Seis días después de cumplir 35 años, en la mañana del 15 de octubre de 1894, el oficial de artillería francés Alfred Dreyfus fue arrestado por cargos de alta traición en su domicilio de París. Tras un mes y medio de un juicio que en principio le parecía favorable, el ingeniero militar de origen judío fue condenado a cadena perpetua en la llamada Isla del Diablo, inhóspita localidad ubicada a 12 kilómetros de la Guyana francesa. Mientras se le quitaban públicamente sus investiduras en el Champ-de-Mars , la turba, los militares y algunos periodistas lo acorralaban a gritos: "¡Muerte al judío!, ¡Muerte a Judas!".
El dictamen, un ejercicio de nula rigurosidad, comenzaría a ser objeto de sospechas desde un principio y ya en enero de 1896 el jefe de inteligencia Georges Picquart encontró nueva evidencia que exculpaba a Dreyfus de los cargos de espionaje para Alemania. La justicia francesa, presionada por las altas autoridades, tardaría demasiado en reconocer su error. Para ese entonces, el ex oficial ya había pasado 11 años injustamente condenado.
El escándalo judicial dividió literalmente en dos a la sociedad francesa. Mientras a favor de Dreyfus se ubicaron las fuerzas republicanas y gran parte de la intelectualidad, en contra del ex oficial se alinearon los altos mandos militares, los monárquicos y un gran porcentaje de población antisemita del país. El llamado caso Dreyfus, muestra flagrante de intolerancia y racismo en la Europa moderna, es el tópico que tratará la nueva película de Roman Polanski, quien no ha escondido su identificación con el protagonista del tristemente célebre episodio.
La película, cuyo nombre es D., se basa en la novela An officer and a spy del escritor superventas británico Robert Harris, un viejo amigo de Polanski desde los tiempos de la película El escritor oculto (2010), basada en uno de sus bestsellers. Sin ir más lejos, An officer and a spy nació tras una conversación entre Polanski y Harris. Fue el realizador quien alentó al autor para que primero escribiera una narración y luego la transformara en guión. El caso Dreyfus es un fantasma que se ha desplazado por años en la conciencia de Polanski, quien en su niñez sufrió primero la persecusión de los nazis (sobrevivió escondido en casa de unos vecinos) y ya en su vida adulta ha sido carne de cañón de los medios de comunicación y del sistema judicial de EE.UU.
Acusado de abuso sexual contra una menor de edad por los tribunales estadounidenses, Polanski se refugió en Francia los últimos 37 años. A pesar de que hace cuatro años la víctima, Samantha Geimer (actualmente de 52 años), perdonó públicamente al director, la justicia de EE.UU. acaba de levantar una nueva solicitud de extradición en Polonia, donde Polanski se propone rodar su filme sobre el caso Dreyfus. La primera comparescencia ante tribunales fue este miércoles, pero el juez aplazó la vista del caso hasta abril.
El director, que este año cumplirá 82 años, tiene un departamento en la ciudad de Cracovia y pretende que sus hijos crezcan en la misma urbe del sur de Polonia donde él vio la juventud. Ya en la octava década, busca cerrar el círculo vital rodando en Polonia, el mismo país donde dirigió su primer largometraje, Cuchillo al agua (1962), y al que retornó para El pianista (2002), ganadora de Cannes.
División polaca
A pesar del riesgo de ser extraditado, Polanski está decidido a filmar en Polonia, aún considerando que la historia de Aldred Dreyfus transcurre en Francia y la lógica indica que se podría rodar en ese país. "Aún tengo fe en la administración polaca de justicia", fueron las escuetas palabras del director de El bebé de Rosemary ante los medios apostados en los tribunales de Cracovia. Si la justicia polaca accede al pedido de extradición, el gobierno de ese país tiene aún la posibilidad para declarar nula la decisión. Si rechaza la petición, sienta un precedente definitivo y Polanski podría respirar tranquilo el resto de sus días en su tierra natal.
El cineasta es una figura controvertida en su país, capaz de dividir aguas de la misma manera que Dreyfus en su momento: mientras intelectuales y otras figuras lo apoyan, cierta parte de la población lo rechaza. Lech Walesa, símbolo en Polonia, ha declarado que "sería una pena extraditarlo, pues es un tipo como cualquiera de nosotros", en tanto el ex ministro de justicia Zbigniew Ziobro lo tilda de pedófilo y lo acusa de mover su "red de amigos e influencias" para un fallo a su favor.
Aunque aún no se se anuncia el elenco del filme, el productor francés Robert Benmussa ha dicho que la cinta tendrá gran presupuesto, será hablada en inglés y con actores de perfil internacional, con un eventual inicio de rodaje en la primavera boreal (otoño en el hemisferio sur).
El caso que afectó al oficial Dreyfus entre 1894 y 1906 y que gatilló el famoso texto en su defensa Yo acuso, del escritor francés Emile Zola, tiene también para Polanski un costado de suspenso, ideal para un director que ya ha destacado en este género a través de Búsqueda frenética y El escritor oculto. "Hace años que quiero hacer una película sobre el caso Dreyfus, pero tratando la historia como un filme de espías y no como un drama de época", afirmó el cineasta hace un año a The Hollywood Reporter al presentar el proyecto. "Esto me da la posibilidad de mostrar la relevancia de este escándalo en el mundo de hoy: el viejo espectáculo de la caza de brujas a una minoría racial, la paranoia de los servicios de inteligencia, la impunidad y el secretismo de las cortes militares, los montajes gubernamentales y una prensa ávida de titulares".
Decidido a llegar hasta el final con un plan de rodaje en Cracovia que eventualmente podría ser una trampa legal, Polanski parece buscar en su último proyecto una definitiva declaración de principios. Nuevamente, como antes pasó con El pianista, el antisemitismo es el tema y la excusa.