Las organizaciones escolares son complejas y presentan particularidades que deben ser asumidas por los directivos de cada establecimiento. Las teorías y experiencias relacionadas con este tema son diversas, por lo que principios y parámetros generales de decisión pueden ser útiles a la hora de ejercer la dirección de organizaciones específicas. En un estudio interdisciplinario (Volante, Nussbaum, 2002) en que intentamos recoger las perspectivas de diversas experticias, delineamos cuatro principios de acción para quienes analizan y dirigen organizaciones educativas. Estos principios definen prioridades y sugieren un estilo de conducción que pretende funcionar como guía en la contingencia del rol directivo.
Específicamente, entendemos por principios de acción a aquellas creencias básicas y supuestos compartidos que indican el tipo de organización que se desea y que condicionan la comprensión, las reglas y los comportamientos requeridos. Pueden operar tanto explícita como implícitamente, facilitando u obstaculizando los objetivos institucionales (Swieringa, Wierdama, 1992)
Ahora bien, el primer principio de acción es el liderazgo, que en organizaciones educativas canaliza las capacidades y la influencia interpersonal hacia el logro de resultados de aprendizaje. Es clave que el liderazgo educativo instale a lo largo del tiempo una visión compartida sobre el aprendizaje; una cultura pedagógica y programas instruccionales para estudiantes y docentes; una administración segura y eficiente de operaciones y recursos; una activa vinculación con las familias y la comunidad; la promoción del éxito de todos los estudiantes y el fomento del entendimiento del contexto y el entorno.
La productividad corresponde al segundo principio, y consiste en la proporción en que los esfuerzos realizados alcanzan satisfactoriamente los logros esperados. La clave es sacar el máximo provecho de la relación entre ambos. Dados los desafíos específicos que enfrenta cada organización educativa -demandas simultáneas, rendir cuentas a más de un agente, entre otros-, la recomendación es que los objetivos prioritarios guarden relación con "maximizar resultados de aprendizaje", ya que ello permite pensarlos desde un análisis cuantitativo, ganar simplicidad y responder positivamente a los principales beneficiarios: los alumnos.
El tercer principio de acción corresponde a la visión holística de la gestión educativa y permite neutralizar las disyuntivas y separaciones que debilitan la sinergia organizacional. Implica hacer a cada parte responsable por el todo, es decir, cada proceso o actividad de enseñanza debiera orientarse a lograr el objetivo básico de la organización: lograr metas de aprendizajes. En definitiva, se trata de generar una eficiente red interna con capacidades más allá de los aportes individuales.
Finalmente, tenemos el principio de trascendencia al entorno, el cual, en una organización educativa, se expresa en el cumplimiento de las tareas o esfuerzos comprometidos; la obtención de rendimientos más cualitativos como medidas de calidad, y la repercusión, que se relaciona con medidas de retorno social de la educación, tales como el impacto en el futuro de los estudiantes y la calidad de vida de la comunidad en que se actúa.
En definitiva, imaginamos la gestión educacional como una aventura más que como una serie de procedimientos establecidos y controlables. Esta gestión existirá en la medida en que provoque transformación y experimente riesgos. Como cuando se experimenta un viaje y se prueban rutas, se tienen pequeños y grandes sueños y se es capaz de activar capacidades para trasladarse desde y hacia los diferentes puntos.
EL PROCESO DE UNA GESTION EXITOSA
Los componentes básicos de la gestión de organizaciones se pueden ubicar y entender en el siguiente proceso:
1.- Una lectura de los recursos y las demandas del entorno y la organización.
2.- A partir de esta lectura, se establecen los objetivos clave, expresados en metas operacionales.
3.- Estos objetivos dan pie a los procesos clave de transformación.
4.- La transformación se expresa en cumplimientos y resultados, los cuales permiten ajustar los procesos y lograr repercusiones, que retroalimentan los recursos y demandas del entorno.
INTELIGENCIA EMOCIONAL
Para un liderazgo efectivo, las habilidades técnicas son necesarias; sin embargo, en sí mismas son insuficientes. Las personas con capacidades técnicas pueden triunfar o no como líderes según si emplean habilidades interpersonales y activan la inteligencia emocional.
La inteligencia emocional implica conocer las propias emociones, moderar sus efectos y comprender cuál es el impacto que tienen en otros. Asimismo, es relevante ejercer la empatía para conocer y comprender a los demás. Todo esto permite al líder utilizar emociones positivas para formar sólidas relaciones interpersonales y utilizar este conocimiento para obtener lo mejor de cada uno.
Consultando con directores exitosos, descubrimos que sus prácticas clave -preocupación por estudiantes y apoderados, generación de un ambiente seguro y promoción del desarrollo profesional de los profesores- están vinculadas con la construcción de confianza. Esta se desarrolla mediante la escucha activa, demostrando respeto por cada integrante de la comunidad educativa, siendo cálido y confiable y, finalmente, manteniendo un alto grado de integridad personal.
Dado que esto se relaciona con la inteligencia emocional y considerando que una clave de las escuelas efectivas en Estados Unidos es la confianza relacional, en el programa doctoral en liderazgo escolar de la Universidad de Pennsylvania fomentamos y enseñamos explícitamente habilidades de inteligencia emocional en nuestros participantes.
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