Es la hora de hacer educación física en el colegio. Una situación que es temida por muchos niños de 12 a 13 años, en que los más atléticos son los primeros en sacarse la polera en el camarín y en que los menos agraciados físicamente tratan de esconderse lo más posible. Es el momento en que empieza la cuenta regresiva para el más bajo, el más flaco, el más gordo o el que tiene un acné marcado. Y entonces comienza la lluvia de apodos hirientes y de risas mordaces.
Si bien los mejor parecidos pueden participar de este rito despiadado, lo curioso es que los más implacables suelen ser los no tan bajos, los no tan delgados, los con algunos kilos de más o quienes tienen una que otra espinilla. Es la estrategia que estos menores usan para desviar la atención sobre ellos mismos y su apariencia: quienes tienen algo de sobrepeso son los más desalmados con el gordo de la clase. O quienes exhiben algunos puntos negros son brutales con quien tiene un acné más notorio. No son potenciales sicópatas, sino que es su forma de sobrevivir a estos años de escuela.
Esa es la idea que sostiene Carl Pickhardt en Por qué los niños buenos actúan con crueldad, su último libro lanzado esta semana en Estados Unidos. El sicólogo y autor de más de una docena de libros sobre niñez y adolescencia asegura que este tipo de maltrato no es patrimonio de los niños "malos", sino de menores con buen comportamiento, pero que "deben hacer algo para sobrevivir a un tiempo sicológicamente inseguro, en un mundo independiente e incierto".
LA NUEVA FAMILIA
Dentro de su familia, los niños están obligados a asumir un rol determinado por las restricciones y las libertades que permiten sus padres. Pero cuando comienza el proceso natural de adquirir autonomía y separarse de la familia, los preadolescentes necesitan una nueva familia, que Pickhardt denomina "social", compuesta por sus propios pares. Es recién ahí cuando el joven puede elegir el rol que quiere representar. Y las opciones no son tantas. O se es líder o seguidor. El que se ríe de los demás o el que aguanta las burlas de todos.
La crueldad social, es decir, esa forma malintencionada de relacionarse con los otros, que tiene su raíz entre los 9 y los 13 años, se convierte en la herramienta para sobreponerse a los demás: se trata de una conducta antisocial que sirve a un propósito social, señala Pickhardt.
Lo que motiva este comportamiento es la necesidad de proteger la baja autoestima, atacando la de los otros, de modo de evitar ser agredido primero. Los preadolescentes también usan la crueldad para cobrar venganza cuando han recibido una ofensa, para reafirmar la dominación dentro de su grupo y para reclamar o mantener su posición social ante los demás.
FORMAS DE LA CRUELDAD SOCIAL
Según Pickhardt, hay cinco formas de ejercer la crueldad social. Los niños pueden molestar a otros, excluirlos, hacerles bullying, inventar rumores sobre ellos o, simplemente, armar una pandilla que se dedique a hostigarlos.
Pero, ¿un niño se vuelve una víctima por la crueldad de los preadolescentes con los que se relaciona o se relaciona con un tipo particular de niño por su forma de ser? Ambas situaciones ocurren, señala Pickhardt. Algunos niños, más allá de sus características físicas, tienen facilidad para convertirse en un depósito de características socialmente indeseables, y al aceptar ser ellos los feos, gordos o poco divertidos, sienten que mantienen la estabilidad del grupo al proteger a los otros de estas características.
Pickhardt dice que todos los niños son parte del clima que ocasiona la crueldad, pero desde diferentes roles. Los niños suelen molestar y hacer bullying a sus compañeros, mientras que las niñas excluyen a quienes desean dejar de lado o echan a correr rumores. Los niños suelen enfrentar a la cara a sus antagonistas, y las niñas prefieren hablar a sus espaldas.
PARA LOS PADRES, PACIENCIA
Pero aunque la crueldad puede ser una herramienta, en ningún caso es la práctica más deseable. En el proceso de construcción de la identidad la familia es fundamental. Si bien el joven necesita de cierta autonomía, esta no puede ser total, pues puede llegar a sentir que su familia ya no lo toma en cuenta. Paciencia, es la postura que recomienda Pickhardt, y establece al menos cuatro postulados que los padres deben tener en cuenta:
1. Sus hijos no odian a sus padres ni quieren verlos desaparecer, sólo están pasando por un momento normal que no debe tomarse como algo personal.
2. El comportamiento de los preadolescentes no es la peor afrenta que los padres sortearán en la vida, ya que los jóvenes reaccionan así para ganar un espacio dentro de un mundo que hasta el momento les era desconocido.
3. Que los hijos ya no vean a los padres como héroes y que estos estén decepcionados del comportamiento de los jóvenes es normal: la adolescencia le quita la magia a la relación padres-hijo, algo necesario para que los jóvenes ganen autonomía y para facilitar a los padres vivir este proceso.
4. Por último, es necesario aceptar que las ofensas, la agresividad y la crueldad son parte del comportamiento natural de los adolescentes. Aunque dentro de ciertos límites, como no caer en depresión o marginar a otros niños del grupo en forma definitiva.
Aunque no todo es malo para las víctimas de esta situación. Cuando un niño es molestado todos los días, ir al colegio se vuelve un acto de valentía. Por eso, Pickhardt se atreve a plantear que un preadolescente que haya sufrido la crueldad de sus pares es capaz de enfrentar en su vida adulta desafíos sociales mayores que aquellos que la tuvieron más fácil.