El botín es un estacionamiento en una ciudad desbordada. En un callejón sin salida, un pequeño híbrido encuentra un espacio y justo cuando se dirige a ocuparlo, aparece a toda velocidad un enorme y lujoso Ferrari 405 blanco y se lo quita sin pedir permiso. Enfurecida, la dueña del auto ecológico, una estadounidense blanca y protestante, sale a reclamar el lugar y se enfrenta a una latina atractiva y millonaria que dispara en español. "¡Habla inglés, idiota! ¡Ahora estás en Estados Unidos!", encara la americana. De vuelta, con calma y seguridad, le responden: "No, mi malhablada puta gorda, ahora estamos een Mi-ahmii! ¡Ahora tú estás en Mi-ah-mi"!". Sí, están Miami, exactamente en el momento en que Tom Wolfe inicia su novela Bloody Miami.
Es la historia de una hoguera de inmigrantes al rojo vivo. Un fresco social de una ciudad virtualmente tomada por cubanos, rusos, haitianos, venezolanos, nicaragüenses, etc., y donde según el periodista vestido eternamente de blanco, "todo el mundo odia a todo el mundo". Famoso por su desbocada versión del nuevo periodismo en los 60, Wolfe consagró su estilo de observador social retratando el feroz consumismo ochentero en EE.UU. en La hoguera de las vanidades (1987). Quiso hacer lo mismo con Miami: tomarle el pulso a una urbe hirviendo.
A lanzarse mañana en español por Anagrama, Bloody Miami es la última gran empresa del dandy de 82 años. Quizás su trabajo final: es una novela coral de 600 páginas, que lo llevó a realizar un reporteo clásico entre playas y bares, mercados de santería, restaurantes latinos, toples de la mafia rusa, poblaciones caribeñas y carreras de veleros estrictamente estadounidenses. "Zola es mi modelo, porque basaba sus novelas en la investigación periodística. Era un burgués que vestía como tal, de punta en blanco. Pero fue capaz de meterse en los rincones más sórdidos de la sociedad y conocerla a fondo. Sin eso, la novela estaría muerta", dijo hace poco Wolfe comentando el libro.
Excesiva, hipernaturalista y torrencial, Bloody Miami sigue la vida de muchos personajes: de Edward Topping, editor de The Miami Herald, hasta Sergei Korolov, un traficante de falsos Kandiskys, pasando por el doctor Norman Lewis, especialista en adicciones sexuales, y la exuberante haitiana americana Ghislaine Lantier. En el centro está Néstor Camacho, un policía de 25 años de sangre cubana que cae en desgracia con su comunidad cuando, por error, termina enviando de vuelta a La Habana a un cubano balsero que quería una nueva vida en Miami.
Definida con malicia por The New Yorker como una "novela con asteroides", parecía que sería un gran éxito comercial: en 2008, la editorial Little, Brown le pagó a Wolfe por la sola idea del libro la suma de siete millones de dólares. Fue un mal negocio: la novela no vendió más de 70 mil copias en su primer año en EE.UU. En cualquier caso, si Bloody Miami es un fracaso, es uno estruendoso: escrita con una sintaxis histérica, plagada de onomatopeyas y repeticiones, es la apuesta a muerte de Wolfe por mantener con vida una estética personal en la que la exageración y el exceso son la única vía para llegar a la verdad.