¿Recibirá Chile el primer León de Oro de su historia precisamente un 11 de septiembre? Pablo Larraín acaricia ese sueño irónico con Post Mortem, el sigiloso pero lúcido retrato del golpe de Estado que sucedió ese mismo día pero en 1973 y que ha cautivado en el Festival de Cine de Venecia.
"Sería maravilloso, pero no quiero pensar en ello. Estar aquí ya es el premio", reconoce Larraín en la única frase hecha que sale de la boca de este director, cuyo cine es de todo menos convencional.
"Mis personajes no son raros. La vida es rara", afirma Larraín en una entrevista con varios medios. Y esta explicación viene a propósito del apático comportamiento de su protagonista ante los hechos que cambiaron la historia de su país.
Larraín recuerda que los resquicios de cotidianeidad prosiguen mientras el mundo se desmorona. "En lo cotidiano todos somos raros. Subimos a un taxi, se nos caen las monedas y no abrimos bien la puerta. La vida no es tan orgánica como el cine, pero cuando la representas tal cual es, la gente cree que lo que haces es raro".
POST MORTEM
Mario Cornejo, el protagonista de su filme, es el sospechoso de "rareza": trabaja en la morgue del Hospital Militar de Santiago y asiste impasible a la cascada de cadáveres que se amontonan allí en las horas posteriores al golpe de Estado.
Tres actos marcan su paradójica moral: "No duerme con gente que duerme con otra gente, cuando le preguntan si es católico responde que sólo cuando lo necesita y, finalmente, ayuda a un opositor superviviente que provoca el asesinato de la enfermera que le asiste", resume el director, que explora en esta cinta caminos similares a los que ya frecuentó en Tony Manero.
No hay juicio moral. No hay redención -"¿alguien conoce a alguien en su vida que se haya redimido?", pregunta Larraín. Y los actos de sus personajes no tienen consecuencias ejemplarizantes.
Pero, entonces, si Mario no se opone al golpe e incluso le beneficia, ¿es cómplice de la dictadura? "Un hecho histórico así polariza fuertemente a la población. Aquél día la gente estaba muy confusa. Ahora sabes quién era el bueno y quién era el malo, pero entonces la información era muy desconcertante", explica Larraín.
Dentro de ese no saber nada, a sus personajes en realidad no les interesa nada. Mario, interpretado con sobriedad aterradora por Alfredo Castro, vive para su enfermiza obsesión amorosa hacia una bailarina de cabaret interpretada por Antonia Zegers.
Y su día a día está plagado de cosas que suceden a diario pero que a la gente corriente le interesa olvidar. "Las autopsias se realizan todos los días, en todos los pueblos hay una morgue. Todos vamos a acabar desnudos en una mesa como la que sale en la película", explica.
RELATO HISTORICO
Esa mesa es la misma donde se le realizó el estudio forense a Salvador Allende, algo que Larraín reproduce minuciosamente en una durísima secuencia para el recuerdo.
Y de recuerdos heredados está compuesta su visión de este suceso histórico que él no vivió -nació en 1976-, pero que "no hay manera de evitarlo. Está ahí, en el aire. Creces con esa información", explica, aunque reconoce que en Chile hay dos tipos de personas: "los que vivieron el golpe y los que no lo vivieron".
Por eso, en su recreación del mismo, la política ejerce las veces de fantasma que recorre y enfría una pasión amorosa al margen de los acontecimientos oficiales. Y entonces, la historia y la Historia se retroalimentan hasta crear una atmósfera más escalofriante que el documental pero más realista que la ficción.
"La atmósfera era fundamental. Si no tienes una buena atmósfera no tienes película", dice Larraín.
Ahora, el realizador tiene ya en marcha un proyecto para la televisión HBO sobre los narcotraficantes en Chile, pero su visión sobre su país no es como muestra su hermoso pero deprimente lenguaje visual.
"Chile es un país maduro. Después de 20 años de democracia puedes hacer una película como esta con dinero público. Es un gran lugar en el que vivir", sentencia, y sobre el histórico giro a la derecha con la presidencia de Sebastián Piñera concluye: "Es conservador, pero no puedo llamarle idiota".