"Quisiera precisar que la visita ad limina (en febrero pasado) no se redujo a tratar temas complejos y negativos, si bien los abordamos en profundidad. Pero también le dedicamos amplio espacio a profundizar, con el Papa y sus colaboradores más cercanos, nuestra misión evangelizadora en el Chile de hoy", subraya el obispo castrense Santiago Silva, presidente de la Conferencia Episcopal de Chile (Cech).
El prelado marca así, de entrada, los alcances de aquel encuentro en Roma, en el que participaron todos los obispos del país. Y ese diálogo destaca, entre algunos puntos centrales, "el desafío de acompañar a los jóvenes de hoy, la realidad de las familias en su diversidad y el valor que tiene para los chilenos, y las expresiones de fe y piedad popular que no dejan de admirarnos. En fin, el listado es largo. No quisiera que quedara la impresión de que la visita ad limina solo trató de problemas".
Pero ¿se ha comentado al interior de la Cech la supuesta inquietud del Vaticano por el estado de la Iglesia en Chile?
Los cristianos estamos llamados a una conversión permanente, es decir, a vivir cada día como un encuentro renovador con Jesucristo, dando testimonio en nuestros valores y en la entrega a los demás. Los desafíos que vivimos en la Iglesia son materia cotidiana de nuestras reflexiones y análisis, no solo de los consagrados, sino también entre los laicos, que son los grandes animadores de la vida eclesial. Es nuestra la tarea de una mirada autocrítica y de asumir los desafíos, corrigiendo posibles errores y aprendiendo de ellos. Desde la Santa Sede siempre hemos recibido acompañamiento, pistas, sugerencias, todo en un clima de corrección fraterna, propio del Evangelio. Pero insisto, no necesitamos esperar la inquietud de entes externos para tener una mirada honesta, transparente, sobre lo que hemos hecho bien, lo que hemos hecho mal y lo que tenemos que hacer en perspectiva de futuro para ser fieles al Señor.
¿La visita del Papa Francisco puede contener también, además de un mensaje para la gente, una especie de mirada en terreno a la gestión de la Iglesia en el país y a su relación con la sociedad?
El Papa es un pastor y, como tal, nos visita a todos los que vivimos en Chile, no solo a la Iglesia. La visita del Papa no es una inspección ni fiscalización en terreno. Él viene a hablarnos de Cristo, buena noticia que siempre nos interpela. Creo que la mejor manera de prepararnos para esta visita es disponer nuestro corazón y dejarnos interpelar. Si pensamos que el mensaje del Papa es solo para los demás y no para mí, solo para las otras instituciones y no para la mía, no creo que sea ese el mejor espíritu para acoger un acontecimiento de tanta relevancia para la vida de Chile. Yo espero que esta visita, entre otros muchos frutos, ayude a visibilizar el inmenso bien que realizan distintas obras de la Iglesia, en silencio, acompañando a los más pequeños y vulnerables.
¿Existe algún grado de preocupación al interior de la Iglesia Católica de Chile, en la jerarquía y el mundo consagrado, en relación a la valoración que de ella tiene la sociedad de nuestro país, y a la injerencia que la Iglesia tiene en diferentes debates a nivel nacional, como la agenda valórica, la pobreza y los sueldos, entre otros?
Respondo por la Conferencia Episcopal de Chile. En la asamblea plenaria, donde fui elegido presidente (noviembre de 2016), los obispos tomamos la decisión de ofrecer una palabra a la sociedad chilena durante el año de las elecciones presidenciales y legislativas. No para pretender orientar opciones, que por supuesto son personales, sino para plantear los grandes desafíos políticos, económicos, sociales y culturales en Chile y que, a nuestro juicio, todos debemos asumir, muy especialmente los líderes. Esta reflexión que hicimos se tradujo en la carta pastoral "Chile, un hogar para todos", que el Comité Permanente dio a conocer a fines de octubre. Porque Chile es nuestra patria y nos importa, porque vemos a diario lo que preocupa a las personas con las que tenemos contacto en todas las realidades donde está presente la Iglesia, no podíamos callar.
¿En qué sentido?
Desde nuestra convicción cristiana, hemos procurado volver a poner en el centro la vida y la dignidad de la persona humana. Y eso tiene una traducción práctica en las jornadas laborales, en los salarios de los trabajadores y pensiones, en el buen trato en la familia, en la protección de los niños, niñas, jóvenes y ancianos, en la acogida a los migrantes, en el trato digno a los privados de libertad, en el respeto a demandas ancestrales de los pueblos originarios, en la valoración de la política y de la probidad en el servicio público y en la empresa privada. Hemos dicho que el dinero no puede ser el dios que conduce las decisiones políticas y la convivencia humana. Y hemos invitado a los católicos a reflexionar estas interpelaciones en comunidad.