Son las 11.45 del miércoles, en una de las correas del Aeropuerto Internacional de Santiago, y decenas de personas del vuelo recién llegado se acercan a esperar sus maletas. A nadie pasa inadvertido dos perros que corren por el lugar olfatenado cada uno de los bolsos.

Los juguetones canes, de raza labrador, se llaman Inti y Tomy, son parte de los 120 perros rastreadores de droga, cadáveres y explosivos con que cuenta Investigaciones (PDI). Después de olfatear el equipaje, Inti y Tomy quedan mirando a los policías instructores con cara de seguir jugando.

La mayor parte de estos animales se encuentra en los aeropuertos y pasos fronterizos. El inspector Patricio Henríquez, jefe operativo de la Brigada Canina de la PDI, indica que la preparación de los perros se ejecuta en tres etapas. La primera, que dura entre el nacimiento de la cría hasta los cuatro meses, se llama "sociabilización", en que el cachorro interactúa con su medioambiente. Se le lleva al aeropuerto, se pasea entre un gran número de personas y lo trasladan en vehículos.

JUGANDO
La segunda etapa es clave: le enseñan a jugar con un "mango" (toalla enrollada), para que le tome cariño a su juguete. Luego los impregnan con sucedáneos de marihuana, heroína y cocaína, y siguen jugando con el "mango". En el fondo, cuando el perro busca droga, en realidad se encuentra rastreando su juguete. Los policías niegan enfáticamente que en este entrenamiento se use droga real.

Según las estimaciones de la PDI, cerca del 50% de la droga incautada en el aeropuerto es descubierta gracias a la acción de los canes.

En 2007, 175 kilos de cocaína fueron decomisadas en la terminal. En 2008, la brigada canina descubrió 50 kilos de cocaína, 43 de pasta base y 212 de marihuana.

Esta unidad no está exenta de situaciones anecdóticas. Es común que los pasajeros se confían de la actitud amistosa de los perros y se acercan a hacerles cariño. Los canes, sin embargo, responden como si hubiesen detectado algo y los policías terminan sometiendo al viajero a              un minucioso registro. "Es sólo un pito, jefe", suele ser la excusa. Esta situación ocurre, alo menos, una vez por semana.

Otra historia recordada en la unidad data de 1998, cuando un extranjero llegó al país con la intención de hacer un documental sobre el combate a las drogas. Un perro detectó rastros cocaína en uno de sus calcetines y terminó detenido.