Como el "realismo sin renuncia", la "prosperidad sin crecimiento" parece una de esas construcciones hechas de elementos incompatibles y, por tanto, imposibles. Sin embargo, Tim Jackson ha defendido y propugnado esa idea en sus estudios sobre la economía sustentable.

Su libro Prosperidad sin crecimiento (2009) —que cuando apareció fue saludado como uno de los más importantes trabajos sobre economía medioambiental— dejaba claro que el asunto no era sencillo: "Cuestionar el crecimiento es un acto de lunáticos, idealistas y revolucionarios", decía. Pero Jackson (nacido en 1957) no era ninguna de esas cosas. Es dramaturgo y guionista, además de economista y profesor. Trabajó como investigador en el Instituto del Medioambiente de Estocolmo antes de llegar a la Universidad de Surrey, Inglaterra, en 1995. Desde el año 2000, en la misma universidad, es titular de la cátedra de desarrollo sustentable, la primera de su tipo creada en su país.

El "desarrollo sustentable" ¿no es una contradicción en los términos?

La gente define el desarrollo sustentable de muchas maneras. La más familiar dice que es satisfacer las necesidades de hoy sin comprometer la capacidad de las personas para satisfacer sus necesidades en el futuro. Me gusta pensar que es el "arte de vivir bien, dentro de los límites de un planeta finito". Destrozar el planeta en persecución de más y más no ayudará a nuestros nietos.

Ha defendido otra (aparente) paradoja: la "prosperidad sin crecimiento". ¿Es posible tal cosa?

La pregunta crucial es qué puede significar realmente la prosperidad en un mundo de límites sociales y medioambientales. Claramente no puede significar simplemente expandir el consumismo para siempre. Más bien tiene que tener algo que ver con garantizar vidas decentes para todos. La realidad es que la gente necesita un nivel mínimo de cosas materiales para sobrevivir. Pero también necesitan cosas inmateriales para prosperar: amor, amistad, comunidad, una sensación de sentido y propósito, la capacidad de participar de la vida en sociedad. En otras palabras, podríamos vivir bien sin necesariamente consumir más y más. A veces, un mayor consumo (de alimentos, por ejemplo) en realidad reduce nuestra prosperidad.

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¿Es el producto interno bruto la medida de todas las cosas?

El producto interno bruto es una medida del ajetreo de la economía. Cuenta toda la producción y, al mismo tiempo, todo aquello en lo que gastamos dinero. Es una herramienta útil para entender asuntos como el empleo, el gasto público, la cantidad de deuda que podemos pagar y cuánto comercio necesitamos. Pero no es en absoluto una buena medida de prosperidad. En él se pierde todo tipo de cosas que cuentan para nuestra calidad de vida. Y cuenta muchas otras que en realidad nos perjudican, como los costos de desplazamiento y de limpieza de la contaminación. De hecho, cuenta todo, "excepto aquello que hace que la vida valga la pena", como dijo una vez el senador Robert Kennedy.

En su libro se lee: "La idea de una economía que no crece puede ser un anatema para un economista. Pero la idea de una economía en continuo crecimiento es un anatema para un ecologista". ¿Se pueden conciliar ambos anatemas?

El desafío es encontrar formas de vivir bien, sin aumentar continuamente nuestro impacto en el planeta. La clave radica en el hecho de que la prosperidad no se trata sólo de la cuestión material. La prosperidad sin crecimiento significa construir una economía que se centre en la calidad de nuestras vidas en lugar de la cantidad de nuestras compras o posesiones. Pero también tenemos que descubrir cómo hacer que una economía funcione cuando ella no es de un crecimiento imparable.

No parece muy convencido con la idea del "crecimiento verde", la idea de que el crecimiento económico se puede desacoplar de sus impactos sobre el medioambiente y los recursos naturales. ¿Por qué?

El desacoplamiento del rendimiento económico del impacto ambiental es absolutamente vital si queremos lograr una economía sustentable. Pero el crecimiento verde significa que tienes que seguir desacoplando más y más rápido sólo porque la economía sigue creciendo y creciendo —para siempre, si es que se cree en la economía convencional. Es un poco como intentar correr hacia arriba por una escalera mecánica que va hacia abajo. Salvo que la escalera mecánica va más y más rápido mientras más se corre hacia arriba. Se termina exhausto y es imposible alcanzar el objetivo (no es que lo haya intentado). ¿Por qué no usar las escaleras normales?

¿Es el cambio climático la piedra de toque de todo esto?

El cambio climático es uno de los mayores desafíos que enfrentamos, por supuesto, pero no es el único. Estamos talando bosques, perdiendo otras especies más rápido que lo que hemos hecho durante miles de años, contaminando océanos y ríos. Al mismo tiempo, enfrentamos una desigualdad social dentro de las llamadas naciones avanzadas que no se ha visto durante casi un siglo. Esta desigualdad está creando una gran inestabilidad política. Lo que estamos viendo es el fracaso del modelo económico que pareció habernos traído tanto progreso durante los últimos doscientos años.

¿Hay que repudiar la economía tradicional para salvar el planeta?

La economía tradicional asume que el crecimiento es la solución para todo. Todavía puede ser la respuesta para algunas cosas, especialmente para los países más pobres del mundo. Pero también es el problema, especialmente en los países más ricos del mundo. Mi argumento es que otro tipo de relación económica es posible. Otro tipo de disciplina económica es posible. Uno que no se base en un crecimiento imparable. En la segunda edición de Prosperidad sin crecimiento dedico mucho tiempo a esa pregunta y demuestro que podemos transformar la empresa, el trabajo, la inversión y el propio sistema monetario de maneras que nos ayuden a sentar las bases de la economía del mañana. Al mismo tiempo, sostengo, tenemos una oportunidad real de mejorar la sociedad. Comprender plenamente que vivimos en un planeta finito es, en realidad, ayudarnos a ser más humanos.