Pintatani, el vino rey del desierto chileno
El valle de Codpa es cuna del Pintatani, vino artesanal de este oasis en medio del desierto, que respeta una receta de más de 400 años.
EN CODPA, 110 kilómetros al sur de Arica, hacer vino es tan común como hacer pan. "Señora María, ¿quién hizo vino hoy?", le pregunta Francisco Rivera -habitante del poblado rural- a su vecina, quien atiende un quiosco en la plaza. "Los Soza y los Nina", responde la señora, sin necesidad de gritar, porque el silencio se impone en el pequeño pueblo donde no viven más de 200 personas. La tranquilidad sólo se interrumpe por su fiesta de la vendimia.
"Este año hubo que suspenderla por seguridad, tras el sismo. Son 20 mil personas las que llegan a tomar su particular vino, pero la quebrada es muy estrecha", comenta el alcalde de Camarones, Iván Romero. Aunque este año no hubo fiesta, las pocas familias que viven en este valle siguen manteniendo vivo este antiguo brebaje, con la vendimia más al norte de Chile.
Pero la bucólica vida en Codpa no siempre fue así. En la época prehispánica era tan grande como Arica e Iquique, por la fertilidad de su valle, la pureza de su agua y su clima templado. Los españoles instalaron sus tropas, iglesia y tradiciones que se mezclaron con las comunidades indígenas. Entre ellas, una particular forma de hacer vino. "Estaban las condiciones ideales para eso: un valle y mucho sol. Son cepas de 400 años, todo un lujo en la actualidad", explica Rivera.
La fama de la bebida se extendió por la zona y se convirtió en la principal actividad económica del pueblo. En mulas era llevada a Perú, Bolivia -a través de la Ruta de la Plata-, Antofagasta y cada uno de los pueblitos altiplánicos. El vino se elaboraba en diversos puntos del valle, pero el más requerido era el de Pintatani, un pequeño poblado en lo más alto de la quebrada. "Sin importar dónde se hiciera, los vendedores decían que era de Pintatani. Así se hizo conocida la marca y todo el mundo lo bautizó así", detalla Rivera. En el siglo XX, con el desarrollo de las carreteras y el comercio, llegaron vinos más baratos y el Pintatani perdió protagonismo. Sin embargo, su receta centenaria se mantiene tal cual en los patios de una veintena de familias de Codpa.
EL PROCESO
Humberto Soza (54) y su tío Marcos Vilca (68) toman del vino que hicieron hace un mes. Sabe dulce, como chicha. "Es que lleva un mes recién, en 60 días más va a estar como vino, listo para venderse", dice. Ambos, junto a otros dos hombres, estuvieron ocho horas seguidas descalzos, pisando kilos y kilos de uva, que estuvo dos días secándose al sol, en el techo de la casa.
El pisado se hace al interior de un lagar, receptáculo de cemento que almacena la fruta molida. El jugo pasa por un tubo hacia otro recipiente, llamado puntay. "La uva se pisa todo el día a pie pelado, para no moler los tallos y evitar que la uva se ponga amarga", detalla Humberto. Esta parte se llama "pisa pisa" y es toda una ceremonia matizada con cántico, fusión de sonidos quechuas y españoles.
Mientras se muele, las mujeres preparan platos típicos, los que se acompañan de todo tipo de licores, menos vino, a no ser que sea Pintatani. La molienda la hacen cuatro hombres. "Si en una familia no hay cuatro hombres, te ayudan vecinos y uno luego ayuda al resto", agrega Marcos Vilca. Al terminar la molienda, se agregan grandes piedras sobre la uva que queda para extraer el máximo de jugo.
CENTENARIA TRADICION
En esta vendimia, Nina y Vilca sacaron 600 litros, los que fueron depositados en dos contenedores de plástico y tapados con toallas. En 120 días estará listo, pero no para la venta en botillerías, por su origen artesanal. "Lo compran turistas o habitantes antiguos de Arica u otros pueblos que saben de su sabor. Mis padres y abuelos hacían producciones de cinco mil litros para arriba, pero eran otros tiempos", comenta Vilca. Las pocas ganancias que genera el negocio los ha obligado a ir matando viñedos, para cosechar paltas, mangos, limones, tunas, naranjas y guayabas, que se venden mucho más y a un mejor precio.
Quienes sí tienen barriles de roble y un lagar de más de 400 años son los integrantes de la familia de Rodrigo Soza. Su abuela, Julia Romero, a mediados del siglo pasado compró una casaquinta en el pueblo, la que fue construida por monjes jesuitas en 1700.
En el inmueble, hoy un museo, existe una sala especial para fermentar el Pintatani en la oscuridad y a una temperatura más cálida. Este año hicieron 800 litros y hace unos días sacaron el mosto, un verdadero manjar, que antiguamente era exclusivamente para los dueños y el cura del pueblo.
"Algunas autoridades han planteado como solución industrializar el vino, pero si se hace con máquinas perdería su esencia. Nosotros preferimos que se implemen- ten políticas de subsidio para no perder la tradición. No nos interesa exportarlo", explica Soza.
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