que los llevaran. Mi madre siempre estuvo dos pasos adelante. En todo. En amor, talento, trabajo y fidelidad". 

-¿A qué atribuyes su modernidad? ¿De dónde venía esa expansión de pensamiento y de actitud?

-Venía de su cultura. Era una persona que estuvo atenta a las corrientes, y se preguntaba por qué las cosas iban por ese lado. Era muy amplia y tolerante en cuanto a ideas y resultaba bastante fácil congeniar con ella. Buscaba el ajuste y trataba de encontrar el lado positivo de las personas. Y junto con todo eso tenía un gran sentido del humor.

-¿Qué recuerdas del tiempo de Vog? ¿De esa ebullición, con cientos de clientas entrando y saliendo?

-Cuando mi mamá no tenía dónde dejarme después del colegio me llevaba a Bucarest 29. Me daba bastante lata, pero también era bien divertido; me ponía en la parte de adelante de la tienda y si miraba hacia la izquierda estaba el espejo y veía todo lo que pasaba... A mí me criaron los trapos y de ahí viene mi incursión en la fotografía de moda.

Carmen Rojas, amiga, discípula y socia en Vog, complementa los recuerdos de Julio. "Iba caminando por la calle Rosal y me encontré con ella. Se veía estupenda, elegante. Conversamos y le conté que estaba tejiendo unos vestidos muy parecidos a los que usaba la Brigitte Bardot. Ella me dijo: '¡Ah, no! Me los tienes que mostrar'. Se los llevé a Elle y fueron un éxito tremendo. Cuando vendió esa tienda seguí entregando para Vog; luego me fui a trabajar con ella y Paulina Errázuriz, y después entré a la sociedad". 

Julio Donoso observa la boutique como parte de un fenómeno mayor, que asocia con un puñado de personas que giraba alrededor de la recién creada revista Paula: Roberto Edwards, el fundador; las periodistas Delia y Constanza Vergara; el fotógrafo Sergio Gelcic; el estilista y decorador Luigi, y el maquillador Armando. "Surgió un gran movimiento: estaba el Coppelia, nacían tiendas como Vog, empezaban los desfiles, los (pantalones) patas de elefante, el estilo Mary Quant (credora de la minifalda), las pestañas postizas, las pelucas... En Londres estaba todo pasando y ellos lo absorbían inmediatamente, sintetiza Julio.  

Carmen Rojas coincide con su reflexión. "Era la tienda más top de Santiago, se hacían miles de prendas y era muy de vanguardia. Íbamos mucho a Europa y estábamos pendientes de lo que pasaba en Londres". Durante la Unidad Popular las telas comenzaron a escasear, pero las socias sortearon la falta de insumos. "Ella era tremendamente busquilla. Recorría todas las paqueterías de la calle Independencia y compraba botones y pedazos de géneros antiguos. Fue la época más linda; de una creatividad salvaje", relata Carmen.

UNA MAQUINA DE COSER EN LA EMBAJADA
El vuelo creativo se suspendería meses antes del golpe militar. Detonaron tantas bombas en Vog, que hubo que cerrar. Los artefactos instalados por integrantes del movimiento ultraderechista Patria y Libertad no iban dirigidos a Paulina Viollier y sus socias, sino que eran mensajes de advertencia para su marido, el dirigente de la UP Carlos Altamirano. El martes 11 de septiembre de 1973 él figuraría entre los chilenos más requeridos por las autoridades. Ella fue arrestada y vivió momentos muy dramáticos. Su hijo lo narra:
"A fines de septiembre de 1973 fue detenida por miembros de la FACH y trasladada a la Academia de Guerra. La noche siguiente me llevaron a mí; le contaron que me tenían, le mostraron una foto mía y le dijeron que me iban a fusilar si en una hora no les daba el paradero de Carlos Altamirano. Evidentemente, mi madre no tenía esa información. Me hicieron un simulacro de fusilamiento, ella quedó con un daño psicológico grave y yo con la certeza de que nos teníamos que ir del país".

A las pocas semanas se refugiaron en la embajada de Venezuela. El estuvo un mes en la sede diplomática; ella, seis. A los dos días de su ingreso, su amiga Carmen Rojas le llevó una máquina de coser. "Ella cosía y la Carmencita le vendía sus prendas", relata el fotógrafo. El gobierno sólo le permitió viajar cuando su marido salió clandestino de Chile. "Estaba flaca pero entera. En Alemania Oriental no lo pasó bien; la vida era sacrificada y las noticias de Chile, angustiosas. La familia Viollier fue nuestro sostén, incluso en lo económico. Yo me fui a París; mi madre y Carlos me siguieron años más tarde".

Ahora Julio trae otra foto a la mesa. "Mira. Aquí está en París, arriba de una Mobilette". La foto en blanco y negro es de 1982 o 1983. Es invierno y ella cubre su característico pelo canoso con un gorro de lana. Tiene unos 50 años y se ve contenta. "París le alegró el alma", rememora Julio. "Teníamos una casa muy bonita. Estaba en un sexto piso, sin ascensor, pero era maravilloso. A los tres años lo vendí y pudimos comprar una parte de una casita. En ese lugar le hicimos el hábitat a ella y a Carlos", cuenta.

París no sólo le alegró el alma, sino que fue el lugar donde aprendió la técnica del quilt, que más tarde reinterpretaría. ¿El resultado? Menos geométrico que el tradicional, más desordenado y lúdico. "El quilt es un reflejo absoluto de su ánimo. Cuando estaba en el exilio eran oscuros. Yo le decía: 'Madre, ponle vida a la cosa'. Ella me respondía: 'Esto es lo que siento'. Era imposible que llegara a los colores, pero cuando regresó a Chile lo consiguió... Con sus alumnas y su taller en la parcela de La Florida volvió a nacer".

Partió con las clases de quilt en las casas de sus primas Margot Vial y Rosa Viollier, donde sólo enseñaba a cuñadas, sobrinas y otras parientes. Más tarde construyó un espacio en su parcela. En casi dos décadas varias generaciones de mujeres conocieron el 'sistema Viollier', marcado, dicen, por su generosidad absoluta. A fines de marzo de este año el grupo que se reunía cada martes se juntó con motivo de una exposición de Carmen Rojas. La muerte de su maestra las afectó de tal modo que hasta ese día ninguna había 'tomado la aguja'.

Margot Vial, una de sus discípulas más antiguas, recuerda: "Era un ambiente de amistad y de generosidad; ella nunca se guardaba para sí el conocimiento. Era una maestra muy aplicada; nunca enseñó nada que no supiera o no lo hubiera probado antes". La paisajista Paula Vial opina: "Una vez que la conocías era imposible alejarte. Era una artista única y hasta el último día estuvo aprendiendo. No hay nadie que sea mejor que la Paulina ni la va a haber". Al igual que sus alumnas, su hijo intenta una definición de su legado. "Ella es mucho más que un quilt. Es una decoración, una manera de vestirse, de escribir. Es una visión artística global y coherente".

En estos días el fotógrafo y un grupo de amigos y parientes están empeñados en que el taller continúe. Para ello planifican una exposición y una fundación. La muestra, programada inicialmente para junio, recreará el ambiente de trabajo de la diseñadora y el de su dormitorio. "Lo quiero hacer con sus cajas, los trapos, las mostacillas, las tijeras. Que la gente pueda ver y tocar, y que también estén sus alumnas... Me encantaría que ellas pudiesen continuar su obra. Sería una pena que lo que hizo muriera con su fallecimiento. Creo que a ella le habría gustado que esta llama siguiera encendida permanentemente".

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