Por superstición, no asiste a ningún estreno. Tampoco adhiere al tradicional "¡mierda, mierda!" antes de levantar telón. Aun así, José Maximiliano Díaz González (Santiago, 1957), el hombre que se oculta bajo el antifaz literario de Bruno Vidal, reconoce no sólo sentirse cercano al teatro, sino ser parte del mismo y en muchos sentidos: "No me son ajenos los conceptos de personaje y de máscara en la vida y en el escenario. Y esto lo afirmo en mi calidad de abogado, sicólogo, poeta, cinéfilo y viejo de 60 años", dice.
"Quizás por eso me acerqué a él hace un par de años por la vía de la adaptación, y pienso dirigir más temprano que tarde", agrega.
El autor de Libro de guardia (2004) y Rompan filas (2016), considerado hoy una de las voces más provocadoras del mapa literario chileno, asomó sus narices en escena por primera vez en 2014, cuando el director Camilo Carmona (La nueva familia) le propuso adaptar 27 vagones de algodón, de Tennessee Williams ("una obrita menor de ese autor predilecto mío", dice). Ese año debutó en el extinto Ladrón de bicicletas con el título Comedia de Avenida Matta: "El resultado y la experiencia dejaron en mi archivo creativo un recuerdo espléndido", añade.
Otra vez junto a Carmona, Vidal vuelve a deslizarse tras bambalinas con la reescritura de la obra El tiempo de los Conway, del británico J.B. Priestley. "Me ha seducido por la rara propuesta de componer una obra con los tiempos superpuestos: un presente en el primer acto, con un intermedio dramático de un futuro de veinte años en que la acción y los personajes se desenvuelven en una especie de flashforward, y una vuelta al primer tiempo en un tercer acto. Esa dinámica me embrujó en grado sumo por varias razones, en especial una", explica Vidal, aferrándose a su alter ego literario creado por sí mismo: "Someter al espectador a una constante incomodidad".
Ahora, en el Teatro Nacional Chileno y bajo la dirección de Carmona, ve la luz Comedia de avenida Irarrázaval, la versión libre que Vidal hizo del texto de Priestley. Con las actuaciones de Katy Kowaleczko, Javiera Díaz de Valdés, José Palma, Juan Pablo Peragallo, Omar Morán, Silvana Gajardo, Alejandra Oviedo, Iván Parra, Catalina Stuardo y Andrea García Huidobro, la pieza muestra a una familia ñuñoína en dos años de sus vidas: 1967 y 1987. En el primer acto, durante el Gobierno de Eduardo Frei Montalva, los Irarrázaval celebran el cumpleaños de una de las hijas con representaciones escénicas casi teatrales. Es cuando aparece un tal Lalo Becerra, joven modesto que corteja a la más bella de las hermanas.
Veinte años después, sin embargo, los mismos Irarrázaval se declaran en bancarrota y es Becerra quien está por sobre ellos. "No es sólo la historia del derrumbe económico de una familia de clase media, sino un relato que pesquisa la condición humana en la precariedad existencial", dice Vidal. "La obra es política en el ámbito más auténtico de lo político: una reflexión autorizada por el estilo de vida de una clase media que en dos décadas queda a la suerte de un orden social abyecto y corrupto, y a merced de la bancarrota moral. Es también, de alguna forma, una versión comprimida de la gran tragedia chilena del siglo XX", concluye.