Lee libros de liderazgo que alimentan su manera de ser en la que nada es para siempre: la nostalgia puede estar vencida. Así es Pepe Rojas (Talagante, 1983), que se niega a pasar al almacén de las leyendas. "Hay gente que me llama y me dice 'te echamos de menos". Quizá porque el dolor de la U no curó del todo o quizá porque esas heridas necesitan años para cicatrizar. El caso es que el central parece un hombre feliz a orillas del Mediterráneo, alejado del foco que le ha perseguido todos estos años. De ahí que sea un momento oportuno para hablar con él y lograr una entrevista tantas veces denegada que no fue nada fácil de conseguir.
Tengo la sensación de que ésta será una conversación importante.
Me halaga que piense así.
Siempre es mejor halagar a uno que criticarlo. Pero no sé yo en esta conversación, ya veremos.
No se trata de que me halague nadie sino de reconocer que he sido un hombre dedicado por completo a mi profesión. He podido tener altibajos que no voy a negar. Pero si vuelvo atrás me doy cuenta de que he sido un afortunado. He sabido tomar decisiones y, aunque no siempre se acierta, la fortuna es estar ahí.
¿En qué ha fallado?
Uno siempre quiere más. Soñé con ganar una Libertadores y no pudo ser, no se dio. Pero he estado en un Mundial, he formado parte del plantel que ganó una Copa de América para Chile... Así que, al volver atrás, veo que no es justo que yo me queje de nada. He estado y he sabido estar en todos estos sitios.... Ahora me doy cuenta de que el recuerdo es importante.
Lo llamaban 'Pepenbauer'. ¿Molestarlo o era el mejor?
No, no, eso son palabras mayores. Sobre todo para mí, que nunca estuve en grandes ligas. Si no estás en ellas no puede ser: no puedes ser el mejor de ninguna manera. Tienes que aceptarlo.
¿Y no mereció estar?
Pero como no estuve ya no tiene sentido que diga que merecí lo que no conseguí. No sería respetuoso con los que estuvieron.
¿Sigue entonces trabajando para ser el mejor?
Uno se levanta con esa idea. Cada día amanezco a las 7.30 de la mañana. Pero ya no me hago esa pregunta. No me hace falta porque confío en mi trabajo y en la fortuna que he tenido. Tengo salud. Mi hijo está sano. Los míos tienen salud y eso es impagable. Ganar o perder un partido, no. Eso es algo que se puede corregir mañana, al día siguiente, en el próximo partido... En el fútbol no se puede ganar siempre.
¿Y qué pasa cuando pierde?
Al final, todo se supera. He estado en todos los ámbitos del futbol. He pasado por todo. He sido titular, me he quedado en la banca. He entendido que esto es así y que los entrenadores a veces deben recordarte que no estás tan bien como tú te crees por mucho que cueste entenderlo. Pero entonces tienes dos opciones: enfadarte o sobreponerte. Prefiero esta última.
¿No se enfadó en la Copa de América en la que Sampaoli le dejó en la banca?
No pude. No hubiera sido justo porque Medel y Jara lo hicieron perfecto.
Eso tiene que ser duro.
No. Prefiero pensar que jugué en semifinales frente a Perú, que tuve esa oportunidad de ayudar al grupo y que supe hacerlo. Sin embargo, hubo otros compañeros que no jugaron ni un minuto. Por eso siempre prefiero ver el vaso lleno. Es mi forma de ser. A los 12 años, perdí a mi padre. Me di cuenta de que no podía haber nada más duro que eso. Desde entonces, creo que ya nunca me pongo en lo peor.
La próxima vez que se enfade se lo recordaré.
No hará falta. Esto es una forma de ir por la vida. Yo siempre me fijo mis objetivos. Luego, entiendo que haya gente que pueda criticarme o que no esté de acuerdo conmigo. Pero uno ha de sobreponerse a los malos comentarios. Y si realmente crees en ti y en tu trabajo, lo vas a lograr.
¿Por qué queda esa idea de que es usted polémico, conflictivo?
No, no, para nada.
¿Y entonces por qué no habla con periodistas chilenos?
En Chile hay mucho chaqueteo, todo se hace con burla y yo he sido blanco de esas burlas. Y por ahí no, no paso, porque creo que todo el mundo que trabaja honradamente se merece un respeto. No tiene sentido dar una nota para que después se burlen de ti, te retiren del fútbol o digan que ya estás viejo para jugar en la U.
¿Y no está viejo usted para jugar al fútbol?
Creo que no. Vengo de un año en el que jugué el 90 por ciento de los partidos en Argentina. Sé donde estoy. Sé lo que puedo dar, sé que aún disfruto y que no me duele nada al levantarme. He vuelto a sentir lo que sentía cuando era niño. Por eso no entiendo que digan eso de mí. Se puede aguantar una, dos o tres burlas. Pero al final hay que poner un límite y recordar a los demás que no estamos aquí para hacer daño a los demás. Yo públicamente nunca me he burlado de nadie.
En caso de duda siempre se culpa al periodista.
Estoy cansado de que me cambien palabras, titulares que no explican lo que el editor escribió en el texto y de que le juzguen a uno sin conocerlo. Eso me ha pasado a mí. Por eso sé lo que se siente y por eso mismo puedo hablar de ello y explicar que cuando se acaba la lealtad se acaba la amistad: la confianza ya no puede ser la misma.
La realidad es que usted ya tiene 33 años y ésa es una edad alta.
He tenido compañeros que se han retirado con 41, el mismo David Pizarro ha llegado ahora a la U con 37. No importan los años, sino lo que pasa en la cancha. No me gusta pensar en la edad, prefiero hacerlo en el futbolista.
Entonces será, como se dice en España, que nadie es profeta en su tierra.
Estoy de acuerdo. Los dichos siempre tienen algo de razón, marcan cosas que nos valen para toda la vida, sí.
A los 12 años se quedó usted huérfano de padre entonces.
Sí, me quedé con mi madre, porque mis dos hermanos mayores se casaron y se marcharon. Supongo que eso me hizo madurar antes, ver la vida de otra forma y, sobre todo, valorar el esfuerzo de mi madre. Fue impresionante. No lo olvidaré nunca. Si no es porque ella salió a trabajar yo no hubiera podido ser futbolista. Quizá por eso luego luché tanto. Traté de no desanimarme nunca. No dejé que este sueño se fuese por la borda en los momentos malos, y los hubo. A los 16 años, creí que lo dejaba, dudé que pudiese llegar a profesional. Me sentía mal.
¿Y entonces a qué se hubiese dedicado?
Me gustaban mucho los números. Valía para ellos. Estudié Contabilidad. Supongo que hubiera sido un contador o un auditor.
¿Qué relación existe entre el fútbol y los números?
Mucha, muy importante. Los números siempre te ayudan a ordenarte. Incluso, en nuestra profesión en la que a veces se manejan cifras fuera del alcance del común de las personas. Pero eso no quiere decir que tú puedas hacer de todo. Tener mucho dinero también te recuerda que, si lo administras mal, te puedes buscar la ruina. Por eso quiero tanto a los números, les tengo mucho respeto, te sitúan en la realidad.
¿Ha solucionado su vida en el fútbol?
No, no, para nada; ésa no es pregunta para mí.
¿No hizo patrimonio entonces?
No se trata de eso, sino de que tendré que seguir trabajando hasta el día que muera. Trabaja incluso la gente que tiene mucho dinero. ¿Cómo no voy a hacerlo yo que, además, tendré la necesidad? Tengo claro que sí y, además, quiero que sea así. Nací para trabajar. He visto a mi madre trabajar siempre. No quiero decepcionarme a mí mismo.
¿No está en Lorca por dinero?
No, para nada. Tuve otros equipos de otros países donde hubiese ganado más. Pero en mi vida no todo es el dinero. Otra cosa es lo que diga el periodismo. Para ellos, sí. Rápidamente, se habla de la plata porque es lo que consume la gente. Se inventan cifras que no tienen nada de certeza. Pero yo no voy a entrar en eso. Siempre he preferido un proyecto a un dinero.
No sabía que fuese tan romántico.
No es así tampoco. No hay que exagerar. Me he convertido en un tipo que siempre va en busca de una meta. Luego, te puede salir bien o te puede salir mal. Pero uno siempre tiene que ir a un sitio en el que se sienta ese hambre y crea que va a ser feliz como me pasa ahora en Lorca. Por eso nadie tiene que decirme nada. No tengo que justificarme ante nadie, porque aquí soy feliz y me parece un buen destino. Me levanto con unas ganas, con una ilusión... Para mí, eso es vida, la vida.
¿No echa de menos jugar en el Camp Nou, Bernabéu, en Primera?
No, porque nunca tuve la posibilidad en España. Sé que hubo conversaciones pero hace tanto tiempo que ya ni me acuerdo de qué equipos eran. Pero también sé que nunca es tarde. Nadie sabe lo que pasará mañana. Uno tiene que seguir soñando. Ahora eres feliz pero mañana puedes ser más feliz. No sé ni cómo ni dónde, pero esto es lo bueno de luchar cada día.
¿Merece la pena tanto el fútbol por dentro?
Sí. Seguro. Es lo que me apasiona. Si fuese por mí estaría dentro de la cancha viviendo esas sensaciones con el estadio lleno toda la vida, con el griterío de la hinchada, con el sabor del gol: todo eso es inconfundible. No sé en qué otro trabajo se puede sentir algo así.
¿Qué pasará el día que vuelva al estadio de la U?
No pasará nada que no sea bonito. Siempre habrá un sentimiento especial. Fue el club que me formó. Sería imposible olvidarlo. Fueron muchos años y, aunque están recientes un par de episodios un poco desagradables que me han sucedido ahora, no sé. Tenía la ilusión de haber vuelto y creía que iba a volver. Me hubiera gustado jugar con mi sobrino, el hijo de mi hermana, que ya está en el primer equipo de la U. Tenía esa aspiración, esas cosas que te da la vida, pero... Al final, es lo que decía antes: no todo depende de uno.
¿Qué pasa con una aspiración que no se cumple?
Te recuerda que la vida también puede ser así.
La vida tampoco sería perfecta en la U.
No lo sé porque ya no estoy. Pero insisto en que yo no puedo ser neutral cuando hablo de la U. Tengo que ser agradecido. Veo fotos, veo recuerdos, no puedo olvidarme de nada. Es más, todavía hay gente que me llama para decirme, 'te echamos de menos', y eso es impagable.
Hay quien dice que venir a un club desconocido de Segunda B como el Lorca es una humillación para su currículo.
No me importa. Me importa más lo que pienso yo o lo que estoy disfrutando. No hay nada mas importante que eso y en Belgrano me pasó lo mismo. Hace tiempo que me fui de Argentina, pero aún mantengo contacto con los dirigentes, y eso me alegra porque lo más importante que le puede pasar a uno es dejar huella allá donde va o que luego la gente quiera saber de ti.
¿Su cuerpo aguanta el alto nivel?
En 2007 tuve una lesión de ligamento cruzado. Desde entonces no recuerdo nada importante. Mi musculatura está bien: ya he perdido la cuenta de los partidos que llevan jugados mis piernas y de los que les quedan por jugar. Tengo 33 años. Sigo pensando que es una gran edad. Todavía se puede soñar.
Sabe usted defender su territorio.
Estoy feliz y eso se tiene que notar. Sí, claro. Disfruto jugando al fútbol como cuando no tenía dinero para viajar en autobús. Entonces es lógico que lo demuestre.
También es normal despertando al lado del Mediterráneo: ese clima, ese sol... Uno puede vivir como un rey.
Es un gran sitio. Este invierno hizo mucho frío pero ya me dijeron que eso no es lo normal y que me prepare para el calor. Pero estoy bien. Aquí hay muy buena verdura. Muy buen marisco. Mi vida es normal, calmada. La gente apenas me reconoce. Puedo ir a comer a un restaurante o a hacer la compra. A veces, me hago la comida yo mismo.
Termino con nombres propios: Castañeda.
Fue mi primer técnico, el que me subió al primer equipo. Fue sincero conmigo, de una nobleza que no se olvida. No he conocido a tanta gente así en el fútbol, lo digo como lo siento.
Hoyos.
No lo conozco. Nunca he hablado con él. Pero le deseo todo el éxito del mundo.
Heller.
Sí, claro, el presidente. ¿Que por qué no he vuelto a la U? Eso habría que preguntárselo a él. No es pregunta para mí.
Beccacece.
Era el ayudante de Sampaoli y lo cierto es que cuando él llegó a la U, yo no renové. No sé por qué, pero fue así. A partir de ahí sabía que uno tiene que salir adelante. La vida sigue.
Y, por último, Sampaoli.
Sólo le voy a decir una cosa: haberlo conocido es una de las mejores cosas que me ha pasado en el fútbol. No se puede olvidar nunca a un hombre así.