El padre Federico Lombardi dirige la sala de prensa de la Santa Sede desde 2006, cuando el Papa Benedicto XVI lo llamó para sustituir al español Joaquín Navarro-Valls. Su despacho, al lado del salón dedicado a Juan Pablo II, es una habitación discreta, un crucifijo colgando de la pared, una gran mesa repleta de libros y revistas, una más baja en el centro, entornada por un sofá y dos sillones. Allí se sienta para atender a La Tercera, con un ojo en su reloj y su celular. Lombardi tuvo una semana difícil por el informe de la ONU que criticaba al Vaticano por su reacción a las acusaciones de pedofilia. Lombardi lo calificó de "anómalo", de "ir más allá de sus competencias".
El vocero vaticano recuerda cómo ha sido su labor, ad portas de que el martes 11 de febrero se cumpla un año de la renuncia del Papa Benedicto XVI.
Ha pasado un año desde que a usted le tocó explicar la renuncia del Pontífice. ¿Cómo recuerda aquellos momentos?
Mis superiores me avisaron de antemano de la decisión del Papa y del hecho de que la iba a anunciar durante el Consistorio programado aquel 11 de febrero. Me preparé para convocar de inmediato una rueda de prensa, porque imaginé que la noticia iba a suscitar mucha sensación, preguntas y gran eco en el mundo entero. De hecho, en cuanto empezó a circular en las agencias, la sala aquí al lado se llenó de inmediato. Expliqué de forma clara el texto con el cual el Papa anunciaba su renuncia y que ya contenía todos los elementos. Fue sin duda una gran novedad. Y una enorme sorpresa para la mayoría de los fieles. Sin embargo, quien estaba cerca al Santo Padre se daba cuenta de que, con su edad, las fuerzas le alcanzaban cada vez menos a cumplir con los compromisos que le competían. El mismo dejó entender que consideraría la posibilidad de dar un paso atrás si su vigor dejaba de ser proporcional con sus obligaciones.
Con un año de distancia, ¿qué piensa de aquella decisión?
Mirándola ahora queda aún más claro que se trató de una decisión absolutamente sabia. No podía ser de otra forma, ya que fue largamente madurada en la reflexión y en la oración por una persona extraordinaria como Benedicto XVI. No me asombró de que se haya revelado una elección sabia y muy apropiada: él pudo terminar su pontificado con todas las fuerzas necesarias para hacerlo bien, hasta el final. La Iglesia respondió con energía y pudo elegir en un plazo breve a un sucesor que -como vemos todos los días- es mucho más rico de energía.
Fue un año con dos Papas compartiendo el Vaticano. ¿Cómo se esperaba la relación entre los dos?
Me la esperaba tan natural como fue. Para mí estaba absolutamente claro que no iba a haber ningún problema. El Papa Benedicto es una persona extremadamente humilde y en seguida aclaró cuál sería su actitud en este tiempo de retiro: un tiempo de oración activa para la Iglesia, pero sin interferencia alguna con el sucesor al cual él mismo abrió el camino con su renuncia. Por su lado, Francisco demostró gran cordialidad, benevolencia, amistad hacia el predecesor. Los encuentros -desde el primero en Castel Gandolfo, a los pocos días de la elección de Bergoglio, hasta el último, antes de Navidad, en Vaticano - confirmaron que se trata de una relación serena, cordial e intensa desde el punto de vista tanto humano como espiritual. Todos nosotros percibimos con gratitud y positivismo la presencia de Benedicto XVI como Papa Emérito que sigue acompañando la Iglesia con su oración. Cuando aparece, miramos con ternura las imágenes: observar a los dos rezando juntos, me da ánimo, es algo edificante.
¿La decisión de Benedicto XVI modificó la institución del Papado?
De ninguna manera. El Papa sirve la Iglesia, como siempre. Hay absoluta continuidad en la función del Pontificado. Por supuesto cada Pontífice tiene su personalidad, su peculiar estilo -podría definirlo- en el ejercicio de este ministerio. Por lo tanto, es natural notar diferencias en algunos aspectos.
¿Qué novedad subrayaría?
Al principio, llamaron la atención elecciones como la de residir en la Casa de Santa Marta y dejar vacío el apartamento del palacio Apostólico. Como actitud general, se nota una cierta sencillez en el trato y un enfoque muy pastoral de este nuevo Papa Francisco. Ambos son rasgos que lo hacen tan cercano a los fieles y a la gente y le atraen tantas simpatías, tanto afecto.
Y mucho trabajo…
¡Por supuesto! Pero se trata de una labor placentera para quien -como él- acuna un ánimo tan pastoral. Le encanta poder encontrar a la gente. Desempeña un ministerio muy bello, que es un consuelo también para él, aunque sea cansador.
¿En qué reconoce su ser jesuita, como usted?
Para nosotros los jesuitas es bastante fácil reconocer algunos rasgos de su espiritualidad o de su comportamiento como típicos del estilo y de la tradición de la Compañía de Jesús. Me suenan muy familiares la sencillez en el trato y en el estilo de vida o también la manera de abarcar los temas de carácter espiritual o pastoral. Por ejemplo, sus homilías siempre se caracterizan por la aplicación del Evangelio a la vida concreta y por un estilo muy escueto, esencial, que se centra en algunos puntos esquemáticos. Luego, la costumbre de invitar a los fieles a rezar en silencio viene de la tradición de San Ignacio de los ejercicios espirituales. Por lo demás, el Papa es el Papa y lo considero igual que a todos sus predecesores: es mi superior, porque es el jefe de la Iglesia Universal.
El Papa Francisco parece haber cambiado la atmósfera en el pontificado. ¿Está de acuerdo?
Sí noté un cierto cambio de atmósfera. Es verdad. Se respira un clima de entusiasmo, de regocijo. Muy positivo. El Papa ha logrado transmitir lo que para él es fundamental: el corazón del Evangelio es el anuncio del amor de Dios, de su misericordia para todos. El mensaje cristiano es muy consolador y positivo. El Papa Francisco consiguió que todo el mundo entendiera que el encuentro con Dios, incluso a través de la Iglesia no es cuestión sólo de reglas. El no cambia la moral de la Iglesia. No cambia el conjunto de sus enseñanzas. Sólo modifica la perspectiva: logra comunicar primero la belleza de la misericordia. Todo hombre puede salvarse, si quiere.
¿Este cambio de perspectiva está cosechando consecuencias para la Iglesia?
Sabemos que suscita consolación. Sacerdotes de todo el mundo nos cuentan que mucha gente está volviendo a confesarse, a llenar las naves de las iglesias.