En la Gran Bretaña de hace unos años, cuando Peter Burke escribió un ensayo al respecto, la expresión "historia secreta" estaba asociada a términos como "detective privado" o "columna de chismes". Siglos atrás, agrega este profesor emérito de Cambridge, aludió a relatos que usaron la "jerga de la intimidad" e hicieron pública la información privada.
Ese otro momento, el del origen, es el que más le interesa. Pero el presente, desde donde escribe, no puede serle indiferente. Más bien lo contrario. Y así se percibe en Secret History and Historical Consciousness. From Renaissance to Romanticism (Historia secreta y conciencia histórica. Del Renacimiento al Romanticismo), volumen que reúne 13 ensayos aparecidos entre 1992 y 2012. En el caso del texto que le da nombre al libro, instala al lector en la Europa del siglo XVII, que conoció "al auge de un nuevo género histórico (…) ocupado de revelar las motivaciones privadas de -y las intrigas subyacentes a- los acontecimientos públicos".
"Los autores de historias secretas desarrollaron un especial interés en los complots y las conspiraciones", apunta. Sea que hablara de la masculinidad de los monarcas o de los amantes de las reinas, agrega, "podría decirse que en las páginas de las historias secretas las acciones de los gobiernos eran presentadas en un 'estilo paranoico'".
Autorreferencia
El presente volumen se abre y se cierra con la autorreferencia: con la trayectoria de Burke y las de antiguos colegas. No para inflar egos, sino como vía para acceder a las particularidades de una disciplina. Acuñador de expresiones como "hibridismo" y "traducción cultural", el autor de Visto y no visto mira su vida en retrospectiva: recuerda que de niño, por ejemplo, atravesar el hall de su casa hacia el lugar donde vivían sus abuelos maternos -judíos de Europa Oriental- era "cruzar una frontera cultural".
Una vez en Oxford, echó en falta algo distinto de la arrasadora historia política en boga. Había ya descubierto la obra de los franceses de la Escuela de los Annales, uno de los cuales, Fernand Braudel, proclamó el ideal de una "historia total", abierta a una enorme variedad de temas y abordajes. Un ideal que, medio siglo después, sigue haciendo propio.
Los ensayos del libro hablan de intereses que muchas veces aparecieron accidentalmente. Entre ellos está el de la historia vista como alegoría: la percepción y la representación de un acontecimiento o de un individuo a través de otro. Ofrece a este respecto Burke ejemplos tomados de la pintura y del drama, como el caso de Ricardo II, que Shakespeare escribió mirando la política de su tiempo. También el cine, que tanto le interesa, ejemplificado en casos como el de Iván el Terrible, de Serguéi Eisenstein, cuya segunda parte no pudo mostrarse en público sino hasta después de la muerte, en 1953, de Josef Stalin. "Tan obvio era el paralelo entre pasado y presente", observa.
Otros modos de dar cuenta del abismo y de los puentes entre un período y otros pasan por lo que el historiador llama "el auge de la literalidad". De la propensión a rechazar o devaluar el simbolismo, sea en la interpretación de textos, comportamientos o situaciones del mundo natural. Este "desencantamiento del mundo", expresión de Max Weber, asoma como síntoma de la modernidad.
Entender literal o simbólicamente el mundo no es cuestión frívola. La obra muestra la incidencia de esta distinción en procesos tan significativos como el de la Reforma Protestante, asociada al modo de entender las Sagradas Escrituras. Tampoco es baladí la forma en que nos hemos relacionado con el humor. Por el contrario, lleva a formular preguntas: "¿Cuándo, dónde y para quién es gracioso un chiste? ¿Cómo asoman los chisten según los diversos puntos de vista y cómo cambian sus significados con el tiempo?". El objeto de estudio, aquí, es el chiste pesado, o beffa, en la Italia de mediados del s. XV. Pero hay otros temas y subtemas, como los chistes de cornudos. Material, como queda visto, a Burke no le faltan.